No suele gustarme lo de centrarme en ejemplos de tiempos pasados. De hecho, me resisto siempre a creer aquello de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, pero hay veces en que, viendo como se gestionan algunas cosas en la ciudad, uno siente cierta nostalgia por la pérdida de habilidad de nuestros gestores actuales cuando los compara con los de hace unos años.
Al final, gobernar va de algo tan sencillo (y tan complejo a la vez) como de tratar de mejorar la vida de los ciudadanos. Y para hacerlo es imprescindible tener buenas ideas y ser capaces de llevarlas a cabo.
Y para llevarlas a cabo es necesario conseguir consensos. Consensos que se hacen prácticamente imposibles cuando el prisma ideológico se sobredimensiona y se convierte en un elemento de división. Un Ayuntamiento no debería dividir, sino todo lo contrario. Un gestor que no consigue crear complicidades para tirar adelante grandes proyectos no es un buen gestor.
Soy consciente de que es algo recurrente acudir a una especie de idealización del socialista Pasqual Maragall, convirtiéndolo prácticamente en adalid de todas las virtudes del buen gobernante, y probablemente se trate de una especie de aura exagerada beneficiada por el tiempo que ha pasado desde que dirigió nuestra ciudad. Pero algo que no se le puede negar es que fue capaz de generar consensos y complicidades con unos y otros para llevar a cabo los grandes cambios que necesitaba la ciudad.
Se trabajó un urbanismo de calidad, se desarrolló la marca Barcelona, se llevaron a cabo grandes negociaciones para atraer capital… Ahora, todo eso, no es más que un recuerdo lejano empañado por la forma en la que gobierna la alcaldesa de la ciudad, siendo incapaz, en muchos casos, de aplicar sus propósitos consiguiendo el consenso generalizado de los grupos políticos de la ciudad.
Durante estas últimas semanas hemos conocido la noticia de que el juzgado contencioso administrativo 7 de Barcelona ha tumbado el proyecto de Clínica Dental pública de Ada Colau. La alcaldesa pretendía crear una clínica odontológica pública, pero el juzgado ha considerado que Barcelona no tiene competencia para hacerlo. Ha dado la razón al Colegio Oficial de Odontólogos y Estomatólogos de Cataluña, que había denunciado al Ayuntamiento por crear un operador municipal que pretendía prestar un servicio que duplicaba competencias con las de la Generalitat.
La sentencia no es firme, y de hecho el Ayuntamiento presentará un recurso frente al TSJC, pero por lo pronto volvemos a ver una sentencia que deja los propósitos de Ada Colau en una situación complicada.
Particularmente siempre he considerado que el acceso por parte de la ciudadanía más vulnerable a servicios odontológicos es uno de los flancos que hay que cubrir. La realidad es que existe una importante cantidad de población a la que se le hace muy complicado acudir al dentista, cuando realmente lo necesita, debido a los elevados precios de ciertos tratamientos, y ante esto, es necesario buscar una solución.
Pero la solución debe pasar por algo más que por una buena idea. Es necesario ser capaces de aplicarla. La jueza considera que, en efecto, la ciudad puede proveer los servicios públicos que considere, siempre y cuando tenga la competencia en cuestión, pero parece que para este tema el Ayuntamiento no la tiene. Y eso es algo que deberían haber tenido en cuenta, porque es de manual. Gobernar sin conocer tus competencias te lleva al ridículo, y no es la primera vez que vemos como se trata de legislar en asuntos en los que no se tiene competencia.
Las cosas hay que hacerlas bien. Gestionar bien es saber donde estás. Qué puedes hacer y que no. Y sobretodo como puedes hacerlo. Las buenas ideas necesitan buenos gestores que las desarrollen. Y a veces, en Barcelona, ideas interesantes acaban quedando en un limbo simplemente porque no se han desarrollado correctamente.
Veremos en qué acaba todo esto pero, por lo pronto, la pelota va directa de nuevo a los juzgados.