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Asentamiento chabolista en Sant Andreu

Asentamiento chabolista en Sant Andreu SIMÓN SÁNCHEZ Barcelona

Opinión

Nómadas urbanos

"A las ciudades que reciben turistas no les gustan los pobres. Como las familias pequeñoburguesas, los rechazan porque dan mala imagen"

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Dicen los prehistoriadores que el hombre fue primero nómada y luego se hizo sedentario. Domesticó animales y plantas y mejoró sus condiciones de vida, permitiendo el crecimiento demográfico.

En cierto sentido, pues, el sedentarismo sería una especie de progreso respecto al nomadismo. Al menos, respecto al nomadismo obligado.

La gracia de Barcelona es bien sabido, consiste en que tiene de todo. En ella se puede conseguir desde un alfiler a un elefante, que decía la publicidad de unas tiendas instaladas en el entorno del Pla de Palau, y dio título a un cuento de Vázquez Montalbán. Ahora Barcelona tiene además nómadas. Obligados.

Los turistas pueden admirarse ante las obras eternas de la Sagrada Familia, los insólitos comestibles del mercado de la Boqueria, los trabajos en las calles distribuidos por toda la ciudad y, ahora también, viajar a la prehistoria para contemplar la vida nómada.

En los últimos meses se han detectado -y a veces desalojado- asentamientos nómadas en la Ciutadella, en el parque de Joan Miró, en las terminales del aeropuerto, en naves abandonadas, en el parque de la Estación del Nord, en la Zona Franca, incluso en un área tan céntrica como la calle de Numància, entre Berlín y la avenida de Roma.

La solución aplicada hasta el momento ha resultado perfectamente inútil. Los pobres obligados a acampar aquí o allá no encuentran un alojamiento por el simple hecho de que los visiten los guardias para decirles que se vayan.

Se van, pero a otro sitio de similares o peores características.

Salvador Illa acaba de anunciar esta semana su voluntad de acometer el problema de la vivienda. Bien está, pero no es un problema aislado. Tiene una causa: la pobreza.

Quienes malviven bajo una lona o entre dos cartones no lo hacen por espíritu de aventura sino porque no tienen otras posibilidades.

A las ciudades que reciben turistas no les gustan los pobres. Como las familias pequeñoburguesas, los rechazan porque dan mala imagen. Eso, la imagen, es lo que cuenta. Que no se les vea, que queda feo; que no se perciba que la organización de la convivencia genera grandes desigualdades.

Estos pobres, sin embargo, tienen una gran virtud respecto a otros. No se manifiestan. Acampan, sobreviven y callan, tratando de pasar desapercibidos el mayor tiempo posible. Sólo hablan cuando se les acerca un micrófono, una cámara. Pero a diferencia del autodenominado Sindicato de Inquilinos, no buscan protagonismo alguno.

Si además de pobres son extranjeros saben que son mal vistos por buena parte de la población. Esa parte que vota a Vox o a Aliança Catalana. Unos partidos que proponen que a los de “fuera” se les expulse porque, aseguran, viven de subsidios, quitándoselos a los de “dentro”. Y si se les da carrete, añaden que se lo gastan en vino.

Al margen de la xenofobia que supone distinguir entre los de dentro y los de fuera, ese discurso lleva implícita la aceptación de la pobreza, pero no propone medida alguna ni para suprimirla ni siquiera para paliarla.

Se comprende: Vox y Aliança Catalana son partidos que se definen como cristianos. Nada se mueve en la tierra sin la voluntad divina, de forma que si hay desgraciados que carecen de casi todo es porque su Dios, bondad infinita, así lo quiere.

Si se dispusiera de árboles genealógicos fiables, probablemente se podría comprobar que esos nuevos nómadas, pobres de solemnidad, son descendientes de Caín, el que mató a su hermano y fue condenado a vagar eternamente.

Hace un tiempo, un clérigo inglés, Robert Filmer, escribió un librito titulado Patriarca para demostrar que la familia real inglesa desciende de Adán y Eva en línea de primogenitura. Con las mismas, se verá que los pobres descienden de Caín.

Por eso son sospechosos de tener genes delictivos: pobres, nómadas y malos.

Así los contempla la ultraderecha. Y ahora también la derecha, que decía que no era ultra, la del PP de Alberto Núñez Feijóo, que se apunta a asociar inmigración y delincuencia.

Quizás habría que recordarlos que el fundador de su religión tuvo que emigrar cuando era niño. Al menos eso cuentan los evangelios: que Jesús, José y María abandonaron Israel para ir a Egipto y salvarse así de la persecución de Herodes.

Herodes, vaya tipo. Se cargaba a los niños sin distinción de origen, no como su sucesor, Netanyahu, que sólo asesina a los palestinos.

Ahí se ve el progreso: en saber distinguir entre los de aquí y los de allá y los de ninguna parte.

Sólo los de aquí son miembros del pueblo elegido. Por méritos propios.