Siendo un niño, Gerard Quintana ya tenía claro que su auténtica vocación era la escritura. Su debut literario Entre el Cel i la Terra vio la luz hace solo dos años, recibiendo una gran acogida por parte del público y, por aquel entonces, la semilla de su próxima obra ya había germinado. No obstante, su desarrollo no se materializó hasta principios de 2020, durante un período en el que la misma realidad superaba a la ficción. Ese giro de los acontecimientos llevó al músico y escritor a romper la estructura ideada inicialmente, apostando por un planteamiento original y diferente al anterior.

En la siguiente entrevista, el artista nos habla sobre la apasionante historia que narra L’home que va viure dues vegades, publicada el pasado 3 de marzo por la editorial Columna y ganadora del prestigioso Premio Ramon Llull 2021.     

Acostumbras a definir el acto de escribir como “obsesivo”, algo parecido a lo que ocurre con los “actores de método”, que van al extremo para meterse en la piel del personaje. ¿La creación del protagonista, Salvador Martí, te ha ayudado a saber más sobre ti mismo?

Tengo la sensación de haberme vestido de minero, entrando en mis cavernas hasta encontrar aquellas piedras que puedo cortar escribiendo y hacerlas más preciosas. Hay una fuente, que creo que soy yo mismo, y a veces he jugado a pensar: “¿Y si en aquel momento las cosas hubieran sido así?” Y ese “¿Y si?” es el que me hacía plantear al personaje, poder acompañarlo de todo el imaginario que reforzaba su relato y que forma parte de mi fascinación por la literatura, con muchos de los poetas y referentes literarios que aparecen.

En Entre el Cel i la Terra la música tenía mucha relevancia, en cambio en L’home que va viure dues vegades queda en un segundo plano respecto a la literatura.

Las citas me servían para contextualizar a nivel literario de dónde he bebido para escribir este libro, empezando por L’Étranger de Albert Camus y siguiendo con otros como El maestro y Margarita de Mijaíl Bulgákov, el mismo Doctor Fausto de Thomas Mann o Relato soñado de Arthur Schnitzler. Las utilizo para situar al lector en una literatura de hace un siglo aproximadamente que también vivía un momento como el nuestro, de cambio de ciclo absoluto, en el que tenemos que reformular la realidad porque incluso la naturaleza, a través del cambio climático, nos está diciendo que esta situación es insostenible. 

Frente a la desgracia, abordas el concepto del What if? o el llamado Efecto Mariposa, pero también planteas la posibilidad de que nuestro futuro ya está escrito. ¿Crees en ese destino inamovible o piensas que cambiarlo depende de nosotros?

Por una parte existe esa lucha contra el destino a través de la herencia envenenada que recibe el protagonista, de la cual no puede huir. Pero por otro lado ante la tragedia siempre busca una salida, incluso cuando no la hay, difuminando esa delgada frontera entre la realidad y la imaginación o “lo invisible”, mediante la poesía, los sueños o las propias drogas y también los arquetipos y los mitos de esos dioses que vivieron dos veces. El destino siempre nos marca. Depende del contexto geográfico y social en el que naces tu situación puede ser crítica. Ahora mismo, por ejemplo, un continente donde casi no llegan vacunas está condenado a estar cerrado en sí mismo. La cultura y la religión que has absorbido son distintos según dónde hayas crecido. Puede que el destino esté escrito pero creo que la vida se basa fundamentalmente en reescribirlo tú y dejarte llevar por él, en la medida de lo posible.

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Al inicio de la novela, presentas a Dios como un ser que se emociona ante las vivencias humanas, que comete errores y rectifica. ¿Qué te llevó a plasmarlo así, lejos de la perfección innata a la que estamos acostumbrados?         

La religión siempre nos ha dicho que el hombre está hecho a la medida de Dios, y yo siempre he pensado que Dios está hecho a la medida del hombre. A través de todas las construcciones y referencias de la mitología vemos cómo se humaniza a los dioses y, durante muchos años, nos hemos imaginado a un Dios mayor, con barba blanca. Creo precisamente ese juego de espejos hacia el propio lector ya que, incluso los “semidioses” que ejercen como gobernantes, aquellos a los que nos encomendamos, que nos salvarán y nos guiarán, pueden estar tan perdidos como tú. Dios está sometido a las pasiones tanto como los hombres pero no puede sentirlas, desearía ser humano. En ese sentido, me impactó la lectura del libro La vieja sirena de José Luis Sampedro, la historia de un ser inmortal que pasa los días en la playa mirando a los humanos, viendo sus emociones, y le pide a la diosa Afrodita que la deje ser humana. Con todas estas miradas, he jugado a crear un Dios imperfecto.

En el relato hay una presencia muy significativa del simbolismo y la metáfora, ¿Qué te ha impulsado a introducir esos elementos? ¿Qué han significado para ti?     

