Ada Colau gesticula mucho más que gestiona. Necesita siempre un enemigo externo, supuestamente poderoso, para activar cualquier conflicto y escaquearse de sus obligaciones como máxima autoridad de Barcelona. Obcecada con las cuestiones meramente dogmáticas, olvida que gobierna para la globalidad de los ciudadanos y atiza a sus rivales con la misma impunidad que otorga generosas subvenciones a entidades afines, como la FAVB, Aigüa és vida o la PAH.
Con la autoestima muy subida, Colau encaja mal los contratiempos y las derrotas. Tal es su soberbia que desprecia incluso al Tribunal Supremo si la máxima instancia avala a la empresa público-privada Aigües de Barcelona para gestionar el agua de la ciudad y su área metropolitana.
Colau y su concejal pirómano, Eloi Badia, jugaron sucio y perdieron una batalla absurda, llena de contradicciones y mentiras que nunca contó con la complicidad de la ciudadanía. En Barcelona, el servicio del agua es uno de los mejor valorados, con una nota media del 7,1. Solo una minoría fanatizada apostaba por la remunicipalización, pero los comunes optaron por tácticas poco elegantes para presionar a la oposición municipal.
Activista más que gestora incluso como alcaldesa de Barcelona, de Colau se sabe que siente aversión hacia los grandes eventos y la iniciativa privada, a menos que se trate de un colega como Jaume Roures, magnate de la televisión disfrazado de trotskista. Sorprende que se encomiende al socio fundador de Mediapro para gestionar pisos de alquiler asequible. Por primera vez, el Ayuntamiento de Barcelona ha cedido un solar vacío a una empresa privada con ánimo de lucro, pero lo más chocante ha sido la defensa de Lucía Martín, la concejal de Vivivenda.
Martín, curiosamente otra ex activista de la PAH que había rechazado la colaboración público-privada, canta ahora las excelencias de la iniciativa privada en una materia tan sensible como la vivienda, de la que hicieron bandera los comunes en 2015 para alcanzar la alcaldía. Su fracaso en el primer mandato de Colau fue morrocotudo y ahora se asocian con un empresario de dudosa reputación. Eso sí, trotskista, para satisfacción de la primera edil.