Lo sé: el titular de este artículo en, en sí mismo, una noticia. Acostumbrado a que la actividad político-social de nuestra alcaldesa sea una colección interminable de salidas de pata de banco, me llena de alborozo su iniciativa de adquirir locales chapados por la crisis del coronavirus para alquilarlos a gente emprendedora y reforzar el comercio de barrio. Que a los propietarios de inmuebles les parezca mal se me antoja una buena señal. El problema se planteará, me temo, cuando toque repartir los locales, teniendo en cuenta la molesta tendencia al nepotismo de la administración Colau, ejemplificada especialmente en la asignación de dinero público a (supuestas) ONG que suelen estar dirigidas por miembros del partido o amiguetes de la alegre pandilla que regenta actualmente el consistorio. En cualquier caso, bienvenida sea la iniciativa, insólita en alguien capaz de tirar 300.000 euros para celebrar el 90 aniversario de la república o de decir que nuestra ciudad fue inventada por el hombre blanco al volante de su automóvil (yo pensaba que la fundación de Barcelona era anterior a la invención del coche, pero si ella lo dice, adelante con los faroles), de retirarle la calle al almirante Cervera al confundirlo con un militar franquista o de retirar una placa en honor a Juan Carlos I que encargó en su momento el alcalde Serra (Ada no pierde ocasión de hacerse la antimonárquica).
Esta iniciativa que se me antoja razonable llega en un momento no muy dulce para Ada en lo relativo a su popularidad. Hace unos días, unas trescientas personas se manifestaron pidiendo su dimisión. La justicia se interesa por su tendencia al despilfarro y a hacerles favores económicos a los de su cuerda. Se ha ido de Twitter porque los que la ponen de vuelta y media superan con creces a los que le ríen las gracias. Todo eso no quita para que piense en presentarse a la reelección, pero me temo que ello se debe a que ha encontrado en la alcaldía de Barcelona el techo de su ambición, que era mucha y ahora da la impresión de que cada día es menor.
Yo a Colau la veía aspirando a presidir la Generalitat. O yéndose a Madrid a quitarle la silla de debajo del trasero a Pablo Iglesias. Decisiones siempre precedidas de la inevitable declaración de que se va a ir a casa o a reintegrarse en el activismo social. Tengo la impresión de que ya no ve ningún horizonte que vaya más allá del ayuntamiento barcelonés. Y puede que eso sea una buena cosa, algo que redunde, por una vez, en beneficio de ese ciudadano hasta ahora castigado con urbanismos tácticos, patinetes salvajes, inseguridad creciente, odio a la automoción, inquina a la industria hotelera y un desinterés absoluto por la cultura, considerada por los comunes como una práctica elitista y, por consiguiente, despreciable (recordemos su triste actitud con el tema de la ampliación del MACBA).
Sobre el papel, la adquisición de locales chapados para reforzar el tejido comercial de Barcelona parece una buena idea. Algo me dice que los comunes la cagarán a la hora de repartirlos, pues está en su naturaleza sectaria, pero de momento no se me antoja una mala acción. Por fin. Ha costado un poco, pero de la plaza Sant Jaume ha salido algo que no es la habitual idea de bombero con ínfulas seudo progres. Veremos cómo acaba la cosa.