En la primera novela construí una ficción y la quise vestir de mucha verdad para darle verosimilitud; en esta segunda me he librado de eso y, de alguna manera, la voz y el planteamiento han cambiado. Siento que he dado un paso adelante. Me he sentido mucho más libre, como me puedo sentir con un lenguaje en el he trabajado durante muchos años como es la música. Seguramente este libro está mucho más cerca del concepto de la canción, incluso me lo había planteado con esa estructura en tres partes, tres actos, como si fuera una ópera. Eso me ha permitido abordar un lenguaje más poético y más simbólico pero no hermético, ya que esos símbolos nos son comunes y podemos tenerlos integrados sin darnos cuenta, creyendo que eso es la realidad.

Como dice el personaje del Campanero: “Cada uno vivimos nuestra propia invención y la realidad es la invención común que acordamos entre todos”, eso implica tener que revisar esa realidad que hemos inventado. Y como una canción, la historia empieza igual que acaba. La carta que le muestra el Campanero a Salvador, “El loco”, la primera carta del tarot, podría ser el mismo protagonista en la cueva en el último capítulo. La poesía es la máxima expresión de la realidad. En este libro he escrito como si escribiera música y he podido utilizar ese imaginario, que es común, y que alguien podrá entender directamente. Busco escribir algo que hable de nosotros de la manera más esencial.  

Los sueños tienen un papel muy importante en el viaje del protagonista, hasta el punto que se difuminan con la realidad. ¿Crees que sería positivo que pudiéramos controlar el inconsciente de esa forma, o bien nos convertiríamos en adictos de nuestras construcciones mentales?    

Eso ya pasa un poco si pensamos en la cantidad de gente que se pasa el día frente al televisor o en el ordenador, observando y soñando con los ojos de otros, escapando de su consciencia, ahogada en otras miradas. No es lo mismo, por supuesto, pero hay un momento en que Salvador Martí siente que quien está despierto es “el otro” y que él es el que sueña, cuando normalmente lo pensamos de una forma distinta. Nosotros tenemos el control de la consciencia pero nuestro ser consciente es solo la punta del iceberg y el subconsciente es como la inmensidad que hay bajo la superficie. Cuando soñamos, algunas veces sentimos y vivimos con más intensidad que en la propia vida porque como no tenemos el control, estamos sometidos a la sorpresa, a lo imprevisto, a una construcción que no es lógica o coherente, por eso estamos perdidos en muchos momentos.

Freud decía que: “En el subconsciente es donde escondemos todo aquello que nos hace daño”, para poder seguir adelante. Y bajo esa superficie muchas veces hay más realidad que en lo que mostramos. Me gustaba transgredir con esa frontera, con la idea del sueño lúcido. Recuerdo que el hermano de Ninyín (Joan Cardona), Pau Cardona, gran guitarrista y compañero, estaba muy interesado en esto, hablaba mucho de ello y me decía: “¡Hoy ya he podido volar! He decidido hacerlo y lo he logrado en el sueño”. La libertad de escribir es poder inventar a partir de aquello que habría podido ser y no fue.

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Muchos de los personajes se guían por el deseo y el placer, sin establecer límites ni normas. Partiendo de la experiencia de Salvador ¿estarías de acuerdo, como decía Oscar Wilde, en que “La única manera de librarse de la tentación es ceder ante ella”?

Sí, estaría totalmente de acuerdo. Y podríamos aplicarlo a otras cosas de la vida, así como a los sueños. Cuando quieres tener el control ético o moral hay una lucha y a veces es una lucha contra ti mismo, como quien tiene un mal viaje de LSD porque no se entrega a aquel viaje y quiere mantener el control; ahí es donde viene la caída. Juego también con esa herencia que recibe el protagonista y con el simbolismo del oro. La ausencia de riqueza comporta dolor y sufrimiento pero el oro representa el poder y te acerca al vicio y la perversión, a creerte un Dios y estar por encima del bien, del mal y de la ética. Esos personajes con poder se entregan al deseo y no tienen límite.

A lo largo de la obra reivindicas la figura del poeta y el modo en que se considera un oficio prescindible y sacrificable, Pese a todo, para el protagonista la escritura es lo único que lo conecta con el mundo cuando todo lo que hay a su alrededor se derrumba.    

Hay alguna pista en un capitulo inicial, donde presento al protagonista como un chico que se avergüenza del mundo en el que le ha tocado vivir. Eso ya es un aviso de que tiene la necesidad de construir una realidad propia, que es lo que hace el poeta a través de su mirada. Pienso en Van Gogh o Munch y en toda esa gente que deformó la realidad a través de sus ojos. Eso siempre es peligroso para el poder, cuando se plantea construir un statu quo diferente, no deja de ser disidencia. Seguramente el poeta es el más subversivo de todos porque además no busca riqueza, sino esa mirada para hacer mejor aquello que se considera bello y lo que no, en el sentido de sacar lo mejor de cada cosa y de plantear un mundo fuera del control de los intereses que lo mueven.

