La bonita foto de Ada Colau tumbada a la bartola en la cama, con las piernas levantadas y los pinreles al fresco ha generado mucho movimiento en las redes sociales, hasta el punto de que yo creo que ya se puede hablar de un “Ada Challenge”: proliferan en Facebook e Instagram las imágenes de mujeres (y de hombres) reproduciendo la imagen original con una evidente intención de chufla, reflejando al mismo tiempo el pasmo generalizado ante el peculiar posado de la alcaldesa, que nadie ha entendido aún a qué venía, a no ser que se tratara de demostrar que la derecha no tiene la exclusiva de las fotos intempestivas (o de que se puede ser, al mismo tiempo, Gloria Steinem y Bettie Page).
Hasta ahora, las fotografías irritantes y/o absurdas eran una especialidad del PP. Recordemos aquellas imágenes de Soraya Sáenz de Santamaría descalza y con el vestido arrugado, como si acabara de sobrevivir a un irrefrenable ataque de pasión en mitad del pasillo a cargo de un amante impaciente y tratara de superar la sorpresa mientras pensaba dónde habrían ido a parar los zapatos. O las más recientes de Isabel Díaz Ayuso en plan Virgen del Coronavirus, con lágrima incluida y expresión de abarcar mentalmente todo el dolor de este mundo (o, por lo menos, de Madrid). En ambos casos, uno se pregunta qué las llevó a dejarse hacer semejantes retratos. Y lo mismo sucede con la primera alcaldesa bisexual de la historia: estamos en plena crisis sanitaria, la Nissan se va con las ruedas a otra parte y Ada decide mostrarnos un momento de paz e intimidad domésticas. ¿Por qué? Ya sé que los asesores no suelen tener acceso a domicilios privados, pero en este caso -a falta de asesores, nunca va mal un marido, y el de Ada ya está acostumbrado a dar su opinión en el ayuntamiento desde detrás de una cortina- se ha echado en falta a alguien que le dijera a la alcaldesa que esa fotografía iba a traer cola.
La gente no deja pasar jamás la oportunidad de chotearse del poder, y hace tiempo que el (supuesto) progresismo ya no ejerce de “detente, bala” más que para los muy afectos a la causa. Efectivamente, de la misma manera que hubo gente que encontró muy finas las fotos de Soraya descalza o de Ayuso desconsolada, no han faltado quienes ven humanidad y un corazón que no le cabe en el pecho a Ada en su selfi (¡el merecido descanso de la guerrera!), pero son más los que han optado por apuntarse a este nuevo challenge con intenciones jocosas.
También es verdad que gracias a la foto de marras ha pasado bastante desapercibido el fichaje (por algo más de 60000 euros al año) de un nuevo asesor de comunicación, Nacho Padilla, que ya ejerció esas funciones para Manuela Carmena y que se ha estrenado con una campaña en televisión y unos carteles callejeros, digamos, discutibles. Los carteles, feos a más no poder, ya han sacado de quicio a bastantes profesionales del asunto. Y el anuncio, inspirado en la rumba de Peret Barcelona tiene poder, es una colección de tópicos indigestos sobre lo guais que somos los barceloneses con una robótica voz en off que nos lo va recordando. Todo de lo más normal y pertinente, si tenemos en cuenta que Colau se ha gastado en publicidad institucional la mitad del fondo previsto por el municipio para asuntos relacionados con el coronavirus. Y aún le ha quedado tiempo para visitar a los pre cesantes de la Nissan, aunque dejándose en el despacho a Janet Sanz, no la fueran a linchar los obreros por sus oportunas declaraciones de hace pocas semanas sobre la necesidad de poner en su sitio a la industria automovilística de esta ciudad, cuyos habitantes lo que tienen que hacer es olvidarse del coche y subirse a la bicicleta y al patinete.
El pitorreo en las redes con la foto de pin up progresista se suma al que ya corre sobre el poder nacional y el autonómico. Desde los tiempos de Franco, los españoles saben de la necesidad del humor para hacer frente a gobiernos deficientes. Y cada día somos más -o esa impresión tengo- los barceloneses que nos sentimos maltratados a nivel nacional, autonómico y municipal: suerte tienen nuestros maltratadores de que nos haya dado por el humor.