Son muchos los que piensan que para Ada Colau la alcaldía de Barcelona no es más que un trampolín para impulsar su carrera política particular porque aspira a más altas cotas de poder (quien sabe si a disputarle el liderato de Podemos al propio Pablo Iglesias). Hay quien por el contrario piensa que el traje de alcaldesa no le ajusta bien porque nunca ha podido despojarse del viso de activista. Lo cierto es que llega al cambio de año muy justa de fuerzas tras la debacle de los comunes en 21-D, desgastada por su propia ambigüedad y sus propias contradicciones y más sola que nunca, tras la ruptura del pacto con el PSC. Y lo que es aún peor: con la ciudadanía de uñas con su gestión.
Si Colau había jugado la carta de que Catalunya en Comú, la formación que apadrina, iba a ser decisiva en la Generalitat y que eso le iba garantizar de la gobernabilidad en el Ayuntamiento de Barcelona pese al divorcio con los socialistas, se equivocó, fue la guinda a una serie de malas decisiones como la de no mojarse ni con los constitucionalistas ni con los independentistas. Ahora mismo, su posición es tan frágil que no tiene asegurado que ninguna formación política apoye sus presupuestos, pero tampoco ninguno de sus proyectos estrellas -como el tranvía por la Diagonal, la remunicipalización de servicios o la funeraria pública- acabe viendo la luz. Así, la alcaldesa y su equipo parece abocada a la vía unilateral, esa que tan malos resultados le ha dado hasta las postrimerias de este 2017 que no ha sido un buen año para la alcaldesa.
Y es que los antecedentes de dos años y medio de mandato no juegan a su favor. Cada que vez que ha dado un paso sin preguntar antes a nadie, la historia no ha acabado bien. Ahí están los ejemplos de la superilla del Poblenou (que tiene en pie de guerra a los vecinos) o la paralización de las obras de Glòries y su nueva licitación, que parece condenada a pasar por los tribunales, con un resultado incierto, o la regulación de las terrazas o la mismísima moratoria hotelera con la que debutó como gestora política y que derivó en un PEUAT que sus antiguos socios del PSC ya han pedido revisar.
UN TRANVÍA EN VÍA MUERTA POR LA DIAGONAL
Pasan los meses, pasan los días y más allá del enfado vecinal generalizado, no se ven los resultados de las políticas de la alcaldesa ni de sus promesas. Es lo que ocurre con el proyecto del tranvía de la Diagonal, que sigue encallado en la vía muerta de una comisión técnica de la que difícilmente saldrá una solución de consenso. Y si no se mueve rápido ficha, nadie confía en que Colau se atreva a poner la Diagonal patas arriba para implantar el tranvía con las elecciones municipales a la vuelta de la esquina. Y más, sin la certeza de que va a ser ella quien presida la inauguración de la infraestructura, si no llega antes de que se pongan las urnas del 2019.
Tampoco se ven grandes avances en construcción de vivienda pública, uno de los grandes caballos de batalla de los comunes, ni se han podido erradicar los desahucios. Tampoco se ha conseguido poner coto a la subida de los alquileres ni de las compraventas, aunque hay algunos indicadores que aseguran que los precios se han estancado en el último trimestre del 2017. El problema de la falta vivienda ha degenerado en otra pesadilla para los vecinos: los okupas que se instalan con impunidad en los pisos vacíos y dinamitan la convivencia en los barrios, como está pasando en el Raval o en Ciutat Meridiana.
Colau también se ha quedado sola en la defensa de una funeraria municipal, ningún grupo se la apoya porque entienden que no ayudaría a abaratar el precio de los servicios. Los problemas de la alcaldesa con los servicios funerarios no acaban ahí, ya que su concejal de Presidencia, Eloi Badia, ha sido incapaz de gestionar correctamente la crisis provocada por el derrumbe de 144 nichos en el cementerio de Montjuïc, que provocó que los restos óseos de unos 340 cadáveres quedaran al descubierto y se mezclaran entre ellos.
PROCESOS PARTICIPATIVOS DE CARA A LA GALERÍA
Pero donde menos simpatías parece despertar ahora mismo la alcaldesa es en el mundillo que la encumbró: el de los movimientos vecinales. Vecinos y entidades se quejan de que el equipo de gobierno toma las decisiones importantes de espaldas a ellos, sin consultarles y sin escuchan antes sus propuestas, porque los aclamados procesos participativos han acabado en meros escaparates propagandísticos de cara a la galería que ya tenían el resultado decidido de antemano. Justamente lo que ocurrió con el Plan de Actuación Municipal (PAM) que no incluyó la cobertura de la ronda de Dalt pese a ser la propuesta más votada.
En cada distrito, tiene al menos un frente abierto con los vecinos y movilizaciones aseguradas para lo que queda de mandato. Los barrios que tienen pendiente de ejecución una superilla -como el de Sant Antoni- temen que el proyecto acabe tan mal como el ensayado en el Poblenou y no haga sino disparar la espiral de precios de los pisos, con la reapertura de su popular mercado en el horizonte. Tampoco van a bajar los brazos los vecinos del Eixample, que quieren ser escuchados en todo lo que se refiera al uso de los terrenos de la cárcel Model y no piensan pasar ni una. También hay descontento en Ciutat Vella por la proliferación de los narcopisos, en Sants por la persistencia de Can Vies, en La Marina porque parece que las nuevas prisiones van a llegar al barrio antes que la línea L10 del metro, en la Vila Olímpica por el macro-albergue o en Gràcia, por el deterioro del Park Güell, por citar algunos ejemplos. Pero hay más: el Espai Barça en Les Corts, el canódromo de Sant Andreu, la apertura de una mezquita en Nou Barris (contra la que se han prohibido las caceroladas)...
Demasiadas piedras en el camino de la líder de los comunes barceloneses como para que llegue sin demasiados sobresaltos a la meta de las municipales del 2019, unos comicios donde Colau se lo va a jugar todo. Y sin el comodín de ser decisiva en la Generalitat. La situación económica no le es propicia. Que Barcelona no haya conseguido ser a sede de la Agencia Europea del Medicamento (EMA) ha caído como un jarro de agua fría en una ciudad que pierde fuelle desde la celebración del referéndum ilegal de 1-O debido a la inestabilidad política y a la inseguridad jurídica que acarreó. Se van empresas, baja el turismo y sobrevuela de nuevo el fantasma de la recesión y la caída del consumo pero a la alcaldesa no parece importarle demasiado.
ACOSO Y DERRIBO DEL INDEPENDENTISMO
Lo mismo es que tiene otras preocupaciones de mayor calado. Como por ejemplo asegurarse que sigue al frente de la alcaldía durante todo el mandato. Los partidos independentistas se lo están poniendo difícil y están obligando a Ada Colau a bailar al son que ellos tocan (como divorciarse del socialista Collboni) a cambio de no se sabe bien qué. Se especula con que detrás de estas maniobras se esconde la formación de un gobierno con una mayoría holgada con los independentistas (que nadie corrobora en público) e incluso no se descarta que el bloque separatista acabe lanzando una OPA hostil a Colau, una auténtica operación de acoso y derribo para arrebatarle la alcaldía, bien cuando esté a punto de finalizar el mandato, bien en las próximas elecciones... Un futuro demasiado incierto, porque muchos son los peligros a los que se enfrenta la alcaldesa. Sobre todo para estar tan sola.