La maldición que le persigue hace que Salvador deba moverse de manera constante, sin permanecer mucho tiempo en el mismo sitio. ¿Te identificas con esa huida de la rutina o crees que todos necesitamos pertenecer a un sitio?     

Si aceptas la rutina puedes crearla tú. Creo que incluso Salvador tiene sus propias rutinas, aunque se le rompan constantemente, o las busca. Aquella barca de sus sueños donde están su mujer y sus hijos… le gusta volver allí, hay una cierta rutina en ese sentido. Pero si hablamos de luchar contra el destino, creo que aquí es donde está el salto constante, ir a contracorriente, romper la inercia y no dejarse llevar por el relato escrito para no adaptarse a la zona de confort. Él lo hace por necesidad.

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Introduces escenarios que para ti son muy familiares, como Barcelona, Girona e Ibiza. Después de hacer que sean parte de la narración, ¿tienes una visión distinta de ellos? ¿Se transforman a partir de la ficción?   

Las localizaciones son lugares que conozco bien y donde he pasado mucho tiempo. Extraer aquella parte de ellas que para mí las hace atractivas, a través de sus colores, sus texturas, su contexto, de aquello inexplicable, e introducirlo en este libro forma parte del realismo mágico. Podemos hablar del Barrio Gótico de Barcelona, del Barri Vell de Girona, de Ibiza e incluso de Formentera, La Fageda d’en Jordà, La Garrotxa, donde pasé algunas temporadas con un grupo de jóvenes pintores que tenían una casa allí, o Cadaqués, donde también hay un gran vínculo y he podido tener tiempo suficiente para fusionarme con el paisaje y transcribirlo de una forma ágil y comprensible, comunicando lo que siento. Los sitios hablan y, transmitir ese diálogo secreto que puedo tener con ellos, en ese juego literario de hacer explotar la realidad, ha sido una de las cosas más placenteras que he experimentado escribiendo.

En el libro hablas de un hecho tan relevante como la Caza de Brujas. ¿Por qué decidiste profundizar en ese tema concreto?  

Por varias cosas. En primer lugar, la persecución de aquello desconocido, de lo que no sabes y, por lo tanto, hay una sabiduría que rechazas. Hubieron muchas víctimas de la Inquisición que no fueron directamente víctimas suyas, si no que eran los mismos vecinos quienes las acusaban y decidían ejecutarlas. Por otro lado, creo que estamos en un momento muy parecido, aún con un pie en el siglo XX y otro en el XXI, e incluso medio pie en el siglo XIX, porque las estructuras de poder que tenemos todavía son herederas de todo ese tiempo: la lucha entre la ciencia y el poder que estamos viendo ahora mismo, la negación del cambio climático o la era Trump, donde la mentira era más convincente y agradable que la verdad.

También me interesaba recalcar que la mayoría de las víctimas de la Inquisición eran mujeres que salían de su rol y se empoderaban. Es una maldición que seguimos sufriendo, tratamos mal a quienes nos dan la vida y visto desde fuera es monstruoso. Esa sumisión, esa opresión, es algo que quería mostrar y reivindicar.

Para el protagonista, los libros, los diarios y los textos que escribe son muy preciados y siempre le acompañan, en formato físico e influyéndole a nivel personal. ¿Compartes esa devoción por el libro como objeto tangible?          

Cuando terminé la novela empecé a leer cosas diversas, cogí El infinito en un junco de Irene Vallejo, una obra muy interesante. Es la historia de nuestra civilización a través de la necesidad del relato, de cómo se convierte en algo físico, de entender cómo se transmitían las historias de pueblo en pueblo, cómo iban cambiando con la necesidad de recibir la atención de la gente y cómo aquello pasa a las piedras, a papiros o pergaminos y, finalmente, el libro llega a todo el mundo con la aparición de la imprenta.

El libro somos nosotros, es algo muy antiguo, me cuesta creer que pueda desaparecer. Igual que la libertad poderosa de no necesitar nada más que un papel y un bolígrafo para crear un mundo, que un objeto en el bolsillo para inventar de nuevo el mundo con la lectura de un libro creado por un escritor. Como dice Salvador en la obra sobre los libros que lleva consigo, cualquiera que los abra y los mire podrá entenderlo y saber quién es. No se trata de una estructura artificial, es parte de nosotros, y como objeto físico creo que es una de las máximas expresiones de la libertad.

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Si tuvieras la oportunidad de modificar algún hecho de tu vida, ¿lo harías? ¿Te gustaría saber qué habría pasado si hubieras elegido un camino diferente?      

Seguramente tendría la tentación de cambiar algunas cosas. La vida comporta un aprendizaje y desde la mirada a posteriori siempre es más fácil pensar lo que podrías haber hecho mejor. Pero existiría el peligro de ese Efecto Mariposa en el que un pequeño detalle lo destruye todo. Cambiar el curso de los acontecimientos no es tan sencillo como cambiar una coma porque aquella coma puede alterar el sentido de toda la frase.  

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