El próximo 22 de febrero el MNAC inaugura la exposición William Morris y compañía: el movimiento Arts and Crafts en Gran Bretaña. La colección ya viene de la Fundación Juan March de Madrid y reúne una bellísima representación de lo que fue un movimiento artístico importante para la Europa de fines del XIX e inicios del XX.
Nacido en 1880 de pensadores y profesionales en Gran Bretaña, el Arts and Crafts tenía una intencionalidad moral. Detrás de todo había una utopía social con un deseo manifiesto de volver atrás para regenerar al hombre mediante la artesanía. Sobre un fondo de inmundicia, degradación e industrialización, querían que la gente trabajase en un entorno feliz y sano, con una nueva preocupación por lo doméstico y lo cotidiano. Una nueva generación de arquitectos, diseñadores, artistas y artesanos compartieron su fe en el trabajo colaborativo y el compañerismo, además de una visión moral de la vida. “No tengas nada en tu casa que no sepas que es útil o que no consideres bello”, dijo su fundador, William Morris, en 1880.
A punto para visitar esta nueva exposición, es inevitable volver a pensar en nuestra vida política. Vivimos metidos en un esteticismo político que no nos deja respirar. Esteticismo significa abrir los periódicos de cada día y comprobar que llevamos meses, y pronto podremos llevar años, manejando una nueva jerga política que sólo da vueltas a unos cuantos neologismos de república bananera: “Investidura telemática”, “Euro-orden de detención”, “Prisioneros políticos”, “1-O”, “Plataforma por Tabarnia”, “Cargas policiales”, “Vencedores y vencidos”.
La gente está cansada de un virtuosismo barroco en el lenguaje de la política, que ya no se refiere a nada de la realidad. Hasta los periódicos deportivos son ahora más informativos que los generalistas. En este campo, la cabezonería de Carles Puigdemont es algo nunca visto en ninguna democracia seria del mundo. Es un empecinamiento sólo comparable a lamentables casos de dictadores de países africanos como la familia Obiang de Guinea Ecuatorial, el camerunense Paul Biya o Robert Mugabe en Zimbabue. Son un problema y no hay forma de que se aparten de la escena política. Ya es casi impensable que Puigdemont esté actuando por el bien de Catalunya.
William Morris fue un polifacético, no un santo de altar ni un místico, pero captó el inmovilismo de la sociedad victoriana y lo reformó desde un ideal de belleza. Fue renacentista en una época, la era victoriana, marcada por un gusto decorativo exagerado y dudoso, por una enfermiza sensibilidad romántica, el embate del industrialismo y las fallas sociales que éste produjo.
Todos necesitamos que alguien nuevo presida Catalunya ya. No basta con coleccionar nombres ni especular candidatos. No es un tema sólo económico. Se trata de un proyecto de país, de un ideal de belleza, de un horizonte moral y de una misma noción de verdad compartida. Hay que saber soñar despiertos: de ello depende del futuro de millones de personas que vienen detrás de nosotros.