Repasemos la historia de España. Tras la Guerra de la Independencia, las Cortes se reúnen en Madrid en octubre de 1813 y Napoleón reconoce la restauración absolutista en 1814. Poco después, Fernando VII declara ilegal la Constitución de 1812.

Cuenta Pérez Galdós que cuando Madrid cayó en 1808, los franceses eran recibidos por los paisanos con una batería de navajas que causaban pánico y desaliento entre los héroes de las Pirámides y de Jena. Y la navaja española no debe ser menospreciada. Se puso de moda cuando Carlos I prohibió llevar armas largas a gente ajena a la nobleza. La navaja esconde el filo, pero una vez que ha visto la luz, revienta, destripa y mata.

Catalunya tiene sus propias navajas. En Barcelona ciudad se pueden encontrar todos los tipos del país: Barcelonesa, Pallaresa o Ripollesa: con pequeñas diferencias, la forma de su hoja es de laurel. En el cuerpo a cuerpo, en el ambiente del disturbio, a la luz de la luna, cualquier forma de absolutismo puede hacer brillar las navajas en Barcelona.

Los muchachos de las barricadas no lo saben porque son inocentes. Son estudiantes que juegan por la noche, y ya empieza a haber gente que está hasta las narices. Pero no hay que olvidar la ira de los justos: “y se encendió la ira de Moisés, y arrojó las tablas de sus manos, y las hizo pedazos al pie del monte”.  No vaya a ser que nos enfademos de verdad. Y los estudiantes todos tienen su cepillo de dientes; pero la navaja que raja está en poder de la gente que trabaja.

En aquella misma época, Goya hizo un retrato brutal del absolutismo: Saturno devorando a sus hijos, una de las pinturas negras que tal vez Pérez Galdós pudo contemplar con sus propios ojos. En Barcelona la confrontación entre el absolutismo independentista y el hispanicista está haciendo, en realidad, que ambos pueblos, Catalunya y España, empiecen a devorar a sus propios hijos. Ese Saturno goyesco era también Fernando VII, un hombre sin escrúpulos, vengativo y traicionero.

Hay una Barcelona limpia, brillante y perfecta. Pero hay también una Barcelona con navajas, armas blancas y armas negras. Hay calles muy nuestras que han visto la muerte, la violación y la quema. Hay plazas que al anochecer se cierran en banda o te acorralan. Hay lugares en que suenan unos pasos por las tardes de invierno o pasan las sombras. Y si el ambiente se calienta, una Barcelona absolutista podría devorar, destripar y mutilar a sus hijos. Entonces ya no habrá más remedio que llorar y echar de menos a los que ya no están porque nunca volverán.

No perdamos la esperanza: porque aún podemos aprender de la historia.