Con la llegada del verano, muchos barceloneses buscan escapar del asfalto y el calor sofocante sin necesidad de recorrer largas distancias. Las escapadas breves a destinos cercanos de Barcelona se han convertido en una opción cada vez más popular, especialmente entre quienes prefieren evitar aglomeraciones y disfrutar de unos días de desconexión cerca del mar, la cultura o la naturaleza.
Ya sea para un fin de semana largo o una simple jornada de descanso, los pueblos costeros del entorno metropolitano se perfilan como refugios ideales donde encontrar tranquilidad, encanto y patrimonio a menos de una hora de casa.
Patrimonio
No es ni Calella ni Sant Pol. Quien busque algo más que un chapuzón o una paella junto al mar, debería mirar hacia Sitges.
A solo media hora de Barcelona, este municipio del Garraf se ha consolidado como el epicentro de los palacios indianos en el Mediterráneo, con una riqueza patrimonial que sorprende incluso a los propios catalanes.
Vista de la playa y del paseo marítimo de Sitges
Aunque hoy en día se asocia Sitges al turismo cultural, los festivales de cine o el modernismo, pocos saben que este pequeño enclave costero esconde unas 50 mansiones construidas por antiguos emigrantes que “hicieron las Américas”.
Son los llamados indianos: jóvenes que, entre mediados del siglo XIX y principios del XX, emigraron a países como Cuba o Puerto Rico en busca de fortuna. Algunos la encontraron y, al regresar, invirtieron su riqueza en levantar auténticos palacetes modernistas que aún hoy siguen en pie.
Palacios con historia
Muchas de estas casas continúan siendo propiedades privadas, y otras se han reconvertido en museos, hoteles boutique o centros culturales. Son testimonio de un pasado en el que la emigración no era solo una necesidad, sino también una promesa de retorno.
Quien lograba volver, lo hacía a lo grande: fachadas ornamentadas, balcones de hierro forjado, interiores con patios luminosos y referencias constantes al estilo colonial que habían conocido en América.
En pleno centro histórico de Sitges, por ejemplo, se pueden encontrar residencias como la del arquitecto Salvador Viñals o la del empresario Joan Tarrida i Ferratges.
Edificio calle de Artur Carbonell en Sitges
Algunas se esconden tras portones de madera, otras destacan por sus estucados florales o por los mosaicos que aún decoran sus fachadas. En la calle Illa de Cuba, el antiguo palacete de Bonaventura Blai es hoy el hotel El Xalet, donde los visitantes pueden dormir rodeados de historia.
Tres rutas para perderse en el pasado
El municipio ha impulsado en los últimos años varias rutas para dar a conocer este patrimonio oculto. Tres recorridos permiten al visitante descubrir más de 30 casas indias repartidas entre el casco antiguo, el barrio del Vinyet y el paseo marítimo.
Pasear por estas calles es como abrir un álbum familiar del siglo XIX: cada fachada cuenta una historia, cada forja revela una aspiración, cada detalle arquitectónico habla del deseo de dejar huella.
Para quienes se inician, una buena opción es empezar desde la calle Sant Bartomeu y dejarse llevar. Allí pueden encontrarse viviendas como la de Josep Carbonell, con sus singulares balcones decorados, o la de Joan Robert Brauet, con su rica ornamentación. El recorrido no tiene pérdida, pero sí muchas sorpresas.
Uno de los edificios modernistas de Sitges
Mucho más que arquitectura
Además de su valor estético, este conjunto de edificaciones cuenta también el relato de un cambio económico, social y cultural en Catalunya.
La riqueza llegada de América no solo se plasmó en cemento y piedra, sino que también impulsó la vida comercial y artística del municipio. El legado de aquellos indianos forma parte de la identidad sitgetana, incluso en fiestas, tradiciones y gastronomía.
Gracias al legado de su pasado, Sitges se posiciona como un destino cultural a orillas del mar, donde se puede disfrutar de playas sin renunciar a un viaje por la historia. Mientras en otras localidades el urbanismo ha borrado las huellas del pasado, aquí se conservan con orgullo.
Descubrir Sitges es redescubrir una parte olvidada de la historia catalana. Y es que, más allá de las postales de playa y los tópicos del verano, el municipio demuestra que el pasado también puede ser un destino turístico.
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