Este verano se cumplen 200 años de las populares Festes de Gràcia. Me río un rato de la efeméride en el bar Pietro con los asiduos, no paran de hacer bromas. Alguien dice que la fecha la han pillado por los pelos de una publicación de 1817, de cuando se celebraba algo minúsculo para homenajear a la mare de Déu d’agost que poco tenía que ver con la fiesta que se convertiría en estandarte del barrio. Un señor grita cervecita en mano que el bicentenario es puro postureo, otro con una coca-cola light replica que qué importa, y un tercero de vermut que habría que recordar lo bueno de Gràcia más allá de lo folclórico y las modas: igual que brindamos y conversamos hoy, así se ha hecho este barrio.
Manos a la obra, vamos a conversar por ahí.
Tras criticar un rato el oportunismo de las efemérides y al ayuntamiento, terminamos filosofando, que para eso estamos en un bar de barrio.
La primera reflexión gira en torno a lo mucho que ha cambiado el barrio debido al encarecimiento de los alquileres y la gentrificación. Esa es la parte pesimista. Está de moda hablar de la gentrificación y sus perversas consecuencias, en plan apocalíptico. Gentrificación. Un término que proviene del inglés gentry y que se puede traducir como alta burguesía o nobleza, los pijos para entendernos, y que tiene que ver con el desplazamiento de los habitantes de un barrio de clase rural o obrera fuera del mismo para ser ocupado por habitantes de alto poder adquisitivo. La gentrificación es el aburguesamiento, aristocratización de un barrio, el elitismo. ¿Es eso lo que sucede en Gràcia?
Sucede, pero no es lo único. Podría parecer que sí, pero un pequeño sector a la derecha de la barra defiende que no, que hay más y que es muy positivo lo que sucede. El verdadero hacer y sentir de los vecinos de toda la vida merece una reflexión al margen, dicen. Vamos a analizar con ellos.
En efecto, el barrio está lleno de nouvinguts con dinero que alquilan los pisos a un precio prohibitivo, y por su culpa muchos son los jóvenes que han tenido que marcharse de Gràcia a zonas más baratas.
Pero no es todo. Hay una resistencia de vecinos que han sabido quedarse y que se han hecho fuertes a la manera antigua, tradicional y auténtica del barrio. Hay vecinos sabios.
Se abren nuevos locales y comercios cada trimestre, se cierran otros. Los sueldos han bajado muchísimo y han subido los alquileres de viviendas y locales que da miedo, sí, pero eso se suple con la vida en la calle, la compañía. Hay traspasos entre conocidos de toda la vida, hay camareros que encuentran trabajo porque los respectivos padres o vecinos son amigos de toda la vida.
Eso se ha mantenido incólume estos 200 años, y ahí reside la actual fuerza del Barri de Gràcia. En el asociacionismo bien entendido. Un asociacionismo que se está reforzando, afirman, y eso es lo que salvará el barrio de la gentrificación.
Este bar en el que nos encontramos, el bar Pietro, es un vector de ello, por eso esta conversación va a lo concreto.
El Pietro era un bar de toda la vida. Lo cogieron hace apenas tres años un grupo de jóvenes y lo han convertido en uno de los bares más populares del barrio a la manera antigua. No es de diseño, no tiene la menor intención de atraer a los turistas y funciona. ¿Por qué? Porque han entendido desde el principio que están en un barrio de origen rural, pobre y poco aburguesado y, conscientes de ello, sus responsables han logrado algo que hacía tiempo que no se daba en Gràcia: todos los propietarios de locales de toda la vida o locales nuevos con valores de autenticidad se conocen y se comunican con los clientes de toda la vida y entre sí.
En el Bar Pietro toman el café los de las associacions de veïns, aquí se pasan contactos de pisos en alquiler a precios razonables los jóvenes, aquí se acuerdan soluciones reales para aplacar el ruido nocturno, comentan las peripecias los jubilados con café con leche templada y sacarina. Un cortado con tostadas de aceite de oliva. Y se confabulan los comerciantes y dueños de locales para echarse una mano cada vez que hay un problema. Eso marca.
