El ínclito ministro de Información y Turismo del dictador Francisco Franco fue el responsable, durante la época conocida como el desarrollismo, de cierta relajación en los usos y costumbres de la moda de baño. De ahí la expresión que encabeza este artículo. No obstante, la capacidad de sortear la censura ha llevado a situaciones divertidas (sobre todo cuando se hace con ingenio) tanto en plena dictadura como en democracia. Y Barcelona ha protagonizado alguna de las más hilarantes.
Recuerden, si no, la historia del mítico El Molino en el Paral·lel. Su nombre original, El Molino Rojo (una nada disimulada inspiración del cabaret parisino), tuvo que quedarse huérfano de color nada más entrar las tropas franquistas por la Diagonal. Y es que aquello de rojo no casaba muy bien con los nuevos tiempos, más bien grises.
Otra anécdota digna de mención es la que explicaba el periodista Néstor Luján. En una salida nocturna por la Barcelona más golfa, acompañado de quien sería premio Nobel de literatura Camilo José Cela, recordaba la primera toma de contacto que protagonizaron en un afamado meublé de la ciudad. Luján insistía a una de las chicas del local que estaba ante un ilustre “académico de la lengua”, a lo que la ingenua joven —tengan en cuenta el entorno— respondió: “¡Pues menudo guarro debe ser!”.
Claro que, ya en democracia, me quedo con un titular. Verán que no tiene desperdicio. Su autor es un periodista político. Escribió una crónica sobre el último viaje del rey emérito, Juan Carlos I. Y ya sabemos las precauciones que aún hoy se toman a la hora de publicar según qué noticias relacionadas con la familia real. En la foto que ilustraba el texto se veía al monarca besando a uno de los muchos príncipes saudíes que hay por la zona. El título: “Los amigos del Golfo”. Simplemente exquisito.
Y, acabo, volviendo al Paral·lel. En épocas ya remotas —tanto como picantes— vean el atrevido título que se le dio a una de las obras que allí se representaban: “Si la mama ve, que vingui”. Una alusión familiar que, tras una segunda lectura, nos descubre el verdadero (y descarado) segundo sentido que escondía la expresión. Por cierto, hasta el mismísimo Santiago Rusiñol (eso sí, bajo el pseudónimo Jordi de Peracamps) se abonó al género. Con tanto éxito que su incursión en el mundo del vodevil dio lugar a una secuela: “El senyor Josep falta a la dona” y “La senyora del senyor Josep falta a l’home”.
NOTA FINAL: Casandra, cuyos dotes de profetisa obtuvo del dios Apolo, rechazó entregarse a él una vez se había hecho con el don. La castigó condenándola a no ser creída por nadie. Ahora, rediviva en una tuitera de doble consonante, Cassandra, ha sido juzgada por publicar varios tuits. Cosas de la justicia española (o del mismísimo Apolo). Increíble, ¿verdad?