En el año 1992, Barcelona celebró los primeros Juegos Olímpicos de su historia. Eso hizo posible una renovación urbanística sin precedentes, y gracias a este acontecimiento deportivo de trascendencia mundial, se dio a conocer nuestra ciudad y se posicionó como una urbe moderna. De la misma manera, los éxitos durante años de su equipo de fútbol sumaron un interés y atractivo para venir a visitarla. Un modelo que se basó en el turismo como principal eje de su actividad económica. El continuo ir y venir de turistas despertó un crecimiento en base al potencial que tenían los visitantes venidos de todo el mundo, y consecuentemente hicieron de Barcelona una capital cosmopolita, en la que veíamos visitantes por las calles sin que esto nos llamara la atención. Los cruceros tenían Barcelona como destino fundamental en sus recorridos, el Museo del Barça, curiosamente el museo más visitado de nuestra ciudad, así como la Sagrada Familia, el Poble Espanyol, las playas de Barcelona... Un sinfín de lugares de nuestra querida ciudad, significaban una buena excusa, para venir a conocer la ciudad.
Indudablemente, esto también provocó ciertas anomalías, como zonas con el tráfico colapsado, aparición de pisos turísticos fuera de control y una sobresaturación en la disponibilidad de camas hoteleras. Y en ocasiones, cierta gentrificación consecuencia del encanto que ofrecía esta ciudad creativa y de talento. Empresas de todo el mundo disputaban los precios en el mercado de oficinas para poder implantarse en una ciudad que internacionalmente era un foco de atracción. Barcelona moría de éxito, turismo, congresos, ferias... Un abanico de posibilidades que hacían de la capital catalana una ciudad de moda que cautivaba por sí misma.
Ahora bien, nadie podía imaginar que la aparición de un problema sanitario hiciera temblar los cimientos de nuestra sociedad. La sanidad se colapsó en la curva crítica de pacientes, la gente confinada en sus casas, los comercios cerrados... En definitiva, un detonante para la descomposición del modelo económico de una ciudad que brillaba de esplendor meses atrás. Los comienzos de la pandemia estuvieron marcados por las limitaciones de movimientos, para después establecer los aforos máximos permitidos y las distancias de seguridad, condiciones necesarias para controlar los contagios pero que han contribuido a que la actividad económica de la ciudad cayera en picado. El modelo sobre el que se asentaba y que estaba basado en el turismo, se ha paralizado estrepitosamente. Ha sufrido un terremoto difícil de cuantificar y que posiblemente no era el mejor modelo de ciudad que tendríamos que haber tenido. Un castillo de naipes que amenaza la ruina. Los hoteleros, el gremio de restauración y los comercios grandes y pequeños, están sufriendo las consecuencias de una actividad económica paralizada, y sin visos de recuperación a corto plazo.
Con este panorama tan desolador, algunos creemos que Barcelona va a tener que reinventarse. Los organismos públicos y el Ayuntamiento, así como los poderes económicos, van a tener que redefinir un modelo económico que no esté basado en la masificación. Las grandes masas de gente que invadían nuestras calles, han pasado a la historia. Y por suerte o por desgracia parece ser que no las volveremos a ver, al menos durante un tiempo. Barcelona es una ciudad maravillosa, de talento y de calidad. Y esto es lo que a partir de ahora tendremos que potenciar, una marca Barcelona Calidad. Un concepto que tiene que hacer sostenible la ciudad, y que al amparo de entender la actividad comercial bajo la premisa de ofrecer Calidad, todo nuestro tejido comercial pudiera adherirse.
Barcelona es una ciudad con un enorme potencial creativo, con grandes creadores en todos los ámbitos: gastronómicos, arquitectónicos, artísticos, de diseño y un largo etcétera. Todos ellos han contribuido a dibujar una Barcelona con un valor añadido que muchas otras ciudades quisieran tener. Iniciativas como Barcelona New Economy Week (BNEW), representan un esfuerzo por intentar recuperar el dinamismo de nuestra ciudad, actualmente tan maltrecho. Cualquier impulso es bueno en aras de potenciar la reactivación de nuestra economía. Pero sin embargo se hace necesario establecer un modelo económico bajo el paraguas de Barcelona producto de calidad. El Ayuntamiento junto a las fuerzas sociales y económicas de este país tendría que liderar y establecer un distintivo BCN quality en el que toda la actividad de la ciudad se pudiera sumar. Un modelo que va más allá de una Barcelona basada en la masificación, y que definiera un hub económico que la situaría como referente europeo de un producto de calidad y talento. Sin lugar a dudas, Barcelona es un motor económico en el que una vez superadas las prohibiciones derivadas de la pandemia sanitaria, se atendieran las peticiones del tejido comercial y económico de la ciudad para convertirla en el referente de la calidad en Europa. Una estrategia de la mano de un nuevo organismo de promoción privada cuyo fin sea establecer y dar a conocer la marca Barcelona con la categoría que se merece. No podemos perder más tiempo.