El procés ha convertido a Barcelona, la capital de Cataluña, en su principal víctima colateral. Sin hoja de ruta, sin proyecto de país más allá del conflicto permanente, sin sentar las bases del futuro, la decadencia se ha adueñado del país y, por ende, de su capital. Por si fuera poco, el gobierno de Colau no ha sido el contrapeso. En la primera legislatura, el balance fue más que mediocre y en ésta baste una anécdota. La alcaldesa participó esta semana en el anual "L’alcaldessa respon". La gran noticia es que nos quitarán los bloques de hormigón entre este año y el que viene, que con el Hermitage es crítica, que se destinan recursos a los colectivos vulnerables –aunque se niega a firmar de nuevo el protocolo social con Aigües de Barcelona, lo que le permitiría conocer la vulnerabilidad de nuevos colectivos– y cuatro generalidades más. Como en el chiste de Eugenio, ¿hay alguien más? ¿Hay algún proyecto para Barcelona? ¿Hay hoja de ruta? ¿Hay algo? Por tradición, en este acto del Col·legi de Periodistes, el alcalde siempre ha marcado un objetivo, un proyecto, un debate. Esta vez este objetivo, este proyecto y este debate han brillado por su ausencia poniendo una vez más el acento en la decadencia de una ciudad que lo ha sido todo y corre el riesgo de no ser mucho más que nada.

A tenor de la intervención de la primera edil, “el més calent és a l’aigüera”. Menos mal que Jaume Collboni se esfuerza en ocupar un espacio alejado de la esterilidad. El número dos del consistorio explicó, horas después, el plan del Ayuntamiento para pujar con proyectos en la mano en los Fondos Europeos. Una iniciativa denominada “Barcelona Plans de Futur” que la alcaldesa ni mencionó unas horas antes, por desconocimiento o por pasividad. O quizás, porque estas iniciativas contemplan una alianza público-privada, algo que Colau considera lesivo en si mismo, que lo privado sea un aliado para poner en marcha el gripado motor de la ciudad.

Eso sí, durante toda la semana Colau ha sido noticia. No por la gestión municipal, sino por las elecciones catalanas. La alcaldesa se ha volcado, sin duda, porque tiene mucho tiempo libre, en potenciar a los comunes. Colau sabe que se la juega su partido y ella en primera persona. Los comunes deben conseguir el número de diputados suficiente para ser determinantes, decisivos. No pueden permitirse una nueva legislatura sin pintar un colín. No lo tiene fácil porque la fragmentación del Parlament restringe sus posibilidades y la aparición de Salvador Illa los puede llevar al ostracismo si PSC y ERC consiguen lo que pretenden: polarizar la campaña.

A sabiendas que el futuro de los comunes pasa por el 14-F, Colau insiste una y otra vez en un nuevo tripartito. Clama en el desierto porque, hasta ahora, su propuesta ha tenido tanto eco como los gritos en una meseta. Para alcanzar este objetivo necesita que su formación mejore resultados. Los actuales ocho diputados no parece que sean suficientes y el panorama no solo es sombrío por la presencia de Illa y por la OPA que ERC pretende hacer en los sectores más soberanistas de su electorado, sino porque la CUP pretende hacerles un siete con Dolors Sabaté. El CIS le dio un balón de oxígeno apuntando la posibilidad de 12 diputados, mientras que el CEO le ha echado agua al vino y los actuales ocho escaños son el máximo que podrá conseguir. La horquilla en la parte baja sitúa a los comunes en seis diputados. Todo un desastre para una formación que vive de su líder, Ada Colau, pero que desde 2015 no para de bajar. ¿Se ha preguntado la señora alcaldesa si parte del problema es ella misma? Su gestión, su forma de hacer, sus astracanadas, sus propuestas sin sentido, sus guerras y animadversiones que no son entendidas. ¿Se ha dado cuenta que el problema de los comunes se llama Ada Colau? Estoy convencido de que sí y, por eso, la alcaldesa se está dedicando en cuerpo y alma a las elecciones. Sabe que la va la vida. Porque un fracaso en las autonómicas puede colgar el cartel de “cerrado por defunción” en las próximas municipales.