No me queda muy claro que Barcelona no se escriba con V, es decir, Varcelona. Sin un modelo urbanístico definido, como lo estamos viendo últimamente, puede parecer que tampoco quede claro como se deba escribir su nombre. La letra V es la vigesimotercera letra y la decimoctava consonante del alfabeto español. Desde hace años ha representado un auténtico quebradero de cabeza, sobre todo cuando éramos niños y no alcanzábamos a entender cuáles eran las palabras que se escribían con B o con V y no llegábamos a comprender su diferencia. El Betacismo acabó uniendo la fonética y la pronunciación de ambas consonantes. Un criterio que contribuyó a una mayor confusión en su aplicación, y a larguísimos debates sobre la bondad en la utilización de una y u otra letra. Sorprendentemente como ejemplo, la palabra gobernar se escribe con B en castellano, mientras que en catalán se hace con v, como otras muchas palabras que cambian del castellano al catalán. ¿No será que nuestro consistorio puede llegar a emplear también la v para el nombre de nuestra ciudad contribuyendo al desconcierto que tiene la ciudadanía por sus últimas actuaciones urbanísticas?
Esperemos que Barcelona mantenga su B, porque nuestra ciudad es una gran urbe igual que otras muchas grandes ciudades que no se diseñan improvisadamente y entienden que tiene que existir una estrecha relación entre la movilidad y la base económica. La guerra al automóvil impuesta por nuestros mandatarios del Ayuntamiento, nos puede llevar a una amaxofobia inducida, es decir, al miedo a conducir por el colapso circulatorio que se pueda llegar a ocasionar. El urbanismo tiene que hacer posible que una población sea un motor económico. Y los criterios que definan el diseño de la ciudad no tienen ni deben ser ideológicos. Porque si se acometen planteamientos municipales ideológicos, como establecer limitaciones en la movilidad en aras de una sostenibilidad mal entendida, conllevarán irremediablemente el cierre de comercios, la carestía de la vivienda, y desajustes en el tráfico de la ciudad. En definitiva, a una afectación de la actividad económica que puede llegar a ser grave.
En la actualidad, las grandes urbes están proyectando la organización del territorio con modelos participativos integrando sistemas de polinúcleos sostenibles. Un modelo que articula el territorio en núcleos sostenibles autónomos y conectados entre sí, a escala de barrio o de distrito, y en el que la movilidad es el factor determinante para poder establecer un esquema de ciudad sostenible. Aquí, parece ser, estamos por lo contrario.
La iniciativa de la Declaració del Pacte Nacional per a la Renovació Urbana (PRNU) del pasado mes de septiembre, impulsada por el Ayuntamiento y suscrito por los más importantes organismos e instituciones del país, es un documento base que tiene por objeto promover el papel público de la arquitectura y del urbanismo como impulsores del bienestar ciudadano. En su punto primero, determina que se establecerá un modelo de ciudad, así como las estrategias necesarias para tal fin. Un pacto de buenas intenciones que sin duda tendrá mucho recorrido, y que llevará forzosamente a una revisión de las actuales actuaciones y políticas municipales. Y para muestra un botón, porque una vez lanzados a bompo y platillo los proyectos de la superillas, ahora el Ayuntamiento se ha visto en la necesidad de presentar un informe sobre el posible impacto negativo de la superilla del Eixample. Un informe que determinará cómo este proyecto puede afectar a la vivienda y su precio, así como a la actividad económica derivada como consecuencia de la penalización en la movilidad.
Todo un compendio de actuaciones llevadas a cabo hasta ahora, que sumadas con el pinta y colorea en las calzadas, los cortes y los obstáculos en las calles, no hacen más que contribuir al desasosiego ciudadano. Un paciente ciudadano que no llega a comprender el modelo de ciudad que se pretende implementar, porque lamentablemente no existe una política urbanística municipal clara. En conclusión, más desconcierto y más quebraderos de cabeza, solo nos faltaría escribir Barcelona con V. Un supuesto que abonaría aún más, si cabe, una mayor confusión.