El servicio del agua y la recogida de la basura son los servicios mejor valorados por los barceloneses. La última encuesta del Observatorio de Servicios Urbanos (Osur) coincide con otros sondeos y con el primer Barómetro encargado por Metrópoli Abierta sobre el grado de satisfacción de los ciudadanos. Los resultados explican el rechazo mayoritario que suscitó el plan de Colau para remunicipalizar el servicio del agua tras un siglo y medio de buena convivencia entre los sectores público y privado. Una operación, por cierto, desaconsejada en términos económicos que nunca fue bien vista por los trabajadores de la compañía de suministros.
La recogida de las basuras, sobre todo por su frecuencia, también es aplaudida por los barceloneses, mucho más sensibles con el reciclaje que los habitantes de otras grandes capitales como Nueva York. En cambio, experimentos como el de la recogida selectiva, puerta a puerta, de Sarrià generan una repulsión casi unánime en este barrio de la zona alta de Barcelona.
Los barceloneses, ricos y pobres, quieren un gobierno que gestione los problemas reales de la ciudad. Que priorice las necesidades de los ciudadanos y aparque aventuras trasnochadas. Las políticas populistas pueden ser electoralmente rentables a corto plazo, pero nunca son recomendables ni positivas para el conjunto del territorio. En Barcelona, Colau ha obtenido unos apoyos ínfimos a sus propuestas más temerarias y debería tomar buena nota de sus fiascos.
La remunicipalización del agua y la creación de un tanatorio público han sido rechazados mayoritariamente por las fuerzas de la oposición. Su ideólogo, Eloi Badia, no puede dar lecciones después de su nefasta y vergonzosa gestión en el derrumbe del Cementerio de Montjuïc del que no ha dicho ni pío la alcaldesa. También ha fracasado Colau con la unión del tranvía y los problemas en Ciutat Vella amenazan con estallar de forma virulenta. Harto está el comercio de su permisividad con el top manta e indignados están los vecinos con la proliferación de los narcopisos en una Barcelona que pierde reputación internacional.
A menos de un año para la celebración de las elecciones municipales, Colau está contra las cuerdas. El suyo es un gobierno débil, sin credibilidad, y en los próximos meses intentará paliar su mala gestión con nuevos gestos grandilocuentes. Incapaz de activar medidas para tapar su fracaso en las políticas de vivienda y con los principales agentes económicos y sociales en pie de guerra, la alcaldesa ya tiene fecha de caducidad.