Cualquier ciudad necesita de su proyección internacional para darse a conocer en el mundo, que apueste por construir una marca que transmita una buena percepción e imagen.
Barcelona se dio a conocer al mundo por haber acogido y organizado uno de los mejores juegos olímpicos de la historia, los del 92. En aquel momento, desde las instituciones públicas y la sociedad civil recuerdo que se empezaba a pronunciar la frase Barcelona es el mundo, el mundo nos mira.
Fue una época esplendorosa y llena de plenitud y orgullo para todos los barceloneses. Fue la excusa perfecta para proyectar la ciudad al mundo, construir un nuevo proyecto de ciudad que daba respuesta a las necesidades de la gente y ponía las bases para un nuevo modelo productivo y social.
La ciudad se abrió al mar, construyendo nuevos barrios o espacios urbanos como el frente litoral. Se apostó además por ser una capital referente en el deporte. Por todo ello, se generó una marca propia: Barcelona, ciudad del conocimiento, la innovación, la creatividad, el deporte y el bienestar.
Hoy, 28 años más tarde, esta estrategia ya no es suficiente. Se calcula que en el 2050 alrededor del 75% de la población mundial vivirá en las grandes urbes, extensas ciudades formadas por áreas metropolitanas intensamente pobladas. En el siglo XXI, la competencia entre ellas ya es enorme.
Tokio, Nueva York y Los Ángeles encabezan la lista de las urbes más ricas del mundo, entre las 300 grandes ciudades de todo el planeta, seguidas por Seúl, Londres, París, Osaka, Shanghái, Chicago y Moscú, según un estudio que determina las ciudades más ricas del mundo.
No obstante, las variables que se jugarán hoy en torno a la competencia entre ciudades no son únicamente en términos de producto interior bruto, o con la excusa de organizar grandes acontecimientos o la construcción de grandes edificios o equipamientos.
Actualmente, la ciudades se proyectan según la especialización de sus ecosistemas y sus modelos productivos, según el talento que son capaces de atraer y las oportunidades de bienestar y progreso que ofrece para la gente que vive.
Barcelona, en cierto modo, progresa adecuadamente. Especialmente en el caso de las nuevas tecnologías, el mundo startup y los emprendedores, construyendo así un hub digital referente en el sur de Europa. Gracias, en parte, a la apuesta que en su día hizo la gente del Mobile World Congress para traer este congreso a nuestra ciudad, creando un importante ecosistema de empresas tecnológicas, algunas de carácter global y otras de ámbito local, que ofrecen todo tipo de soluciones y servicios.
También se consolida una especialización en el sector de la gastronomía y los buenos hábitos del consumo. Sin ir más lejos, este año estamos celebrando el 180 aniversario del mercado de La Boqueria, uno de los más importantes del mundo, no sólo por su calidad y exclusividad de los productos que vende, sino también por ser un punto de venta y de referencia para los grandes gourmets.
Barcelona, además, en el 2021 se ha marcado el reto de ser la capital mundial para la alimentación sostenible, con el fin de desarrollar modelos agroalimentarios sanos promoviendo dietas saludables; planteando la alimentación sostenible como una oportunidad económica para el comercio de proximidad; y definiendo una estrategia para luchar contra el cambio climático.
No hay que olvidar tampoco las soluciones que se están planteando sobre el futuro de la alimentación a través de la investigación biotecnológica. Una apuesta por la investigación y la ciencia también en nuestra ciudad.
Y, finalmente, la cultura, las industrias creativas y el diseño. Herramientas de cohesión y progreso social. Muchas veces demasiado olvidadas o no suficientemente bien tratadas a nivel económico. Destinar sólo el 0,65% del presupuesto de la Generalitat de Catalunya a cultura es irrisorio.
Tecnología, innovación, gastronomía, cultura, ciencia y salud. Barcelona debe invertir en estos sectores estratégicos durante los próximos 15 años. Tener un proyecto claro de ciudad para todos ellos. Una apuesta estratégica que sirva para combatir también las desigualdades y generar nuevas oportunidades para nuestros jóvenes. Una vez más, la colaboración público-privada va a ser muy necesaria. Barcelona debe especializarse.