Cuando se frota la ciudad, aparece una Barcelona aérea, que permite ver todo desde muy arriba. Ya no me refiero a la torre de Foster ni al Tibidabo, sino a lugares que intentan ser un nuevo Manhattan en altura y elegancia. El genio de Aladino vuelve a salir de su lámpara y sube como la espuma, aunque Barcelona no fue pensada para la escala del rascacielos.
Hay tres ciudades verticales en Barcelona: el 22@, la Plaza Europa y el Fórum. Son engendros que el ritmo humano no absorbe; supuestamente, son ciudades de finanzas, tecnología y creatividad. No se pusieron en el centro porque no cabían: en Barcelona no hay un downtown sino un northtown (Fórum y 22@) y un southtown (Plaza Europa).
El Fórum hizo llegar la Diagonal hasta el mar, y la Plaza Europa consiguió que apuntara al aeropuerto, cosa que (ahora) va contra el calentamiento global. El 22@ subraya el centro que para la ciudad deseó el urbanista francés Léon Jaussely: la plaza de las Glòries que nunca ha funcionado, siempre hipotecada por la vía del ferrocarril, el tranvía y el automóvil, que son también vías férreas. Nunca el peatón ha tenido un pie firme en las Glòries, de manera que su nombre exagera, sin querer, su pasado muy poco glorioso. Desde el aire se ve también que todavía la Gran Vía no consigue ser ni muy grande ni muy “vía”.
Pero el genio de Aladino, al frotar Barcelona, sale siempre. Lo dicen los edificios más altos de la ciudad y quienes los firman: la Torre Glòries (Jean Nouvel, 144 metros), la Torre Mapfre (Ortiz y de León, 154 metros) y el Hotel Arts (Bruce Graham, 154 metros), el hotel ME (Dominique Perrault, 120 metros), la torre Diagonal Zero Zero (Enric Massip-Bosch, 110 metros), el hotel Porta Fira y la torre Realia (Toyo Ito, 113 y 112 metros). A la Torre de la Sagrera, diseñada por Frank Gehry (148 metros), le ha ocurrido lo que a la torre de Babel, cuyos constructores “se esparcieron por toda la tierra dejándola inacabada”. Finalmente, desde la futura cúspide de la Sagrada Familia (172 metros) podrá verse todo lo demás, y se podrá respirar más y mejor.
No faltan genios de la arquitectura que miren al cielo y hagan edificios. El genio de la lámpara los sobrevuela y se pregunta dónde se han metido los genios políticos. Parece que ni España, ni Catalunya ni Barcelona se prodiga en la genialidad del gobierno de la polis. No se ve en el horizonte, por muy alto que se vuele, ningún Winston Churchill de turno. Tampoco parece que los votantes seamos unos genios. Pero esto no lo arregla ni el genio de la lámpara maravillosa, que habría que frotar más a fondo con toneladas de limpiametales.