Si la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau (Barcelona en Comú) tiene un enemigo público número uno ese es sin duda Ciutadans (Cs). Ni se molesta en disimularlo. A la mínima ocasión pone a los de Cs a caer de un burro y los desprecia como si se tratara de apestados. Y si además tuviera que ponerle cara a ese enemigo, la alcaldesa lo tendría claro: elegiría una terna de nombres -uno para cada cabeza de su Cancebero particular-: Albert Rivera (presidente del partido naranja), Juan Carlos Girauta (diputado de Cs en el Congreso de los Diputados por Barcelona) y, sobre todo, Carina Mejías (presidenta del grupo municipal de Ciutadans en el Ayuntamiento de Barcelona). Los odia de forma visceral. Pero es algo recíproco. Para Ciutadans, Colau es la reencarnación de todos los males, una plaga bíblica.
El enfrentamiento no es nuevo, viene de lejos y más bien va a más, se recrudece a medida que se acercan los comicios del 2019, que han de ser la reválida de Colau o su fin. La enemistad entre ambos partidos empezó a fraguarse tras las elecciones al Parlamento Europeo de 2014. Fue entonces cuando el desconocido Podemos de Pablo Iglesias (alter ego de los comuns de BeC en Barcelona) y Ciutadans empezaron a ser tomados en serio en el ruedo político españoll por sus resultados electorales, por sus espectativas y porque podían hacer añicos el bipartidismo que lleva gobernando España desde el inicio de la Transición. “Nueva política”, se autodefinieron los dos movimientos, aduciendo a que no tenían el lastre de años de corruptelas en las mochilas como otras formaciones y porque parecía que venir a insuflar sabia nueva, aire fresco a la política española.
Al principio parecía que podían entenderse. Pablo Echenique, por ejemplo, fue militante de Ciudadanos antes que de Podemos, lo que vendría a demostrar que sus bases ideológicas tampoco son tan dispares. Pero en el paso de convidados de piedra de los escrutinios a alternativa política con posibilidades, ambos partidos se convirtieron en enemigos acérrimos, elevados a la categoría de implacables en las redes sociales. Pero en unos lugares más que en otros, de forma asimétrica. Así, en Madrid la alcaldesa Manuela Carmena mantiene una relación cordial con la líder naranja en el consistorio, Begoña Villacís. Mientras que Barcelona está en las antípodas. En la ciudad condal las dos formaciones mantienen una pertinaz guerra de trincheras, sin tregua, sin darse el más mínimo respiro.
EL DETONANTE DE LAS RATAS
Aunque la primera en disparar, la primera en marcar una línea roja entre los dos partidos fue la propia Colau. Sucedió durante la campaña electoral de las municipales de 2015, y de aquellos polvos vinieron estos lodos. En un miting, la que sería alcaldesa llamó “ratas” a Rivera, a Girauta y a Mejías, sin cortarse un pelo. Y los naranjas no lo olvidan. De hecho, no pueden olvidarlo, porque desde esa infame fecha la lista de ofensas ha ido in crescendo. Y es que los peores descalificativos de la alcaldesa, los más ácidos y sangrantes, se los lleva siempre Carina Mejías o, en su defecto, alguno de sus compañeros de partido.
Nada más arrancar la legislatura municipal barcelonesa, en verano del 2015, ya quedó patente que para el gobierno de BeC, la formación de Rivera era el último mono, y sus concejales unos mindundis a los que había que ningunear por encima de todas las cosas. De hecho Colau solo ha recurrido a los naranjas en un par de ocasiones desde que se hizo con la vara de alcaldesa y siempre ha sido porque no le quedaba más remedio, tras el desplante de sus socios naturales y preferentes: los independentistas. El resto han sido intercambios de zascas, en plan partido de tenis.