Nada de reuniones oficiales y frías. Se comenta el día a día a diario. Así han pervivido las entidades cívicas y modestas asociaciones vecinales que convierten Gràcia en uno de los más reivindicativos de la ciudad. Así la plataforma de oposición al exceso de oportunismo económico de la reforma del Mercat de l’Abaceria se ha hecho fuerte, por ejemplo.
Sí. El Pietro es más que un bar. Más que los sobres de azúcar y los posavasos con el logo, las pizarras descoloridas, el servilletero de metal. Es en punto de reunión del barrio de todos estos asuntos que mejoran la economía del barrio con un método de lo más sencillo: son receptivos, majos y son listos, y con su actitud mejoran el barrio porque son amigos del barrio, de sus habitantes, de los demás locales. Amigos de veras. Se interesan por los demás, se asocian, participan, ayudan.
Es ilustrativo conocer esta red de interacción social y de sentido de comunidad. En vez de ir de estrellas y “a lo suyo”, los del bar Pietro son inquietos, se nutren de la amistad local y consultan para tomar decisiones sobre lo que ofrecen, para recomendar lo que no ofrecen, y de este modo se convierten año tras año en socialmente más comprometidos y contentos y más propensos a confiar en otros.
El Pietro es el bar en cuya barra se reúnen habitantes del barrio y los propietarios de otros bares y locales, y muchos acuden antes o después a la Pizzeria Lucània, la que está entre la Plaça Revolució y el TeatreNeu. Una pizzeria que lleva más de 25 años en el mismo sitio, en el mismo barrio y con la misma formula, aunque los italianos estén abriendo pizzerías sin parar. Y al modesto Frankfurt de toda la vida, del matrimonio de la calle Puigmartí, donde muchos se acercan a por la cena envuelta en papel albal. O a otra pizzería, Messié Pizza. O al Mama’s Café. Y luego una copa en la afrancesada coctelería Chatelet. Y la última en el Bar Canigó, inaugurado en la plaça de la Revolució en 1922 y que cierra tarde. Y el baile en el Almo2Bar, donde los propietarios de otros locales tienen acceso VIP, como en el Switch bar.
¿Es juerga? Sí, una juerga de bienestar de barrio. Esta ruta lúdico festiva es especial. Es una red de ayuda mutua para sobrevivir en el barrio, pues así es como el sentido de comunidad da lugar a una conciencia de participación para resolver problemas comunes. ¿Decibelios? ¿Multas? ¿Terrazas? ¿Música en vivo? ¿Sueldos de los camareros? ¿Proveedores majos y proveedores no tan majos? Todo se debate y comparte y así se mantiene alta la moral en un barrio tan de moda. La vida no es fácil, para ninguno de nosotros. Pero... ¡Qué importa! Hay que perseverar y, sobre todo, tener confianza.
La confianza es la clave y hay una ruta de retroalimentación de la confianza que implica también a la clientela y la educa.
Así los locales pequeños se hacen grandes y fuertes. Y se hace grande y fuerte el barrio. Con el sentido de comunidad que implica el sentimiento de pertenencia, de implicación personal, de integración y colaboración, de satisfacción de necesidades, la conexión y la participación. Todos son sinónimos de bienestar y los resultados lo demuestran: todos los locales de los que hemos hablado en esta columna son locales felices, estables, enriquecedores. El personal te saluda por tu nombre, recomienda marcharse a casa a los que están perjudicados, invita a una tapa a tu hijo o te pasa el teléfono de lo que sea que necesites en el barrio…
El barri de Gràcia es experto en esto, en ponerle sabor a la vida de esta manera, la de colaborar a la mediterránea, dando valor a lo colectivo por encima de las individualidades. Y es muy valioso: cuando la interacción social aumenta en el entorno inmediato (barrio, bloque, calle), las personas están más interesadas en la vida y en el bienestar del resto de sus vecinos. Brindemos por ello. Por los bares de la esquina que saben ser más que un bar y aplican el “hoy por ti y mañana por mí”. Toda una lección de vida.