Trabajé veinte años en un ente público de la Generalitat de Catalunya. Entré a trabajar como falso autónomo, como tantos otros de mis compañeros. Luego, como eso no podía ser, se sacaron de la manga los contratos de obra o servicio, que fuimos enlazando uno tras otro durante años y años. Como un inmenso favor, nos concedieron un contrato fijo al que teníamos derecho, y todo porque corrió la voz de nuestra situación en algunos círculos y quisieron evitar un posible escándalo. Guardamos silencio, porque ya nos iba bien así, y porque nos daba miedo quedarnos sin trabajo. También es cierto que nuestro director contrató a muchos de mis compañeros por hacer un favor a sus padres, futuros maridos o conocidos, sin concurso previo de selección de personal, porque eso ¿qué es? La red clientelar era muy tupida.
Descubrieron que me gustaba escribir y desde el primer día trabajé de «negro» del director y acabé redactando todos los artículos en los periódicos y revistas, las conferencias, las memorias, incluso respuestas parlamentarias. Llegué a redactar entrevistas para el «conseller», discursos de un ministro, informes de un comisario europeo o las conclusiones de un congreso internacional muy sonado que redacté justo antes de que comenzara el congreso, sin que importara lo que dijeran los congresistas. En cualquier caso, me alegré de que fueran otros los firmantes. Era, simplemente, trabajo, aunque hubo momentos muy difíciles. Pude comprobar que ninguno sabía escribir ni una carta y aprendí que no haber hecho nada en tal ámbito se dice «gracias a nuestros esfuerzos, tal ámbito tiene un gran potencial de desarrollo».
Sin saberlo, hacía de editor y redactor de varias publicaciones, por las que alguien cobraba sus buenos dineros, sin concurso previo, naturalmente. Por cierto, que pasaron muchos años hasta que nos obligaron a licitar un contrato. Fue tal el pasmo ante semejante novedad que nadie sabía cómo se hacía, y eso que el ente público del que hablo ya llevaba diez años en funcionamiento. Hasta ese día todo había sido arbitrario y discrecional, a dedo.
Más pronto que tarde asomó la Familia. Estuve presente cuando el «conseller» llamó al director para pedirle que le diera trabajo a un hijo de la Familia. «Pobre… Tendré que darle trabajo, porque, con ese apellido, nadie le quiere contratar», se excusó nuestro director, al colgar el teléfono, felicísimo de favorecer al patrón. Le dio ese trabajo y otros, que acabaron haciendo mis compañeros, porque el tal hijo se limitaba a poner la mano. También me tocó a mí lidiar con otro hijo de la Familia, que cobraba una burrada por enviarnos por correo electrónico «contenidos para el sitio web», un resumen de prensa al que me suscribí gratuitamente poco después, para demostrar que nos estaba tomando el pelo. Me dijeron que me metiera en mis propios asuntos. Hubo más contactos con la Familia, algunos más discretos que otros.
Recuerdo las visitas de los «conseguidores». Uno era creído y antipático, nunca se ganó nuestro favor, pero otro, un caballero de cierta edad, nos obsequiaba con buñuelos en Cuaresma y nos regalaba con anécdotas picantes del hoy Emérito, con quien tenía gran amistad. Era un sinvergüenza con clase, hay que decirlo. A saber qué consiguieron, uno y otro.
Los primeros años, nuestro director presumía de independentiente, pero un día nos anunció que se hacía socio del Barça y de Convergència, porque el Partido cerraba filas y no era cuestión de perder el puesto por esa minucia. También se abonó al Liceo, aunque no distinguía «Rigoletto» del chachachá. Sabía moverse, y para moverse más también se apuntó a un gimnasio de postín, porque allí hacían ejercicio Fulano, Mengano y Zutano. Puertas afuera tenía una imagen de persona amabilísima. Puertas adentro era un tirano.
Cambiaron las tornas, le perdí la pista. Tuvimos nuevos directores, muy grises e ineptos. Volvieron a cambiar las tornas, regresaron los convergentes. La nueva directora había redactado en la Oficina Antifrau de Catalunya un informe que aseguraba que no había prueba alguna de corrupción política en el caso Palau de la Música, tal cual. Fue una désposta de la peor especie, que nos hizo añorar a cualquiera de los anteriores directores, más inepta y más déspota que cualquiera de ellos. Apareció en las escuchas telefónicas del caso ITV y tuvo contactos muy íntimos y poco claros con la Familia.
Una vez despidió a una tercera parte de la plantilla sin expediente de regulación de empleo ni nada, regresó a Antifraude y acabó siendo su directora… apenas unos días. Recuerdo una «garganta profunda» que me enviaba por correo toda una serie de contratos irregulares en los que había participado, para que los anunciara en mi blog. En Antifraude estaban de ella hasta las narices.
En fin…
Les cuento mis batallitas porque esta semana se celebró el Día Internacional contra la Corrupción y ese mismo día se publicó en los periódicos que habían pillado a mi antiguo jefe con nueve millones de euros en una cuenta en Suiza. Me dio por exclamar, como Louis Renault en una batida en el Rick’s Café Américain: «¡Qué escándalo! ¡Aquí se juega!».