Ciertamente las elecciones generales poco se parecen a unas municipales o a unas autonómicas. Sin embargo, en cada convocatoria electoral si que se fijan unas tendencias y unas formas de percibir la realidad por parte de la ciudadanía. Y eso pasará el 10 de noviembre en Barcelona. Nos fijaremos en todos los actores políticos que compiten en estas elecciones, pero, sobre todo, nos fijaremos en la alcaldesa Colau.
Hace apenas cuatro años, los comunes ganaron las generales. Por dos veces. En las municipales llegaron a la alcaldía de Barcelona rompiendo todos los moldes. Cuatro años más tarde, el panorama es muy diferente. El próximo domingo ya no aspiran a ganar sino que van a perder un poco más, algo que se registra en todas las convocatorias electorales.
El motivo principal es que los comunes están desubicados. Colau es la muleta necesaria de los independentistas que la ponen contra las cuerdas cada vez que les conviene, se nos declara muy republicana no acudiendo al acto de los Premios Princesa de Girona, pide la libertad de los presos políticos y apuesta por un referéndum de autodeterminación, sin dejar de lado que una persona de su confianza está “dispuesta pa morir”, en los conflictos que se suceden en la ciudad y que la alcaldesa se los mira desde el balcón, si es que se los mira. Lo que no sabemos es si esta disponibilidad la hemos de entender en primera persona o la hemos de ver en tercera, que es mucho menos doloroso. ¡Dónde va a parar!
No tenemos pues alcaldesa. Si acaso tenemos una activista desnortada en el sillón municipal. En estos días, hemos visto como ha intentando engañar a la ley electoral haciendo campaña cuando sabe que no puede hacerla, y hemos visto como ha “fugit d’estudi” ante los problemas de la ciudad. No quiere hablar de inseguridad, que haberla hayla, pero pide su Jordi del alma que se vaya la policía nacional de Vía Laietana.
Barcelona tendrá una foto fija el 10N que hundirá aún más a Colau y dejará a su partido a un paso de ser irrelevante en Podemos y en la política catalana. Sólo le queda el ayuntamiento en el que la gestión brilla por su ausencia. Colau nunca fue una buena alcaldesa, pero ahora es una rémora para una ciudad que necesita liderazgo. Y de ella no lo podemos esperar. Lo verán el domingo cuando los Comunes vuelvan a contar sus bajas. Nuevas bajas.