La utopía de Colau y sus malas compañías ya está aquí. Como los servicios municipales de limpieza no funcionan y las calles apestan a suciedad, vecinos del Raval se organizan para limpiar y desinfectar las suyas. Como la seguridad ciudadana empeora, ciudadanos se unen para frenar la invasión de narcopisos y guaridas de malhechores. Como la primera autoridad local fomenta la ocupación de casas y edificios, personas de orden se agrupan para dificultar la buena vida de mafiosos, perroflautas, anarcas, antisistemas y gentes de malvivir. Y como el Ayuntamiento no mima parques y jardines con la mentira de lucir una naturaleza auténtica, el vecindario civilizado arranca las malas hierbas de parterres y espacios que fueron verdes y ahora dan pena y alergias.
No se culpe a la natural incapacidad e incompetencia de la alcaldesa y sus amigas. Ni a sus divertidas alucinaciones cuando se reúnen para hacer calceta ideológica. Al contrario. Es un plan diseñado para que la ciudadanía haga la faena mientras su casta de camaradas cobren más y trabajen menos de lo que nunca trabajaron. Revolucionarias como son, quieren que cada calle sea como una resistente trinchera vietnamita, cubana o venezolana y se organice, socavando así el sistema patriarcal opresor. O como una comuna popular autogestionaria de las que cuando la Semana Sangrienta de París costó miles de muertos. O parecida a aquella con hijos comunes y copas menstruales que predicaba una ex diputada catalana con flequillo que vive repeinada en Suiza.
El próximo despido de 100 conductores de autobús para sustituirlos por diez directivas va en la misma dirección. Eliminando líneas y horarios de fines de semana, pretenden que el vecindario afectado alquile furgonetas eléctricas y las comparta con alegría y solidaridad. Para dudas o asesorías, podrán dirigirse al inolvidable autobusero que fue concejal antisistema algo bruto y prestaba servicio en la línea que lleva al cementerio de Collserola. De igual modo, la brillante idea de pintarrajear calles y aceras con variados colorines fomenta un comité asambleario en cada esquina para decidir qué es y qué no es arte urbano y revolucionario o arte burgués y decadente. Como se hace con paredes, persianas, metros y trenes, aunque las mafias de grafiteros pintamonas negociarán antes los precios con los comerciantes perjudicados, si quedan.
Ada y su peña comunera no engañan. Ahora que han puesto de moda la adaptación o inadaptación social según cada lengua, sólo hay que consultar la palabra comuna en el diccionario de la RAE: “1. Grupo de personas que viven juntas sin someterse a las normas sociales establecidas. 2. Forma de organización social y económica basada en la propiedad colectiva y en la eliminación de los tradicionales valores familiares”. Y en el del IEC: “8. Instal·lació on s’orina i es fan les defecacions consistent en un seient proveït d’un forat que comunica amb un dipòsit on s’acumulen les matèries brutes.” En ambos idiomas, es el ideal de Colau y de su comadre y asesora Águeda Bañón, la meona callejera mejor pagada de Can Pixa.