Ada Colau se va quedando sola en todo lo que dispone o propone. Los alcaldes del entorno critican su nula mentalidad metropolitana. Foment se va del Pacto por Barcelona, su presidente la acusa de sectaria y afirma que sólo aporta más decadencia. Varias asociaciones de vecinos y entidades ecologistas también están en contra del papel mojado de su programa difícil de creer. Los comerciantes la culpan de todos sus males y le recuerdan que también existen, aunque ella los desprecia. Igual como aborrece a los restauradores y al mundo de la cultura y el ocio. Los motoristas están hasta el casco de ella y de sus persecuciones. Los peatones ya no saben por donde caminar entre tantos colorines en los suelos sin ser arrollados por bicicletas, patines y trastos sin motor. Los bloques de cemento que ha instalado para segregar más espacios son más peligrosos que los que se negó a poner para evitar ataques terroristas.
Los okupas ya no la quieren tanto porque, lentamente, la policía va desalojando sus guaridas. Su plataforma anti-desahucios reniega de ella porque aumentan los desahucios. Los pirómanos de Arran, la CUP y CDR ya no van ni a una manifestación veraniega en la plaza Urquinaona. El frente de juventudes septuagenarias de la Meridana se retira… La lista de desafectos a su régimen es tan larga que, para rematarla, hasta su pareja coge el coche, los críos y las maletas y huyen de Barcelona y de ella a pesar de las recomendaciones oficiales. Como la pillan desprevenida, cuenta una cosa, luego la contraria y después miente, como es habitual desde que hacía campanas en el colegio, en la universidad y hasta ahora. De los nervios porque su negocio y su credibilidad van a la baja, Colau reparte millones públicos entre los de su costra. ¿Quiénes son? La trama de asociaciones, fundaciones, cooperativas y empresas dominadas por los suyos. Una red de financiación a dedo de comuneros pijos que, si se descuidan, podría pasarle a Colau lo mismo que a su adversaria Laura Borràs. Y no sea que aparezcan alguna aspirante a Corina o a Bárcenas a la barcelonesa y tire de las mantas.
La expresión “costra nacionalista” la inventó el socialista Joan Ferran para designar a la peña que mangonea y saquea los medios de comunicación públicos de Cataluña. Después, un periodista criticó la “costra sindical” de Transportes de Barcelona y los piquetes de demócratas sindicalistas quemaron diarios en La Rambla. Costra es como la palabra casta que usaban Colau, podemitas, comuneros y antisistema para insultar a los representantes políticos democráticamente elegidos. Hay que reconocer que no la dicen tanto desde que han prosperado y tienen mejores ingresos, coches y casas. La diferencia entre casta y costra es mínima en su modo de operar. Pero pasa que bajo la costra siempre hay una llaga que supura pus e infecta. Los dermatólogos recomiendan eliminarlas porque ocupan la superficie de una herida, impiden que se recubra bien por la epidermis y retrasan la cicatrización. Además, son feas.