Manuel Valls no tiene quien le escriba. Quiere tener su propio perfil político con la mirada puesta en las próximas municipales, pero su estrategia está bajo fuego amigo. Tuvo que acudir a la fuerza a la manifestación de la Plaza de Colón en Madrid para envolverse en la rojigualda. Intentó negarse porque tenía claro que ir era como dispararse en el pie, en ese intento de construir una alianza catalanista y transversal. No quería, sobre todo, hacerse la foto con VOX, la misma extrema derecha que en Francia encarna su gran adversaria Marie Le Pen y que ha combatido en toda su vida política. Se escabulló de la foto de familia, pero el mal ya estaba hecho.
Su intento de candidatura plural, progresista, transversal hace aguas y lo peor es que Rivera se la desmonta, una y otra vez, con su discurso inflamado. Por si fuera poco, el líder de Ciudadanos, la marca que le apadrina, ha hecho cordón sanitario a los socialistas. Para el ex primer ministro francés, este gesto significa, nada más y nada menos, que Ciudadanos prefiere un acuerdo de las tres derechas, dinamitando su oscuro objeto de deseo: un pacto con de los progresistas, entre los que él quiere encontrarse.
Si Rivera dinamita este posible pacto en España es un claro mensaje para el candidato: no se puede hacer en Barcelona. Y lo peor es, que ante las escasas posibilidades de Valls para hacerse con la alcaldía -las encuestas están tozudas y los números no salen- toda posibilidad de ser alcalde pasa por una posible alianza con Collboni. El anuncio de la candidatura de Inés Arrimadas en las generales no augura nada bueno porque el discurso de Ciudadanos se va a radicalizar para evitar un nuevo fracaso electoral. Fracaso si no logra imponerse al PP. Tampoco aquí las encuestas son optimistas.
Para colmo de males para el candidato “supuestamente” de los naranjas, su homólogo socialista no es un fan de esta opción de pacto con Valls. Al contrario. Collboni está definiendo un discurso que trata de aprovechar el tirón de Pedro Sánchez, recuperar votos que hace cuatro años llenaron las urnas de Colau y que ahora se sienten huérfanos, y abanderar la opción centrada y progresista que ha gobernado la capital de Catalunya durante años atrayendo al votante catalanista, dejado de la mano de dios por la vieja Convergència i Unió, de la que no queda ni rastro, alucinado y perplejo por las derivas irredentas independentistas de la derecha catalana. La de toda la vida. O sea, el mismo discurso que Valls trata de hacer y que Rivera bombardea, a diestro y siniestro, más interesado por llegar a la Moncloa que por ocupar la Plaza de Sant Jaume.
Valls se esfuerza por convertirse en verso suelto, pero las rimas no le acompañan. Además, las bases de Ciudadanos están desalentadas, cuando no “cabreadas”, con el candidato que no cuenta con ellos ni para pegar carteles. Su único apoyo sólido se sustenta, al menos hasta ahora, en las élites que apoyaron, primero, a Rivera y luego a Inés Arrimadas. Estas élites no están tan entusiastas como antes.
Elementos destacados están tendiendo puentes -de hecho, se han producido varias reuniones- con el PSOE de Sánchez porque para ellos la dinámica de acercarse a VOX es todo un suicidio político. No están contentos con su “Podemos de derechas”, frase que un día acuñó, Josep Oliu, presidente del Banco de Sabadell. Valls es consciente y trata de poner empalizadas que eviten el derrumbe. Lo tiene difícil. Ciudadanos es un partido presidencialista que sólo trabaja por su presidente. Manuel Valls es sólo un candidato a municipales. Parece que ya no tiene quien le escriba.