Tras casi 20 años fuera de mi ciudad volví a vivir en Barcelona hace más de un año. Un piso de alquiler por el centro, en l'Eixample, el barrio donde había nacido. Una de las cosas que siempre me ha gustado de esta zona es la supuesta tranquilidad. Teóricamente no conoces a nadie, no debes saludar a nadie en la calle. Apenas cruzas unos “hola y adiós”, o alguna conversación trivial, en la escalera con un vecino y poco más. La escalera es tu primera y única conexión con el barrio.

Digo teóricamente porque sí que es cierto que esos saludos se repiten, con más asiduidad con la edad, en el supermercado, soy de los que va a diario, en los restaurantes donde como e, incluso, en lugares tan dados a la conversación como la peluquería, aunque sea de los que va poco y acostumbre a aprovechar para dormir antes del masaje craneal. Aunque en está ocasión, ante mi sorpresa, he detectado un cambio. Los vecinos de mi escalera ya no son como antes. Ahora incluso bajan la cabeza al pasar y evitan el protocolario saludo educacional.

Supongo que siendo un crío la gente mayor de mi antigua escalera, la mayoría ahora muertos, generaban un respeto suficiente para generar un mínimo saludo. Ahora los múltiples Erasmus del edificio, en esa lengua ininteligible, las mujeres, los adolescentes y algún viejecito siguen la tradición. Un simple “hola y adiós”, en muchos casos con una sonrisa. Aunque tres o cuatro individuos, alrededor de 40 a 50 años, han olvidado en su aburrida vida la importancia de las tradiciones. Porque, lectores, saludar a un vecino no sólo es educación, sino también una tradición en barrios verticales.

La primera vez que me paso pensé, ¿seré yo? No sé quizás si las pintas, la cara seria, los casi 1,90 metros y los más de 115 kilos impresionan. Cada vez tengo más claro que no es así. La última vez, bajaba con mi hijo pequeño, tras el silencio del vecino a mi “bona tarda” le comente entre sonrisas, y un poquito en tono elevado, “joder cuánto frustrado en la escalera que ni sabe saludar”. Al final, seguramente esos vecinos son los que tienen 500 amigos en Facebook. A veces diferenciar la vida virtual de la vida real se debe notar en estos pequeños detalles. Está muy bien vivir en el anonimato del Eixample de Barcelona, pero algunos deben recordar que aunque puedan estar jodiendo a la parienta o al pariente, a escasos centímetros de tu oreja, no pedimos ser amigos, sino simplemente ser educados. Y en la vida en la ciudad, ante todo, debe primar la educación.