Sobre las 11:00 horas de un lunes, la escalera del número 45 de la avenida Manuel Fernández Márquez, en el barrio de La Mina de Sant Adrià de Besòs, carece del típico ajetreo vecinal de un día laborable por la mañana. Las puertas de cada vivienda permanecen cerradas a cal y canto y sus inquilinos comprueban por la mirilla varias veces antes de abrirlas. Tienen miedo porque a quienes suelen encontrarse a menudo al otro lado son drogadictos. Y es precisamente esta indeseada presencia la que provocó la muerte de Kiko, el vecino del quinto que todavía lloran sus conocidos y familiares.

Los hechos tuvieron lugar la madrugada de este sábado, 17 de febrero, tal y como avanzó Metrópoli en exclusiva. A pesar de que en un primer momento los Mossos d'Esquadra informaron de que el accidente se había producido en una vía de idéntico nombre en Badalona, más tarde se confirmó que tuvo lugar en este bloque de La Mina que se sitúa enfrente de la narcosala del barrio. Kiko, un implicado vecino de la escalera, murió tras caerse de la escalera a la que se había encaramado para quitar la luz de un fluorescente de la sala de contadores. ¿Su intención? Que los toxicómanos no frecuentasen el rellano para pincharse en él.

La narcosala ubicada enfrente del número 45 de Manuel Fernández Márquez, en La Mina METRÓPOLI

Un nido de toxicómanos

Los vecinos, todos y cada uno de ellos, están de acuerdo en una cosa: el edificio está totalmente abandonado por las administraciones. Ya ni siquiera saben quién tiene que hacerse cargo de todos los desperfectos y problemas que sufren a diario en el bloque. "Hay luces que no van, no funciona la antena, las placas solares tampoco", enumera a este medio una de las residentes, que prefiere mantenerse en el anonimato porque ya le han reventado el coche tres veces. La mujer ha intentado pedir soluciones en diferentes partes: primero se dirigió al Pla de Besòs. Después, al Consorci de La Mina. Ahora ya no sabe dónde acudir porque "se pasan la pelota": "Pagamos comunidad cada mes. ¿Para qué se usa ese dinero si la escalera está hecha una mierda?", se pregunta sin tapujos.

La puerta principal, la de acceso, hace tiempo que es de libre uso para cualquiera: no es necesario tener la llave del edificio para acceder al interior, lo que provoca un ir y venir continuo de personas ajenas. Y no son gente pacífica: son los toxicómanos que frecuentan la sala de venopunción de enfrente y se resguardan para consumir la droga.

Restos de suciedad en la escalera de este edificio de La Mina METRÓPOLI

Jeringuillas y suciedad

Metrópoli es testigo de las denuncias de la comunidad al completo. Al subir las escaleras, planta por planta, aparecen jeringuillas usadas y suciedad amontonada. La vecina anónima lo explica: "Muchas veces bajo yo a limpiar porque si no, no lo hace nadie, pero me da miedo". La mujer, que no debería de encargarse de este mantenimiento, utiliza sus propias fregonas y cubos. De hecho, guarda una bolsa a rebosar de inyecciones y porquería. Asegura que antes realizaba estas tareas al anochecer. Ahora, a partir de las 19:00 horas ya no sale.

Se suma a este testimonio el de otra vecina: "Por la tarde cierro la puerta y ya no salgo". Aunque recibe visitas igual: los drogadictos, que se cuelan a la hora que quieren, llaman a las puertas con la esperanza de que alguien los atienda y les venda o les consiga cualquier sustancia inyectable. "A veces pican después de la medianoche".

Jeringuillas y suciedad acumulada en este edificio de La Mina METRÓPOLI

Una "muerte anunciada"

La situación, que lleva años siendo la misma, llegó al punto álgido la madrugada del pasado sábado. Kiko, un hombre recordado por todos como el "manitas" de la comunidad, subió al cuarto de los contadores, en el quinto piso, sobre las 03:00 horas de la madrugada. Lo hizo porque estaba harto de que los yonquis se dirigiesen a este pequeño espacio para hacer de las suyas. Por ello, se encaramó a una escalera y quitó el fluorescente del techo, para evitar que los indeseados aprovechasen la luz para pincharse.

La mala suerte hizo que el hombre se resbalara y cayera al suelo, golpeándose la cabeza mortalmente. Todavía este lunes había vecinos que no habían oído la trágica noticia y los que estaban al tanto, lamentaban profundamente lo ocurrido: "Esto era una muerte anunciada. Ya dijimos que acabaría pasando algo", dice una de las residentes, que está convencida de que la muerte de su querido vecino habría podido evitarse si las administraciones hubiesen hecho el trabajo que les tocaba. "Él no tendría por qué haber salido de su casa si la escalera estuviera en condiciones".

El cuarto donde murió Kiko, en el edificio de La Mina METRÓPOLI

Casetas de drogadictos

El infierno del vecindario no se concentra solo entre las cuatro paredes del edificio. Se extiende también a la parte baja y exterior del bloque. Cualquier ciudadano que quiera dar la vuelta a la manzana se encontrará unas barracas construidas por un grupo de drogadictos que han decidido acampar en la zona. Levantadas con colchones, sillas de madera, cartones y algún hierro, las improvisadas construcciones parapetan poco o nada a los consumidores, que no se cortan a la hora de inyectarse la droga en las piernas o brazos en mitad de la calle.

En una de las "cabañas", se lee un mensaje: "Respetar esta caseta". "Es que encima piden respeto", denuncian los residentes, más que acostumbrados al panorama. "Todo esto vino y empeoró hará unos tres años", recuerdan, aunque la narcosala lleva abierta unos nueve. Los medios de comunicación se hicieron eco de su "éxito": se llegó a decir que salvaba 100 vidas al año debido al control al que estaban sometidos los toxicómanos, que consumían con jeringuillas limpias y esterilizadas en el interior del recinto. De ese control, ya no queda nada: "Ahí se lo dan todo, pero se salen a la calle y lo tiran todo por ahí". En ocasiones, incluso, actúan de manera violenta: "El otro día fui a decirles que se apartasen un poco de la portería porque estaban obstaculizándonos el paso y me dijeron de todo. Me insultaron y amenazaron", narra una de las vecinas.

Las casetas improvisadas de toxicómanos en Manuel Fernández Márquez METRÓPOLI

"Estaba disponible para todos"

Las palabras de rabia y frustración por la problemática que envuelve a unas 15 familias del mismo bloque se transforman rápidamente en otras de cariño y agradecimiento hacia Kiko. "No vayáis a decir nada malo de él, que era una persona maravillosa y siempre estaba dispuesto a ayudar a todo el mundo", pide encarecidamente una señora del edificio. "Es que a cualquiera que le preguntéis os dirá lo mismo", secunda otra.

La familia del fallecido, profundamente afectada, no ha querido dar declaraciones a Metrópoli sobre la desgracia. Por su parte, el Ayuntamiento de Sant Adrià asegura sentir la misma indignación que los vecinos: "Dentro de las posibilidades legales y recursos que tenemos hacemos lo que podemos. Intentamos estar siempre al lado de los residentes", han expresado a este medio.