Gobernar Barcelona mejor sola que acompañada
Las elecciones del 21-D son claves para Catalunya y para la capital
11 diciembre, 2017 12:44Noticias relacionadas
Pocos días antes del inicio de campaña del 21-D, la militancia de Barcelona En Comú recibía una carta de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. El mensaje era claro: “Estas elecciones son clave para Cataluña, pero también para Barcelona”. Colau resumía en pocas líneas su acción de gobierno destacando el aumento en un 50% de la inversión social del consistorio, la regulación de la actividad hotelera con la aplicación del PEUAT, la gratuidad del 010, la congelación del IBI para la mayoría de los barceloneses, la creación de nuevos carriles bici y de una funeraria pública, el cambio en las normas de participación y el desbloqueo de proyectos de gran importancia para la ciudad como Glòries o la pacificación de la Meridiana. Todo esto y mucho más se ha conseguido, añadía Colau, plantando cara a la Ley Montoro que busca “ahogar la soberanía municipal” a través del control de sus cuentas al céntimo.
En su lista de objetivos alcanzados a pesar de la coyuntura política actual, Colau también recordaba que el consistorio ha tenido que asumir competencias que corresponden a la Generalitat. Siguiendo con su sinuosa estrategia de nadar y guardar la ropa, la alcaldesa no cargaba excesivamente las tintas contra el gobierno catalán pero sí que le reprochaba haber supeditado la agenda social a la nacional. De ahí que insistiera en que el 21-D es la oportunidad para que surja una propuesta de gobierno que “defienda la soberanía y el derecho a decidir de Cataluña y a la vez no renuncie a construir un proyecto de futuro compartido con el resto de los pueblos de España”. Esta propuesta la representa Xavier Domènech pero, vistos los sondeos electorales, a lo máximo que puede aspirar hasta el momento es a tener la llave de la gobernabilidad y esto supondría el fin de la equidistancia de los comunes.
SOÑAR ES GRATIS HASTA LA NOCHE DEL 21-D
Colau acababa su misiva invitando al lector a imaginar cómo sería una Cataluña gobernada por los mismos que gobiernan Barcelona o qué beneficios obtendría la ciudad condal de tener a Domènech como futuro presidente de la Generalitat. Hasta el próximo jueves 21 de diciembre que cada uno imagine lo que quiera. La realidad de los resultados electorales ya se encargará de despertarnos. De momento, si hay algo claro es que el futuro gobierno catalán se tendrá que construir a partir de complejas alianzas postelectorales sintiendo en el cogote el gélido viento del artículo 155 que sopla desde La Moncloa. Las encuestas de intención de voto apuntan a lo que todos sabemos desde hace meses: una división ideológica de Cataluña en dos bloques irreconciliables. En el medio, como el embutido del bocadillo, el proyecto apadrinado por Ada Colau es el único que no habla ni de patrias ni de banderas, pero tampoco está teniendo mucho éxito porque en momentos de crispación como los actuales sólo vende la descalificación del contrario.
En política no existen compartimientos estancos. Así que el resultado de las elecciones del 21-D influirá también en la gobernabilidad de Barcelona y no sólo por el grado de estabilidad y el sesgo ideológico que tenga el futuro interlocutor o interlocutora que presida el gobierno catalán. También volverá a plantear a Colau el dilema de si es mejor buscar alianzas estables con la oposición o es preferible seguir gobernando en solitario y con una fragilidad temeraria hasta las elecciones de la primavera de 2019. Las dos opciones siguen sobre la mesa desde la ruptura con el PSC y la dos son muy complicadas porque dependen de la imprevisible política catalana y de sus complejos pactos. Además, se añade un nuevo elemento de distorsión que todavía hace más difícil tomar una decisión y que tiene que ver con el hecho que el siguiente horizonte electoral es precisamente el de la contienda municipal.
DESHOJANDO LA MARGARITA DE LOS PACTOS
Aunque improbable, si BComú optase por repetir la traumática experiencia de un pacto estable hasta el fin de la legislatura, los dos únicos y lógicos aspirantes serían de nuevo PSC y ERC. Plantear a estas alturas cualquier otra pareja política de baile sería tan absurdo como carente de lógica porque programáticamente hablando les separa un abismo aunque el partido que lidera Xavier Trias se haya ofrecido a apoyar a Colau desde fuera.
