Se hace difícil hablar de Barcelona en un día como hoy. Es un día de pasión, de nervios, de incertidumbres porque hoy es martes 3 de noviembre, el día que los americanos no solo decidirán su futuro, sino que también decidirán el futuro del mundo. Todos estaremos pendientes de las webs, de la radio o de la televisión para ver qué pasa. Si gana Trump o gana Biden. Y, sobre todo, estarán pendientes los casi 6000 estadounidenses que viven en la provincia de Barcelona, según el último anuario estadístico del INE.
Me dirán que Barcelona está muy lejos y que en poco le afectan los resultados entre un Trump tan escorado a la derecha abanderando la extrema derecha mundial y un Biden que ante la radicalidad de Trump parece un peligroso izquierdista, cuando es la ortodoxia de la socialdemocracia liberal. Pero no es así. No sólo porque una derrota de Trump pondría coto a la expansión de la extrema derecha en todo el continente, aunque podría disparar -no sé si es el verbo más adecuado- la tensión en territorio estadounidense agitando a las milicias fascistas y supremacistas que campan por todo el país con arma en ristre. No sólo porque las libertades están en juego, sino porque la victoria de uno o de otro incide directamente en nuestra economía.
Trump ha impuesto aranceles a productos españoles, agrícolas en su mayoría que han impactado en algunos sectores como el vino, el cava, el aceite y frutos secos, con pérdidas directas por la pérdida de un mercado en el que hemos dejado de ser competitivos ante a los mismos productos, y porque no es tan sencillo abrir nuevos mercados y más con la pandemia en plena expansión. Ha desatado una guerra comercial con China que está poniendo en jaque inversiones en España, pero sobre todo en Barcelona el destino preferido de estas inversiones internacionales. No se han perdido, pero pueden afectarnos seriamente. Ha agitado con sus medidas restrictivas a los productos extranjeros con ese lenguaje que sobrepasa ampliamente lo políticamente correcto, trufado de aromas fascistas, xenófobos y supremacistas, con buenas dosis de odio.
Unos aromas que se han visto en la calle en estos días en Barcelona. No eran los independentistas, tampoco los antisistema, eran los fascistas, acompañados por los profesionales de la cosa que se apuntan a un bombardeo, espoleados por el candidato de VOX en las próximas elecciones autonómicas, en una “paradójica” defensa de la libertad y de la democracia. Y eso lo dice el líder de un partido que lo más democrático de la democracia es la dictadura, como se puede comprobar mirando la historia. La propia y la ajena.
Hemos de estar preparados. Ante los ataques y críticas, VOX ha acusado a “los inmigrantes y a los menas”, y naturalmente a la extrema izquierda. En Canarias, están abanderando el odio ante el aumento de llegadas de pateras adjudicándole el epíteto de “invasión”. La situación es compleja pero el ataque de VOX muestra la primera mentira. A pesar del aumento de llegadas no estamos ni de lejos igual que en años anteriores. Es decir, la extrema derecha, emulando el discurso de Trump, está en plena ofensiva para intentar rentabilizar el desmarque del PP tras la moción de censura y conquistar al electorado más radical. Son gente que sueña con la caída del Gobierno y que defiende como una religión “los españoles primero”, esgrimiendo odio y desprecio al diferente, acusándole de ser el culpable de todos los males. Además, también niega la violencia de género y es el genuino representante del muy español nacionalcatolicismo.
El impacto económico de la pandemia está golpeando, y va a golpear, a miles de familias que, sino hay una política de Estado en el conjunto de las administraciones, con ayudas, apoyo y expectativas, pueden verse atraídas por ese discurso que soluciona todos los males echando a los inmigrantes y rezumando testosterona en todas sus actuaciones. Son los desahuciados por el sistema y por la crisis del Covid. Es el modelo Trump. Si hoy gana la mecha se encenderá por todo el mundo y Barcelona reúne todas las condiciones para ser un campo experimental. Eso sí, siempre nos queda Biden.