La calle está desierta a las 11:30 horas de un lunes excepto por dos operarias de la limpieza y una patrulla de la Policía Local que las vigila a lo lejos. Las mujeres recogen la basura del suelo y, ya de paso, apartan las hojas acumuladas en la vía. Un vecino las halaga: “De no ser por vosotras no sé qué sería esto”. Ellas sonríen, aunque con resignación, y continúan con su trabajo. Los dos agentes, mientras tanto, charlan entre ellos relajadamente. No parece perturbarles el lanzamiento de bolsas y de suciedad que empieza desde las ventanas del edificio, justo cuando las trabajadoras de Urbaser han terminado su tarea. “Iba a hacer una foto para enviársela a mi jefe y vuelven a ensuciarlo todo”, se queja, cansada, una de las operarias, que había sacado su móvil para dejar constancia del trabajo hecho.
La escena no es nueva y tiene lugar en la calle de las Estrelles del barrio de La Mina de Sant Adrià de Besòs. El gobierno de Filo Cañete dice tener localizados a los incívicos que protagonizan día tras día la desagradable y violenta escena, pero no parece que esto los disuada. Los vecinos no pueden más: “Nosotros ni pasamos por aquí porque tenemos miedo de que nos tiren algo que nos haga daño”, cuentan un hijo y su madre, anciana, que pasean por la zona. “¿Os acordáis de cuando nos tiraron una Xibeca?”, les pregunta una de las trabajadoras de Urbaser. Los policías presentes, que escuchan toda la conversación, se acercan con el coche, uno de los de la nueva y flamante flota, pero no se apean del vehículo. Escuchan las denuncias de la mujer y continúan circulando. “Lo que pasará es que la gente de toda la vida se irá de aquí por cosas como estas y esto será la jungla”, augura el mismo vecino.
SOLAR ABANDONADO
Justo enfrente de la calle de las Estrelles lo que podría ser un huerto para los residentes y vecinos del barrio con un parque infantil, se reduce a un solar abandonado lleno de matojos, deshechos y alguna que otra jeringuilla usada. A las puertas del espacio, que están siempre abiertas, un cartel elaborado por el vecindario advierte: “Si haces uso del solar, al menos no lo ensucies”. Y “no tirar restos de nada en el solar”. El mensaje está traducido a otros seis idiomas, aunque ninguno es el catalán: “Hay tanta gente del este de Europa que lo hemos puesto en ruso, georgiano, rumano…”, enumera Carlos, un nombre ficticio para este adrianense que acompaña a Metrópoli y que lleva viviendo en el barrio desde los años 70. Proveniente de la barriada de Can Tunis, Carlos vive indignado por cómo la administración trata a La Mina e intenta luchar contra el abandono institucional.
El hombre se adentra en el solar, que cuenta con algunos parterres delimitados por zanjas. Un pequeño huerto que los vecinos piden que se amplíe para darle un uso al espacio y evitar que los drogadictos lo ocupen. “Aquí también hay muchos niños porque el culto gitano está al lado. Una zona recreativa para ellos también ayudaría”, añade Carlos, que muestra las instancias y los correos electrónicos enviados al ayuntamiento con todas las peticiones. Aunque la respuesta siempre han sido “excusas” o el silencio, él no desiste, aunque se le hace difícil. Lo explica mientras guía a este medio por el solar, que se corta al final con las vías del tren. “La gente cruza igual porque desde mi casa, por las noches, escucho el pitido del tren”. Un aviso para todos aquellos inconscientes que se aventuran a transitar por el paso a nivel que no sirve para espantarlos.
“ALGÚN DÍA APARECERÁ ALGUIEN FRITO”
El espacio, abierto, da pena. Totalmente asalvajado, la basura se acumula entre los arbustos de cada lado del camino de tierra. “Por la noche, los yonkis se meten aquí. Total, nadie les dice nada”, explica Carlos, que señala los restos que van surgiendo por la corta travesía. Alguna jeringuilla aparece en el suelo, también sillas rotas, ropa o zapatos. Es uno de los tantos rincones invisibles de La Mina. “Algún día aparecerá alguien frito”, dice el vecino, al que parece que nada podría sorprenderlo.
Efectivamente, ni siquiera la cantidad de coches parcialmente calcinados o abandonados en otros solares del barrio inquieta a Carlos. “Todos estos espacios podrían arreglarse y habilitarse para otros usos, pero aquí siguen”. Todos acumulan botellas de plástico, bolsas y latas de refrescos o cervezas. En uno de ellos, el ubicado frente al Pabellón Olímpico Municipal La Mina, vive también un sintecho que ha hecho de un coche abandonado su casa. Al contrario de lo que suele hacer la grúa municipal cuando un vehículo lleva estacionado en la vía pública durante más tiempo del permitido, este solo fue movido unos metros más adelante: “Imagínate lo que te puede pasar a ti por tener un coche sin seguro y abandonado en la calle”, denuncia Carlos.
“NO SON INCÍVICOS, SON CERDOS”
El baño de realidad comienza en las Estrelles, pero no se detiene ahí. La calle de Llevant es otro punto de concentración de basura. Lo explica la Asociación de Vecinos del barrio, que antaño contaba con cientos de socios y que ahora se reduce a poco más de una decena: “La Mina es el barrio de Sant Adrià que más servicios de limpieza tiene, pero sigue siendo el más sucio”, transmite Antonio, que no acaba de comprender la situación. “Ya no se trata de que sean incívicos. Es que son cerdos”, zanja el miembro de la asociación, que está harto del bucle sin fin en el que está sumido el barrio. “El ayuntamiento lo sabe desde hace muchos años y vemos que todo sigue igual. Aquí ha gobernado el mismo partido desde hace décadas, conocen el problema”, dice sin tapujos.
Se trata de un espejo. Lo justifica Mari Carmen, otra anciana vecina que colabora con la asociación: “Antes eran tres o cuatro los que ensuciaban. Si otros 20 ven que cuando lo hacen no les pasa nada, ellos también lo harán”. Un comportamiento que terminan imitando porque existe una “impunidad”, según estos vecinos, que les permite hacer “de todo”.
LA MINA, A OSCURAS
Que el barrio coge otro ritmo a partir de las 18:00 horas, se sabe. La vida de una gran parte de los que ahí residen, dicen, es nocturna, pero no cuenta con la luz suficiente: “Hay farolas que llevan meses fundidas”, denuncia Antonio, que insiste en la poca visibilidad que hay en La Mina por las noches. Algo que llama todavía más al incivismo y, sobre todo, al consumo de droga en mitad de la calle.
A pesar de ello, la suciedad es bien visible y pagan justos por pecadores. ¿Por qué los más veteranos resisten? Ni sus hijos ni sus familiares más cercanos viven en el barrio, pero ellos no se quieren ir. Todavía creen que su lucha servirá para mejorar las cosas.