Barcelona es la gran víctima de las tensiones políticas que se viven en Catalunya desde hace seis meses. Al negativo impacto económico que ha tenido la fuga de muchas empresas, se suman las imágenes de violencia vividas el pasado 1 de octubre y este domingo, que tendrán consecuencias nefastas para una ciudad demasiado convulsionada. Cada vez más dividida. Símbolo de la sociedad del bienestar y del progreso no hace tantos años, referente gastronómico, cultural, de las nuevas tecnologías y de los operadores turísticos, Barcelona vive, ahora, tiempos de gran inestabilidad.
Ciudad históricamente cosmopolita, poliédrica, de paz y concordia, Barcelona revivió imágenes dantescas en otro domingo negro. La detención de Carles Puigdemont en Alemania ha suscitado mucha frustración entre las fuerzas independentistas, cuyos sectores más radicales recurrieron a tácticas violentas para sembrar el caos en el centro de la ciudad. Por un día, Barcelona fue el escenario de una batalla campal televisada que rememoró los años más duros del conflicto vasco en Bilbao o San Sebastián.
Una minoría radicalizada, que no representa al independentismo y mucho menos a la globalidad de los barceloneses, tuvo un protagonismo muy dañino para la capital catalana. Las consecuencias políticas son imprevisibles, como incierto también es el efecto que tendrá para la imagen internacional de Barcelona, sede de constantes manifestaciones desde el fatídico 20 de septiembre de 2017.
En los años de Trias como alcalde, Barcelona sufrió pasajes muy violentos protagonizados por el movimiento okupa, sobre todo en Sants y en Gràcia. Este domingo, la quema de contenedores, el lanzamiento de objetos contra los Mossos y su contundente respuesta se produjeron en el Eixample, muy cerca de la Delegación del Gobierno español. Sus protagonistas, en algunos casos, eran los mismos, aunque las causas (los okupas, en sus inicios, simpatizaban mayoritariamente con el movimiento anarquista) fueran aparentemente tan distantes.
Barcelona, motor económico de Catalunya y España, está inmersa en una espiral autodestructiva, castigada por una clase política cegada por sus ideales y con un gobierno local que prioriza la gesticulación a la gestión. La ciudad, vanguardista por definición, necesita “seny”, diálogo y liderazgo para recuperar su poder de seducción y enterrar una pesadilla que dura demasiados meses.