Cada vez tenemos más ansias por comunicar pero cada vez nos comunicamos peor. El éxito de la comunicación depende de que estemos presentes en la conversación. El oír no implica escuchar y el atender precisa observar (sentir) al emisor. Para empezar, porque las palabras sólo representan el 7% del impacto total de un mensaje frente al 55% de información que aporta el lenguaje no verbal (corporal, estético, escenográfico, protocolar…). Para continuar, porque el hecho de no tener a la persona enfrente, no tener la obligación o posibilidad de mirarla a los ojos, facilita el engaño y la mentira (de ahí el tremendo éxito de aplicaciones refugio como whatsapp, pese a la cantidad de malinterpretaciones que genera). Para acabar, porque no es lo mismo que nos declaremos o pidamos disculpas a la cara (valentía) que enviar un mail o un emoticono con un corazón o unas manos de súplica (cobardía).
“Segueixi, segueixi. Jo estic fent altres coses”, le respondió con desdén el primer teniente de alcalde a Sònia Recasens, concejala demócrata, cuando esta le pidió que la escuchara (mirara) mientras le interpelaba en la comisión de Economía y Hacienda del Ayuntamiento de Barcelona celebrada este martes. Gerardo Pisarello estaba entretenido con un móvil y, pese a que la presidenta de la comisión y líder del grupo municipal de Ciutadans, Carina Mejías, también le afeó su conducta; el número dos de Ada Colau prefirió seguir pendiente de la pantalla antes que de la realidad (miles de ciudadanos representados) que tenía enfrente.
Ya sea por ignorancia o despecho, la falta de educación y respeto sólo desacredita a uno mismo (no al adversario) y la causa que defiende (lleve o no razón). Y aunque tratemos este tema de la omnipresencia de dispositivos digitales por el desaire de Pisarello a Recasens, vaya el reproche a todos los cargos públicos y funcionarios que creen estar exentos de acatar las normas básicas de comportamiento y disciplina que se nos exigen a los demás, tanto en la empresa privada como en cualquier otra relación dentro de una comunidad social.
Ya sea por ignorancia o despecho, la falta de educación y respeto sólo desacredita a uno mismo (no al adversario) y la causa que defiende (lleve o no razón).
Con la excusa de las responsabilidades laborales, el móvil reposa desde hace demasiado tiempo sobre escaños, mesas de reuniones, manteles y dormitorios. Seguramente seamos ya incapaces de ofrecer algo más interesante de lo que al otro le proporcione ese teléfono móvil "inteligente". Sin embargo, a muchos tampoco les apetece gastar su bien más preciado (tiempo) con alguien que prefiere estar en cualquier otro lugar o momento mientras debería estar preocupándose o disfrutando del aquí y ahora. Pisarello (urbi et orbi), apaga el maldito móvil.