Los aprendices de brujo han quedado al descubierto. Nos dijeron que la sanidad pública, a pesar de los recortes, podía con cualquier cosa. Buena definición si se refieren a los trabajadores del sector que han demostrado que su profesionalidad está fuera de toda duda. Sin embargo, la pandemia ha dejado al descubierto ciertas vergüenzas que hubieran sido mucho peores si la sanidad privada no hubiera arrimado el hombro. Uno de cada cinco pacientes de coronavirus ha sido atendido en hospitales del Grupo Quirón en Barcelona. Sin este apoyo, en los momentos más críticos, el desastre hubiera sido mayúsculo. Los gurús que demonizaban la sanidad privada han quedado con los pantalones en los tobillos.
Seguro que seguirán erre que erre, pero tendrán que explicar cómo afrontamos ahora el gran reto: recuperar la sanidad para todos aquellos enfermos que no se han operado o que ni siquiera han ido a visitarse por temor al virus. Soluciones imaginativas pocas, la única real es que continúe esta colaboración público-privada para evitar un nuevo colapso, listas de espera interminables y deterioro de la salud, en definitiva. Y otro sí. Muchos barceloneses tienen seguros privados. Si todo este volumen de ciudadanía fuera a la pública, no tendríamos mucho tiempo que esperar para vivir un nuevo caos.
Lo mismo ha sucedido con el suministro de agua. No ha fallado, ha estado a la altura. La compañía Aigües de Barcelona, denostada hasta la saciedad por algunos gurús, muchos en la misma bancada que los que denigran la sanidad privada, ha dado respuesta. El consumo de agua se ha hundido en tasas superiores al 20% en la ciudad por la inactividad de la industria, del turismo y de la restauración, todos grandes consumidores del preciado líquido. Como ha denunciado UGT, muchas empresas del sector -tanto públicas como privadas- tendrán que desistir de inversiones en el sistema y, lo que es peor, aplicar expedientes y despedir trabajadores porque el Gobierno no ha protegido a las empresas -no considera el coronavirus causa de fuerza mayor y por tanto no podrán utilizar la razón de equilibrio económico que las protege- que ven como el consumo se hunde al tiempo que tendrán que mantener gastos fijos.
Solo las empresas solventes pueden hacer frente a esta situación, aunque sufriendo. Las más pequeñas pueden entrar en vértigo y los entes públicos tendrán que acudir en su auxilio. O sea, más gasto público y las arcas no están para muchas guasas. De hecho, el consistorio no ha abierto la boca y a los restauradores les llegará su recibo del agua en estos días. No habrán consumido y apenas pagarán por el servicio. Sí pagarán, off course, los impuestos que el Ayuntamiento cobrará sin ningún problema. ¡Esta debe ser la tan conocida solidaridad!
La colaboración público-privada ha funcionado en la pandemia. Casi como un reloj. Sin esta colaboración, la situación hubiera sido bien diferente. Los gurús que claman por lo “público”, como si lo público fuera sinónimo de eficiencia, tendrán que ponerse a pensar. Lo privado no es negativo en si mismo, si lo privado es parte del sistema y arrima el hombro cuando lo tiene que hacer. La sanidad y el agua son dos ejemplos. También lo es la concertada. Quizás ahora lo que tendrán que hacer los responsables públicos no es repudiar la colaboración público-privada sino trabajar para sentar unas bases sólidas dónde el que gane sea el ciudadano.