Estéticamente no le haría ascos. En las concentraciones constitucionalistas e unionistas a las que se ha vuelto afín en los últimos meses, Manuel Valls resaltaba -entre tanta casposidad estilística- con nota. La sencillez (sofisticación) de un jersey de cuello alto de algodón, unos jeans y un blazer de calidad no la entiende mejor que un parisino.
Ahora, que este hombre que perdió en la primarias del Partido Socialista y fue vetado luego por el propio Emmanuel Macron para ingresar en sus filas sea la salvación estrella de C’s a las elecciones municipales de 2019, me recuerda a cuando los franceses se deshicieron de los borbones y nos los enviaron a España. Y así me imagino yo hoy a los galos, rompiéndose la caja ante la posibilidad de que sus deshechos acaben siendo nuevamente nuestras únicas posibles alegrías.
Por ahora, Manuel Valls, nacido en Barcelona hace 55 años, sigue considerando la propuesta de Albert Rivera. Esta misma semana se dio a conocer que quien fuera primer ministro francés con Hollande se separa de la que es ya su segunda mujer; ya ven, él que tiene alergia al separatismo… Eso y la distancia con su hermana que se ha podido entrever en Twitter -ella sí reside en Catalunya y es afín al nacionalismo catalán- suma atractivo a su candidatura (los Sálvame políticos van a ir locos con tanta carnaza sentimentaloide).
Algunos perciben como un problema que Barcelona pudiera tener a un social-liberal nacido en Barcelona pero criado en París; pero habría que recordar que París tiene como alcaldesa a la socialista Anne Hidalgo, gaditana pero criada en Lyon y París. Así que personalmente, lo que más me inquieta de Manuel Valls es tanto cambio de chaqueta…