Hace unos días, diversas instituciones y entidades se han posicionado a favor de la candidatura de Pirineos-Barcelona para la organización de los Juegos Olímpicos de Invierno. Ya con Ada Colau en la alcaldía, la candidatura de invierno quedó hibernada y hasta se constituyó una comisión municipal al efecto para concluirla sin posicionar respaldo alguno a la misma. A lo largo de esta década de exploración de posibilidades y vacilaciones políticas, debo reconocer que jamás he ocultado mi escepticismo a esta propuesta blanca, pero verde por poco madura, primero planteada para el 2022, después el 2026, y ahora el 2030. No dudo que contiene elementos positivos a considerar, pero, ¿es la mejor para Barcelona?

Otros Juegos Olímpicos son posibles. Otros, en sentido alternativo a los de invierno, organizar unos nuevos Juegos de verano. ¿Por qué no intentarlo? París y Los Ángeles albergarán nuevamente los que deberán celebrarse en el 2024 y 2028, repitiendo su organización. ¿Por qué Barcelona no puede reeditar la exitosa edición de 1992 con una candidatura para los del 2032 o 2036? Hasta los amigos de la memoria histórica, léase amnesia selectiva, los comunes de Colau, siempre reacios, podrían reivindicar la efeméride de la Olimpiada popular de 1936 en su centenario.

En cualquier caso, tan cierto es que Barcelona no debe transformarse solo a golpe de gran acontecimiento internacional, como que necesitamos revulsivos, y el evento deportivo lo es. Una razón añadida para encarar las infraestructuras pendientes y cohesionar mejor nuestra ciudad, y ésta con la primera y segunda corona metropolitana, en particular la referida a la movilidad de proximidad, cercanías y metro. Pero también nos permitirá posicionar de nuevo la mejor Barcelona en el contexto internacional y ser a su vez tractor de oportunidades, inversión y empleo.

Todo ello sin olvidar su condición de motor, como lo fue la del 92, para transformar, junto a otros proyectos, barrios de la ciudad y municipios metropolitanos a los que aquel ‘maná’ olímpico no alcanzó. Unos Juegos que no requerirán el esfuerzo de aquella edición, habida cuenta que gran parte de las exigencias de instalaciones e infraestructuras ya no son realidad o están en curso.

Es entrañable el entusiasmo de la Generalitat por la candidatura pirenaica de invierno con Barcelona anexionada a ésta. Sería deseable que su presidente, Quim Torra, se sintiera obligado, en empuje e implicación, igual al menos, si surgiera una propuesta en favor de una candidatura de Barcelona para los Juegos de verano y que a ésta no le sucediera como a tantos proyectos en ciernes y/o aletargados desde hace años en la financiación, los servicios y las inversiones que precisa la ciudad condal e ignorados por la Generalitat.

Barcelona debe retomar la senda de promover eventos internacionales. Su organización forma parte de nuestra marca Barcelona, nos enorgullece y prestigia internacionalmente si se celebran con el éxito que nos caracteriza y además ratifica la indudable condición de capital del deporte. Sea cual fuere el evento, éste no puede impulsarse sin la participación activa del Ayuntamiento y, en el que nos ocupa, sin percepción alguna de que Barcelona es solo el instrumento que no el objetivo, en este caso de unos Juegos Olímpicos. Su celebración, además, requiere el imprescindible concurso del Gobierno de España y un consenso amplio político y social. La actitud de la Generalitat actual no está hoy por hoy encaminada a la búsqueda de la colaboración institucional, ni a la suma y entente de todos, para generar las complicidades precisas. Ojalá cambie pronto, aunque es mucho anhelar, y que Barcelona pueda unir, en otro contexto distinto al actual, lo que la independencia separa.