La muerte de las salas de cine siguen llenando titulares en periódicos. Estos días, máquinas y excavadoras certifican la defunción de El Punt, la icónica sala de Cerdanyola del Vallès después de 75 años contando historias. Los trabajos, que empezaron hace unas semanas, han permitido ver las tripas del cine, cerrado desde el pasado abril cuando el estado de alarma aceleró el final de uno de los cines más longevos de Cataluña. Las puertas, cerradas el 14 de marzo con el estallido de la pandemia, ya no se volvieron a abrir.
En 2018, el empresario Pere Sallent decidió poner fin a un recinto inaugurado por sus abuelos en 1944, en plena posguerra. El primer Kursaal contaba con 500 butacas, ampliadas a 2.000 repartidas en 11 salas. La experiencia Fidelidad, con grandes sillones con respaldos y apoya pies con mesita de servicio, fue todo un hito. En 2009 estrenó Avatar con la tecnología 3D digital, el primer cine catalán en ofrecer este soporte.
MENOS CULTURA Y MÁS LADRILLO
La empresa familiar llegó a un acuerdo con la constructora Corp para derribar el complejo cultural y construir pisos. En una rentable operación, Sallent también vendió el complejo de cines FULL HD, en el centro comercial Splau de Cornellà de Llobregat, y el cine El Punt de Alzira (Valencia).
Poco o nada pudo hacer el Ayuntamiento de Cerdanyola de Vallès en un negocio entre dos actores privados que dejó en la calle a personal de administración y de la sala. La muerte de El Punt cierra un capítulo clave de la memoria colectiva de una ciudad de 57.855 habitantes que se queda sin cine. Las paredes que durante décadas acogieron miles de recuerdos, anécdotas, enamoramientos e historias personales se evaporan entre toneladas de piedras, butacas y proyectores. El emblema azul del Vallès desaparece en otra crónica de una muerte anunciada.