Cataluña hizo oficial el pasado viernes la prórroga de las restricciones hasta el 23 de noviembre, y el grito de auxilio del sector de la hostelería no se ha hecho esperar. Prácticamente de forma inmediata el gremio de restauradores de Barcelona ha vuelto a levantar la voz. Agudizando el ingenio han conseguido hacer viral un vídeo que, desgraciadamente pese a la claridad y contundencia con la que muestran la situación en la que se encuentran, parece que no dará los frutos deseados. No hay manera de hacer que el gobierno de la Generalitat entre en razón.

Esta vez el gremio barcelonés ha sorprendido con un ingenioso vídeo emulando un videojuego protagonizado por Salvador Illa, Alba Vergés, Pere Aragonés y Pedro Sánchez. El resultado de la partida es un clarísimo “game over”.

El video ejemplifica como nuestros gobernantes con sus medidas están fracasando tanto en su pretensión de salvaguardar la salud de los ciudadanos como en su supuesta pretensión de mantener la economía a flote. En el vídeo se evidencia que las medidas que se están tomando no solo están siendo inútiles para atajar los contagios, sino que además están acabando con la vida de muchos bares y restaurantes que se ven abocados a echar el cerrojo de forma definitiva. Trabajadores al paro, emprendedores arruinados y sin ahorros que para colmo tienen que pagar religiosamente los impuestos derivados de una actividad que a día de hoy no existe son los actores damnificados en este “videojuego” que los políticos son incapaces de pasar con éxito.

Las medidas para con la hostelería son un despropósito. Un error mayúsculo que no entiendo como no subsanan. Cada día es más evidente que las medidas que han tomado carecen de rigor científico. No han sido capaces de demostrar que los contagios en los bares sean la causa principal de que el virus avance, y de hecho, no han conseguido hacer que las cifras bajen aplicando esta medida. Se están aplicando medidas tomadas sin prueba alguna de su efectividad. A veces da la sensación de que lo único que prevalece al mantener el criterio es el orgullo de aquellos que jamás aceptan haberse equivocado. Y eso es peligroso. Frente a una epidemia hay que ser científico, no político. Y si una medida resulta ser un error se corrige lo antes posible y punto. Equivocarse es grave. No asumir el error y rectificar es gravísimo.

Que la medida aboca al cierre a muchos negocios es evidente. No solo por las quejas del sector, sino porque es de puro sentido común. Pero ya dicen que no hay más ciego quien no quiere ver. Tenemos muchísimos ejemplos de medidas bien distintas que parecen estar dando mejores resultados. El ejemplo de Madrid, por más que haya quienes interesadamente acusen a la comunidad de mentir en los datos, evidencia que el cierre de la hostelería no es condición necesaria para doblegar la curva de contagios. Pero modelos hay muchos. Para quienes tienen alergia a Madrid podemos poner otro ejemplo. La Junta de Andalucía ha limitado el horario de los bares a las 18 horas. También podemos ponernos imaginativos. Podríamos restringir la venta de bebidas alcohólicas los fines de semana. Hay decenas de soluciones antes de llevar a la quiebra a un sector.

Evidentemente no quiero caer en la falsa dicotomía salud-economía. Es evidente que puede llegar un momento en que podemos encontrarnos en una situación en la que sea verdaderamente necesario el cierre de la restauración. Ahí sí que entra directamente el debate de las prioridades. Alemania, por ejemplo, está abonando a los hosteleros el 75% de la facturación del ejercicio anterior. ¿No podríamos hacer nosotros lo mismo? La respuesta es “depende”. Depende de las prioridades de cada gobierno.

En Cataluña hemos destinado 20 ridículos millones en ayudas para autónomos mientras gastábamos 18 en poner en órbita un par de satélites sin saber muy bien para qué.

La gestión de la pandemia es un autentico desastre. Durante meses hemos oido que la receta pasaba por tests masivos, detección y aislamiento. Es relativamente sencillo de entender. Lo que no se entiende es como puede ser que a día de hoy se nos diga que en Cataluña contamos con 50 rastreadores y que los incrementaremos en breve hasta llegar a 608 cuando el 19 de julio se nos decía que había 300 y pasarían a ser 1.000 en las siguientes semanas.

Nuestros políticos están matando a la hostelería en nuestra ciudad, pero no por necesidad, sino por incompetencia. Son malos gestores, y desgraciadamente desde Barcelona poco se puede hacer en el momento en que las medidas que nos afectan principalmente son las adoptadas por un gobierno de la Generalitat que está más preocupado de sus luchas internas que de la gestión efectiva y basada en evidencias científicas.

Hace unos días pudimos ver una reunión de restauradores en Barcelona que contó con las voces de personajes como Carme Ruscalleda o Joan Roca en la que los empresarios del sector hicieron una sola cosa. Exigir sentido común. Desgraciadamente sus exigencias, por el momento, no han servido para nada y la situación en la ciudad es insostenible para un sector que no debería encontrarse en esta situación.