El domingo saltaba el bombazo: el ex alcalde de Barcelona y actual portavoz del PDeCAT en el consistorio aparecía junto a sus padres y hermanos entre la extensa lista de los Paradise Papers. La Sexta y El Confidencial emitieron entonces una entrevista a Xavier Trias, realizada un par de días antes, en la que en directo se le informaba que su nombre figuraba en los papeles. Salvando las distancias, la pretensión de estos dos medios era provocar un remake de la viral reacción (nerviosismo, enojo y huida) del primer ministro de Islandia cuando The Guardian le preguntó por sorpresa sobre una cuenta en Panamá (y por la que posteriormente acabó dimitiendo).
Advierte Paul Ekman, el mayor experto en detectar el engaño a través de los microgestos, que es enormemente complicado afirmar con rotundidad si una persona está mintiendo. Es tan delicada la acusación, que los que nos dedicamos al análisis del lenguaje corporal sabemos que un único gesto, aunque nos pueda poner en alerta sobre una ausencia de sinceridad, no descubre al embustero (siempre hay que hacer el estudio de todo el conjunto de ademanes que se suceden, nunca por separado) y que no todas las personas responden igual (sea por formación, personalidad o características físicas; un mismo gesto puede significar cosas distintas en cada individuo).
Pero el domingo por la tarde, usuarios de las redes sociales e incluso la crónica política de algún informativo televisivo habían decretado que el fuerte temblor de manos y pies de Xavier Trias durante la entrevista era una señal irrefutable de que estaba mintiendo. Cualquier etólogo hubiera percibido enseguida que aquel tipo de convulsión -por la frecuencia y tipo de movimiento- era un trastorno y no una prueba incriminatoria; y cualquier politólogo o periodista debería saber -o por lo menos informarse antes de utilizar un temblor para lanzar acusaciones sobre alguien- que el ex alcalde padece una enfermedad hereditaria, a veces mal confundida con párkinson, desde los 15 años.
Por su parte, a Antonio Ferreras lo que le llamaba poderosamente la atención (le parecía raro y sospechoso) era que Trias no le hubiera arrancado instintivamente los papeles al entrevistador para comprobar que su nombre figuraba realmente en ellos. Y sí, quizá en un carácter temperamental sería el comportamiento lógico; pero no sería lo propio en un hombre de alta cuna y refinada educación (instruidos normalmente para que sus emociones, aún más las negativas, no se perciban).
“No tengo ni idea porque nunca me he cuidado de esto. Si esto es verdad, no tengo ni idea”, fue la fórmula verbal que Trias utilizó inteligentemente para protegerse de tal acusación (no lo niego, sólo digo que, en parte, lo desconozco). La falta de sinceridad o ocultación de la verdad del ex alcalde se intuía en el movimiento reiterado de negación con su cabeza (lo hacemos cuando queremos negar la realidad que nos disgusta, pero esa realidad no tiene porque ser falsa); en la compresión invertida de sus labios (no quiere hablar del tema porque es algo que le causa disgusto, pero al provocarle una sensación demuestra que esa realidad que niega sí la reconoce); en las veces que desvió la mirada buscando auxilio en su equipo (en su jefe de prensa y quizá algún colaborador más); en la sonrisa que se le escapa (nervios); y en sus brazos echando balones fuera (no enseñó las palmas de las manos -transparencia-, sólo transmitió que era un asunto del que no se había ocupado personalmente).
Existen dos formas de mentir: ocultar (retener información verdadera) y falsear (dar información falsa). Tal vez Trias recurrió a la primera para exculparse; y algunos medios y profesionales de la información se sirvieron de la segunda, con embustes sobre las técnicas del lenguaje corporal, para tratar de inculparlo.