El escritor francés Jean-Pierre Faye es el autor de la teoría de la herradura. Sostenía que, en política, la extrema derecha y la extrema izquierda se parecen como los extremos de una herradura. Argumentaba que la dictadura de Stalin tenía muchas similitudes con el fascismo de Mussolini y el nazismo por su desprecio a la libertad de expresión y a las instituciones democráticas. Los extremos, con sus visiones totalitarias del mundo, se retroalimentan.

El comunismo soviético, el fascismo y el nazismo potenciaron la propaganda política. Sus campañas incidían en atacar y desprestigiar a sus rivales, elevados a la condición de monstruos en muchos casos. La crítica no se toleraba y era reprimida con gran virulencia. En Brasil y Venezuela, hoy, tampoco hay libertad de opinión, pero sobra odio y populismo.

El populismo se ha colado en la política española en el último lustro. Por la derecha y por la izquierda. En Barcelona, Vox tiene poca incidencia, pero los comunes lideran el gobierno municipal con una alcaldesa obsesionada con las “élites” y la prensa libre. Activista hasta 2015, gestiona poco y gesticula mucho. Para combatir el aumento de la inseguridad y la pobreza, Ada Colau atiza contra los medios de comunicación con falsas acusaciones que no sustenta con prueba alguna.

Colau está en guerra contra Metrópoli desde que este medio destapó que la muerte de Martí Estela se produjo después de que su moto chocara con un coche y el motorista, en su caída, impactara contra un bloque de hormigón situado en la calle Balmes. De la familia se olvidó pronto, tan pronto le pidieron que retirara dichos bloques, aunque la conoce desde hace años.

Atribuyó Colau la mayoría de las muertes de los motoristas a un exceso de velocidad, afirmación que soliviantó al colectivo motero. En su explicación de los hechos, a través de Facebook, la primera edil recalcó que los bloques de hormigón no se tocan, a pesar de su peligrosidad para motociclistas, bicicletas y patinetes.

La alcaldesa dice que se siente maltratada en las redes, las mismas que utiliza para difundir sus mensajes y ataques al más puro estilo Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler que sostenía que “una mentira repetida 1.000 veces se convierte en una verdad”. Las élites, para Colau, son el demonio. Como los judíos para Hitler. Curiosamente, en la campaña electoral de 2019 señaló a Manuel Valls como el representante de las élites en el Ayuntamiento de Barcelona. El mismo Valls facilitó su nombramiento como alcaldesa y evitó que Ernest Maragall, el candidato más votado, asumiera el mando.

Colau se pone de los nervios cada vez que lee que tiene un sueldo de 100.000 euros anuales brutos. Esta es la cifra que consta en el portal de transparencia del Ayuntamiento de Barcelona y por la que tributa en Hacienda. Cierto es que dona parte de su sueldo con fines sociales, nunca silenciados por este medio, y cierto es que ahora cobra 900 euros mensuales más que en su primer mandato.

Tampoco tolera Colau las críticas a sus políticas de vivienda, de seguridad y a su urbanismo táctico. El malestar de restauradores y comerciantes, dos sectores claves, se la repatea porque ella antepone su ideología a los necesidades reales de los barceloneses, a los que llama para que se subleven contra la libertad de expresión y a quienes osan con criticar su gestión. Ni que fuera Goebbels.