Si Madrid es España, Barcelona es un mundo. Eso sí, pequeñito. El Barça se creía grande, pero sólo lo era por tener un gran jugador. Lo que no le impide seguir siendo una reproducción sentimental de la ciudad. Ahora, además, se ha erigido, tras el Madrid, en síntesis del capitalismo moderno, aunque la izquierda haya perdido la ocasión para explicarlo. El capitalismo, como es sabido, se basa en la libre iniciativa y la competencia. Pero hay una ley económica inexorable: el pez gordo se come al chico. Dicho en términos económico-políticos: la tendencia de las empresas no es a competir entre sí respetando la libertad de mercado, sino a asociarse para hundir a la competencia más pequeña. Lo hacen las grandes superficies con el pequeño comercio y los clubs de fútbol con pedigrí con los que carecen del mismo y atraen menos anuncios en la televisión. Eso era la superliga: la fase superior del capitalismo aplicada al fútbol. Los grandes tratando de devorar a los pequeños.
El papel del Barça en esto ha sido casi todo menos bonito. Y enlaza con una tradición también muy catalana: los independentistas lo son mientras no cueste dinero. Si por el medio está la caja, no dudan en abandonar el independentismo emocional y asociarse con quien sea. Es lo que ha hecho el Barça de Laporta con el Madrid de Florentino Pérez, convertirse en su comparsa. Que las cosas hayan salido mal era casi obligado cuando los barceloneses hacen negocios con el presidente de ACS.
Para quien quiera hacer memoria: ACS tiene su origen en una empresa constructora catalana: Construcciones Padrós, que en 1968 se fusionó con Ocisa, la división de obras de dos bancos ya extintos: Urquijo e Hispano. Florentino Pérez se hizo con ella y luego con Dragados y Construcciones y ahí inició su despegue económico, siempre cercano a los poderes del Estado primero y del gobierno autonómico catalán más tarde. Sobre todo en la época de Convergència i Unió. Tan íntimas eran las relaciones entre Florentino y los Pujol que cuando en 1983 se fundó el Partido Reformista que lideraba Miquel Roca, el secretario general de ese partido fue, precisamente, Florentino Pérez. La llamada operación Roca también acabó mal. Él se volvió a sus negocios y los barceloneses se quedaron con las deudas de la intentona de asalto a las Españas.
Aún hay otro acercamiento notable de Florentino a Cataluña: la operación Castor, que debía servir para construir un depósito de gas submarino frente a Vinaroz, pero que acabó provocando 519 terremotos, la mayor parte en territorio catalán. Los habitantes de Alcanar aún se acuerdan. Los demás catalanes, también. El fiasco se cerró con una indemnización de 1.350 millones de euros para la empresa, todos ellos con cargo al contribuyente.
Para que nada falte, los catalanes independentistas hoy en JxCat tuvieron un papel más que activo y colaborador en el rescate de las radiales de Madrid, votando a su favor. Un negocio ruinoso inventado por Aznar que siempre tuvo el apoyo de los nacionalistas catalanes. En Cataluña, la muchachada carlista defendía que había que suprimir las autopistas. En Madrid, en cambio, votaba a favor de las concesionarias.
Tan íntimas son las buenas relaciones de Florentino Pérez con los gobiernos catalanes que en 2017 se convirtió en la primera constructora por volumen de negocios con el ejecutivo catalán. En la última década ACS, directamente o a través de sus filiales, se ha hecho con más de 2.600 contratos con la Generalitat o el Ayuntamiento de Barcelona, por un importe cercano a los 800 millones de euros.
En el campo del Barça, cuando iba el público, se podía oír en el minuto 17,14 gritos de independencia, pero sus dirigentes (Laporta, Rosell o Bartomeu) no tenían intención de ir más allá del griterío. Para quien no lo recuerde, Sandro Rosell, tras su paso por la cárcel, declaró que él, en caso de un referéndum secesionista, votaría a favor de la independencia y añadió que si ganara esa opción, no dudaría en irse a vivir fuera de Cataluña. Un infinito ejercicio de coherencia político-financiera.
También Laporta es un abonado a la coherencia. En enero, durante la campaña electoral que le llevó a la presidencia del club, declaró que no le gustaba en absoluto la idea de la superliga a la que luego se ha apuntado haciendo el mayor de los ridículos. Pero tampoco es una novedad en un personaje que un día fue capaz de bajarse los pantalones en el control del aeropuerto. Si eso lo hace en público, ¿qué no será capaz de hacer en privado?
Eso sí: oficialmente todo se hace por mantener bien alto el nombre del Barcelona y la imagen de la ciudad. Con permiso de Florentino Pérez y del Madrid, que una cosa es el corazón y otra la cartera. Queda de todas formas un último paso: que las obras del estadio y la remodelación de Les Corts se encarguen a una empresa de ACS.