Vivir con miedo es una de las peores sensaciones que puede tener un ciudadano en su día a día. En Barcelona hacía mucho tiempo que los vecinos no tenían esa sensación. Nos tenemos que remontar a la Barcelona preolímpica para encontrar una situación parecida a la que se vive en la actualidad. Al final de los 80 y principio de los 90, la ciudad sufrió las consecuencias de los delitos relacionados con el tráfico de drogas y el consumo de heroína. Del mismo modo que pasa en la actualidad, los robos y agresiones eran una constante en aquellos años, con la salvedad, que en aquella Barcelona preolímpica había en las calles más agentes de la Guardia Urbana que en la actualidad.
Desde 1992 en materia de seguridad ciudadana han acaecido hechos relevantes que conviene explicar detalladamente. El primero de ellos, es el referente al número de agentes de la Guardia Urbana. Mientras en el año olímpico la ciudad disponía de 3.800 policías locales, 28 años después la cifra no supera los 3.000. Este hecho, unido a la falta de efectivos de otros cuerpos policiales en Barcelona, hace que estemos por debajo de la mitad de los efectivos policiales que recomienda la Unión Europea por cada mil habitantes, por lo que se hace imprescindible el aumento de los agentes de forma prioritaria.
El segundo dato a tener en cuenta, es el incremento de turistas que cada año nos visitan. En estas casi tres décadas que han pasado desde aquel mágico 92, el número de visitantes se ha multiplicado por siete, un hecho que tampoco ha pasado desapercibido para los amigos de lo ajeno.
Además de la falta de efectivos y del incremento de turistas, otro factor que hay que tener en consideración es el repunte en la ciudad del consumo de heroína. El caballo ha vuelto a galopar por fuerza en determinados barrios de la ciudad, especialmente en el Raval. En la actualidad, se ha producido un repunte del consumo de esta sustancia y, en consecuencia, la aparición de los narcopisos, la vuelta de la delincuencia organizada, de los ajuntes de cuentas y de las jeringuillas en nuestras calles.
A estos tres factores habría que sumar uno más: la inacción de Ada Colau. Fuimos muchos los que alertábamos de la inseguridad creciente que sufría (y sufre) Barcelona, pero la alcaldesa prefirió mirar hacia otro lado. Colau, decidió desvestir a la Guardia Urbana de su autoridad, ayudando a generar una peligrosa sensación de impunidad que ha desembocado en un efecto llamada a las mafias y delincuentes que han encontrado en Barcelona el lugar ideal para cometer sus tropelías.
Desde que Colau asumiera la alcaldía, los hechos delictivos en Barcelona han aumentado más de un 30% y han convertido la inseguridad en la principal preocupación de los barceloneses. A este incremento habría que añadir la violencia con la que se emplean los delincuentes para amedrentar a sus víctimas. Si hace años lo habitual eran los robos ‘al descuido’, actualmente los robos con violencia se han disparado en la ciudad de forma más que preocupante.
La triste realidad de las estadísticas es que detrás de cada guarismo hay una víctima. Personas que, desde que sufren un hecho de estas características, viven con miedo. En Barcelona muchos ciudadanos salen a la calle con el temor de volver a ser víctimas de un hecho delictivo. Una calle sin iluminación, un extraño ruido en el silencio de la noche o cruzarse con algún desconocido pueden suponer una mezcla de angustia y ansiedad para cualquier persona. Habitualmente vemos imágenes de extrema violencia en Barcelona, ya sea en el metro o en las calles y plazas de la ciudad.
En los últimos meses hemos visto peleas a machetazos, robos con intensa violencia en el metro o asaltos para robar relojes. Las consecuencias del incremento de estas acciones es el aumento de la sensación de miedo que padecen los barceloneses, por eso hay que tomar medidas que reviertan esta situación de indefensión que sufrimos todos.
Necesitamos con urgencia más agentes de la Guardia Urbana, así como del resto de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, una reforma legislativa del Código Penal para acabar con la impunidad de los delincuentes y dotar de más y mejores medios técnicos a los agentes, porque una sociedad con miedo no es una sociedad libre.