El enfrentamiento ha llevado a que tanto la alcaldesa como su lugarteniente, el primer teniente de alcalde, Gerardo Pisarello, no se lo hayan pensado dos veces a la hora de faltar al respeto a Carina Mejías en los plenos municipales, con intervenciones muy subidas de tono, incluso crueles. Tanto, que en una ocasión el exalcalde convergente, Xavier Trias, susurró por lo bajini que el comportamiento y las palabras de Ada Colau, y la forma con la que había tratado a la líder del tercer partido más votado del consistorio, eran “indignas” de una alcaldesa. En contraposición, los narajnas nunca desaprovechan una ocasión para llamar “fracasAda” a la alcaldesa a la mínima que pueden, léase el malogrado tranvía de la Diagonal, la multiconsulta, el Plan de Actuación Municipal (PAM) o los presupuestos.
EL MALEDUCADO PISARELLO
Pisarello tampoco ha tenido manías a la hora de humillar a Mejías, haciendo constantemente gala de una mala educación rayana en lo barriobajero. El último golpe bajo del teniente de alcalde a la presidenta del grupo municipal de Cs fue decirle en francés en el transcurso de un pleno que pintaba bien poco en la política global, una puya que hacía referencia a la posibilidad de que el exprimer ministro francés Manuel Valls sea el próximo alcaldable de Ciutadans por Barcelona en detrimento de Mejías. “Es usted un maleducado”, le respondió la edil.
En la campaña de las generales de 2016 la alcaldesa volvió a arremeter contra Albert Rivera, del que dijo que se tenía “que lavar la boca para decir sí se puede”. Ahí Colau cruzó definitivamente el umbral de lo permisible y desde entonces las consignas de la dirección de Ciutadans fueron claras, nítidas y meridianas: “a Colau, ni agua”. Y la orden se ha cumplido a rajatabla, ni un apoyo a sus proyectos. Con una única excepción, dada su vital importancia social: el Plan de Vivienda. Pero ese arrebato de generosidad tampoco les ha valido de mucho a los de Rivera porque nunca han sido invitados a ninguna reunión para hablar de vivienda ni de desahucios como hace unos días denunciaba la concejal de Cs, Marilén Barceló vía Twitter.
El tuit de Barceló hay que enmarcarlo dentro de la última gran batalla dialéctica que han protagonizado hace un par de a propósito de la visita de Ada Colau al Congreso de los Diputados para vender una propuesta de reforma de la Ley de Arrendamientos Urbanos (LAU) que ni siquiera tenía en apoyo del plenario barcelonés. Con habilidad, el diputado Girauta remitió una carta a la alcaldesa en la que venía a decirle que no se molestara en llamar a su puerta porque no la iba a recibir. Primero, porque en cuestión de okupas tenían planteamientos ideológicos divergentes y segundo, porque los temas municipales los tenía que tratar con Carina Mejías.
INDIFERENCIA POR EL PROBLEMA DEL ALQUILER
El desplante encendió a Colau que en cuanto tuvo a las cámaras y los micrófonos delante acusó a Ciutadans de anteponer sus intereses de partido a los de Barcelona. “¿Es que a ciudadanos no le importa Barcelona? ¿Le da igual el problema de los alquileres, que amenaza a miles de vecinos en las grandes ciudades del Estado?” repitió todas las veces que pudo.
La respuesta de Ciutadans a la respuesta de Colau también fue a la yugular: ¿Con qué legitimidad podía quejarse la alcaldesa de que Girauta no la había querido recibir “cuando ella es la primera que no recibe a ningún colectivo de la ciudad?". La mordaz contestación naranja fue de inmediato suscrita en las redes sociales por los muchos de los colectivos a los que Colau no abre las puertas. “Colau no nos recibe a nosotros y no se pone roja”, aseguró uno de los sindicatos de la Guàrdia Urbana barcelonesa en Twitter.
El rifirrafe a colación del portazo de Girauta a Colau no parece que vaya a ser el último. Ni tampoco Carina Mejías se va a quedar de brazos cruzados. Ni Colau ni Pisarello. Más bien al contrario. Parece que señala cómo van a ir las cosas entre las dos formaciones a partir de ahora: a peor. La animadversión entre ambos acabará siendo congénita. Preparen las palomitas.