Ante el menosprecio que ha venido padeciendo el equipo que hace posible la explotación de la mayor mina turística de la ciudad, la Sagrada Família, los trabajadores del recinto subcontratados por la desprestigiada empresa Magma Cultura, han recurrido a la huelga indefinida desde el pasado 26 de septiembre. Ha sido el último instrumento de defensa y reclamo que han podido aplicar ante la falta de diálogo con los actores implicados en la gestión de su espacio de trabajo. Desde esa fecha hasta hoy, cada fin de semana la plantilla del servicio de información turística del recinto se vuelca a la calle para informar a la población sobre la precariedad laboral y los atropellos que vienen padeciendo en los últimos años.
Se encuentran en la indigna posición de no ser más que números tirados a la baja en el papel, controlados por grandes grupos de reclutadores de talento humano “low cost”, administradores y apoderados que se encargan de llevar el servicio de atención al visitante, el servicio de mantenimiento, de venta de audioguías, de visitas guiadas o de venta de souvenirs en las distintas tiendas ubicadas en la Sagrada Família, bajo una lógica poco humana y que pone en cuestión la filosofía cristiana de los fundadores del recinto.
Coincidiendo con esta huelga, y en pleno estado de alarma, el pasado sábado 7 de noviembre el Arzobispado de Barcelona convocó una misa para celebrar los 10 años de la visita del papa Benedicto XVI a la Sagrada Família y beatificar al mártir Jorge Roig que murió defendiendo los ideales del catolicismo durante la guerra civil de 1936. Esta misa rápidamente acaparó la atención de la opinión pública, luego de que diferentes medios difundieran las imágenes donde se podían ver en torno a 600 personas reunidas en el templo, todo ello en medio de un confinamiento severo que limita la actividad de todos los sectores del conjunto de la sociedad y donde se prohíbe el contacto social entre personas.
Sin embargo, ninguno de estos medios se percató de que no participó ninguno de los trabajadores del recinto que usualmente gestionan las colas, hacen la acomodación de los asistentes, facilitan el recorrido a las comitivas que participan en la ceremonia; y óigase bien, hacen la colecta de la limosna que tradicionalmente debería ser recogida por voluntarios. Todo este personal se encontraba en la calle Mallorca, intentando hacer valer sus derechos frente a la policía, que tenía la orden de no permitir que los huelguistas informasen a los asistentes de la misa sobre su situación laboral. Al final fueron replegados de forma inadmisible por las fuerzas de seguridad, quienes cumplieron la orden de dispersar la huelga antes que llegase el arzobispo y se encontrase con esta realidad.
Una lástima, pues se trataba de la ocasión perfecta para que esos miembros de la iglesia católica que realmente están comprometidos con los valores que dieron origen a la fundación de este templo, pudieran interceder en favor de solucionar este conflicto de valores. Pero la Junta Constructora, consciente del problema que han ocasionado en su seno y ante el peligro de un llamado de atención por parte de la misma iglesia, decidió aplicar su influencia en las fuerzas de orden público para disolver una huelga legítima que cada fin de semana se ha venido haciendo de forma pacífica en el mismo lugar.
Los trabajadores de la iglesia finalmente tuvieron que desistir en su objetivo de comunicar a los asistentes de la misa lo que allí está pasando con ellos. Ni TV3 ni ningún otro medio de los presentes hizo difusión, solo Betevé se dignó a grabar el atropello policial. Pero una iglesia viva que se debe a sus feligreses, siempre estará en la capacidad de escuchar a la comunidad; y por más que existan distancias entre unos y otros, siempre será fiel a las máximas que sirvieron de piedra fundacional al cristianismo más genuino, ese que se formó alrededor del Jesús que sacó a los mercaderes del templo y que nos dejó la frase “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Escúchese con especial atención ese mensaje en un templo convertido en parque temático, penetrado por una lógica capitalista y ajeno a los propios ciudadanos de Barcelona.
Por eso, tarde o temprano llegará el momento de reajustar el modelo de negocio que ha tomado el control del recinto y se ofrecerá una experiencia más humana a los que hacen vida en esta iglesia. Para ello la institución debe asumir su responsabilidad y contratar directamente a su personal, para garantizar de esta manera que las prácticas laborales dentro del espacio estén apegadas a la dignidad y a los valores que profesan. Sería el gesto más honrado que puede hacer la iglesia por el bienestar de esos hombres y mujeres que hacen realidad la ejecución de una obra que ha de mantenerse viva durante los próximos siglos.