Para reeditar un acuerdo con el PSC de Jaume Collboni, Colau no sólo tendría que reconstruir los puentes destruidos el 13 de noviembre al tirar por la borda un año y medio de pacto de gobierno. También tendría que poner orden en su propia casa ya que parte de la militancia común –a excepción de la ecosocialista- ve a los socialistas con mucho recelo. El apoyo del partido de Miquel Iceta a la aplicación del artículo 155 ha sido la razón principal de la ruptura pero no la única. Los dos partidos han gobernado sus regidurías como un reino de taifas y el modelo de ciudad que defiende Collboni no tiene nada que ver con el que predica Colau. Sin embargo, pese a todas estas diferencias el 13 de mayo del 2016 firmaban la propuesta de acuerdo de gobierno de izquierdas por Barcelona y la ciudad sigue necesitando de políticas públicas para combatir el paro y las desigualdades sociales.
Poco ha cambiado el panorama desde mediados del mes pasado. El intercambio de reproches entre los dos partidos protagonistas del amargo divorcio ha sido continuo. Los socialistas no dejan de repetir que Colau ha roto un acuerdo de gobierno que funcionaba con el único objetivo de ponerse del lado independentista aunque disimulan que sus cuatro regidores tampoco daban la estabilidad necesaria a Colau para gobernar sin ataduras. Acusan a la alcaldesa de haber sacrificado la gobernabilidad de la ciudad con el fin de dejar las manos libres al presidenciable Domènech para que éste pueda negociar después del 21-D con menos lastre. Algunos incluso apuntan a un pacto secreto con ERC que se habría cocinado en Madrid a fuego lento con Pablo Iglesias y Joan Tardà como maestros de ceremonias. Sin embargo, la estrambótica posibilidad de que Catalunya En Comú puede convertirse en la bisagra que una a los republicanos con los socialistas ha hecho que las críticas de Collboni al equipo de Colau se hayan mantenido siempre en un correcto nivel político sin llegar nunca al descalificativo personal.
Al otro lado de la balanza se sitúan los republicanos. Los sondeos del 21-D les dan vencedores por la mínima pero todavía quedan días de campaña y parece ser que la candidatura que pilota Carles Puigdemont desde Bruselas les está comiendo terreno. En el caso de Barcelona, la antipatía entre Ada Colau y el imprevisible Alfred Bosch es manifiesta sobre todo después del pacto con el PSC. A diferencia de Collboni, las críticas del líder del grupo municipal republicano al acuerdo con los socialistas sonaron más a reproches de un amante despechado que a otra cosa. Bosch prometió hacer una oposición dura y contundente hasta el final de la legislatura municipal y lo ha mantenido hasta la ruptura con los socialistas.
Además, en este último caso se suman dos factores que no ayudan a disipar la desconfianza mutua: unos republicanos crecidos por una previsible victoria en las catalanas y el hecho que algunos ya vaticinen su sorpasso en Barcelona. Esto último lo revelaba una encuesta que publicaba el diario La Razón el pasado 19 de noviembre. Según el sondeo, el partido de Colau bajaría de 11 a o 8 regidores mientras que ERC pasaría de 5 a 8 con una intención de voto en ascenso hasta el punto de superar al partido de la actual alcaldesa si aprovecha el año y medio que queda para vender la idea de voto útil del independentismo al electorado de la CUP. Por lo que respecta al resto de grupos, Demócratas y socialistas obtendrían 6 regidores mientras que Ciudadanos podría llegar también a los 8 en detrimento de los populares.
SEGUIR EQUIDISTANTE HASTA QUE EL CUERPO AGUANTE
Con este panorama político es difícil plantearse pactos. Ada Colau es muy ambiciosa y no se imagina haciendo de Trias en el banquillo de la oposición después de haber sido alcaldesa de Barcelona, así que la opción que gana puntos es gobernar en solitario intentando dejar a Barcelona al margen de las trifulcas que se produzcan al otro lado de la plaza Sant Jaume. Esta es, de momento, la opción política que tiene más apoyos entre la militancia y la dirección de BComú porque les permitirá seguir manteniéndose equidistante de todos, incluso de lo que decida finalmente Xavier Domènech, y al mismo tiempo dará un cierto margen para diseñar una estrategia para intentar parar los pies a una impetuosa Esquerra Republicana.
Es cierto que gobernar en minoría buscando apoyos constantemente para evitar el bloqueo de los proyectos con una oposición que ya está pensando en elecciones es arriesgado. Sin embargo, parece ser que es preferible congelar algunas promesas electorales que retratarse abiertamente con los constitucionalistas o los independentistas porque eso significaría renunciar a una parte del electorado barcelonés y al pedigrí de transversalidad que vende BComú. Gestionar Barcelona es muy estresante con 11 regidores, pero duele mucho más perder una vez que has ganado. Y Ada Colau tiene todavía un año largo por delante para intentar demostrar que se merece la confianza del electorado para un segundo mandato.