El pasado 15 de septiembre de 2017 en el Cementerio de Montjuic se hundía un bloque de 144 nichos mortuorios. Había grietas en el mármol. Llovía, hacía frío y había buitres merodeando en círculo por encima de sus cabezas. Los derechos fundamentales de la Ciudad de Barcelona estaban en juego y había que salvaguardarlos. Dos días más tarde, la Síndica de Greuges y su equipo visitaban el lugar y se reunían con el director general de Cementiris de Barcelona. La hermosa Síndica, Maria Assumpció Vilà i Planas, pidió el día 20 un informe a la Regidoria de Presidència, Aigua i Energia para conocer las causas del colapso funerario. Como les ocurría a los de Poltergeist (Steven Spielberg, 1982), los muertos no estaban contentos. Y tenían razón, porque vale más no tocarlos, ni jugar con ellos.

Se levantan los 358 cadáveres inhumados, se enfilan en la ladera de la montaña fúnebre y dicen, dirigiéndose a la ciudad de Barcelona: “Habéis abierto nuestras tumbas, mezclado nuestros huesos y aventado el polvo de nuestras cenizas en el mar Mediterráneo”. Mientras, los buitres y los cuervos, las comadrejas y las ratas se alegran de lo sucedido.

El arquitecto fúnebre municipal, que tiene un ojo de cristal, recibe una llamada y su rostro palidece: le llama la muerte y le pregunta por qué aquellos cuerpos que perdieron el alma no tienen asiento en sus infraestructuras municipales. Y se pregunta: ¿Qué será de mi cuerpo cuando sea enterrado? ¿Adónde irán a parar mis huesos? ¿Y mi vanidad? ¿Y mis secretos más ocultos? ¿Y mi fondo de pensiones? ¿Qué dirá mi mujer cuando mi amante asista al funeral, que será en otoño, y vaya vestida con el abrigo de piel de zorro que le regalé?

Y todos, empezando por la alcaldesa Colau, empiezan a correr porque se avecinan muertes políticas. Van a rodar cabezas, como las cabezas que aquel orangután de Borneo arrancó de cuajo a dos mujeres en su domicilio de la Rue Morgue, Madame y Mademoiselle L'Espanaye, madre e hija, en aquella populosa calle de París (Edgar Allan Poe, 1841). 68 sepulcros ya se han hundido, 28 han sido derribados de forma controlada y 24 deberán, todavía, derribarse. 18 han sufrido daños; aunque sólo cuando se pueda acceder a ellos podrán ser identificados los cadáveres.

La momia de Tutankamon se ríe a carcajadas, desde su cámara mortuoria número KV62 en el Valle de los Reyes, al oeste del Nilo. Se ríe de Ada Colau y de la muerte política: ¡ha, ha, ha…! Pero las familias de los difuntos están disgustadas y se huelen que su silencio vale dinero. Algunos ni se acuerdan de que tenían una tía-abuela en el nicho, pero cuando lo descubran van a abalanzarse sobre las arcas del Ayuntamiento, las compañías de seguros, los psicólogos que irán apareciendo, los antropólogos y los bomberos, para preguntarles: ¿Qué hay de lo nuestro…? Los buenos abogados ya se frotan las manos. Tutankamon es siempre rentable.

Hablo con los trabajadores, traficantes de la muerte en Montjuic. Nada saben de Edgar Allan Poe ni de Tutankamon, pero saben que los muertos no hablan y nunca han visitado el más allá porque son especialistas en el más acá. Desplazan poderosas losas de piedra, con sus cilindros de madera y con arena, como se hacía en la época de las pirámides. Hacen la masa de mortero que sella los nichos, y que sella las bocas de los vivos y difuntos. Suben y bajan de los andamios con la agilidad de las ardillas. Dicen que la catástrofe se veía venir y que en tal sitio y en tal otro hay otros tantos miles de nichos en la misma situación. Cobran poco estos traficantes del más allá, y mantener la boca cerrada también va a tener su precio. Todos aspiran, más que a tener un nicho agrietado, a tener un apartamento en la playa. Viven de la muerte, pero quieren vivir mejor.

Ada Colau, ya sin el apoyo de los socialistas y desgastada por su ambigüedad en el Procés, habrá disfrutado de las películas de Tim Burton (El cadáver de la novia, 2005), las aventuras del Capitán Jack Sparrow (Johnny Depp) que se enfrenta a Hector Barbossa (Geoffrey Rush) y su tripulación fantasmal de la Perla Negra. Hacía tiempo que Ada Colau no pensaba en la muerte, como piensan los familiares de las víctimas de Montjuic. Veo difícil que haya leído los Cuentos de Poe, pero debe apresurarse a tapar esta nueva vía de agua para que su perla negra del poder no se vaya transformando en una bola de naftalina que sólo ahuyenta la polilla de un vestuario pasado de moda.