Una extraña sensación la que recorre el viejo cuerpo de Ernest Maragall. El republicano, exsocialista y hombre siempre combativo con los aparatos de los partidos, como su hermano Pasqual, sabe que tuvo su momento. En 2019 ganó las elecciones municipales. Él mismo señaló en Rac1, el día posterior, que iba a comunicarle a Pasqual Maragall que iba a ser alcalde, y que se fundirían en un abrazo. Pero no pudo ser. Su expresión de alegría, con la idea de que Barcelona sería la gran capital de Cataluña, incidiendo en esa condición de estandarte de un proyecto que todavía estaba muy vivo, --el independentismo-- se mudó con el paso de los días en una profunda resignación. Manuel Valls apoyaría a Ada Colau, que se veía fuera del Ayuntamiento en la noche electoral, para que Maragall no fuera alcalde y ERC no pudiera vender que había logrado para el independentismo la gran plaza de Barcelona, con toda la proyección internacional que eso hubiera comportado.
Ahora Maragall sabe que repetir aquel instante será muy complicado. Primero, su propia candidatura no está asegurada. Los dirigentes de ERC señalan que Ernest Maragall sigue ofreciendo a la marca unos dos ediles más, de unos nueve a once concejales. Pero son proyecciones de algunas encuestas internas. Todavía queda más de un año, y Maragall tiene ahora 79 primaveras. Es rápido en las respuestas, tiene claro que Esquerra ha logrado un imposible si se compara con los dos últimos decenios: es un partido cohesionado, la marca aguanta bien, y es fuerte en barrios burgueses de la ciudad. Ya no es solo el partido de los viejos republicanos de Sants. Pero, tal vez, él ya no será alcalde. El tiempo pasa de forma inexorable. Señala, para quien le quiera escuchar, que antes y ahora, ERC busca solo la proyección de Barcelona, sin secuestrarla para la causa independentista. Y que una ciudad de esa envergadura debe interlocutar y llegar a acuerdos con los sectores económicos, sin dejarles de lado o sin escucharles, como admite que ha hecho Colau. Un punto de partida, por tanto, muy diferente al de 2019.
También tiene claro Maragall, y Esquerra con él, que la política catalana, --lo que afecta de forma directa a la política municipal--, será cosa de dos partidos en los próximos años: ERC y el PSC. Los socialistas han mantenido sus grandes feudos en el área metropolitana, con fenómenos sorprendentes: lo que fuera CiU, presente con cierta fuerza en los núcleos históricos de las grandes ciudades metropolitanas, se ha ido diluyendo. Ahora la marca es Junts per Catalunya, pero sus resultados han sido decepcionantes, aunque se entendía que las nuevas generaciones en L’Hospitalet, Cornellà, Santa Coloma de Gramenet, Badalona o El Prat podrían optar por ese ‘independentismo’ práctico liberal. No ha pasado. No pinta nada en esas plazas. Pero ERC sí ha ido avanzando, con intensidad, aunque muy por detrás, todavía, de los socialistas, que han renovado a sus figuras municipales.
Por eso, Ernest Maragall –resentido, además, con sus antiguos compañeros en el PSC—insiste en que hay dos grandes alternativas, y eso implica que son adversarios políticos y no buscarán, a priori, pactos de gobierno en los municipios. Con la idea también de que con JxCat ya no se puede ir a ningún lado, los republicanos se han acercado, casi de forma estructural, con los comunes. Pese a las críticas a Ada Colau, Maragall es consciente de que podrá ser alcalde, si llega como candidato, u otro dirigente de ERC, solo si obtiene el apoyo de los comunes, que, en ese caso, ya no estarían dirigidos con la actual alcaldesa.
Y por ello, aunque con algunas pullas directas, Ernest Maragall no entra en un cuerpo a cuerpo con Colau. Esquerra sabe que necesitará a los comunes.