JxCat dice ser de izquierdas, pero a fe que tiene un extraño concepto de la propiedad, un elemento que tradicionalmente ha servido para diferenciar a la izquierda de la derecha. Junts no sólo defiende la propiedad privada como inviolable sino que, además, pretende ejercerla sobre las instituciones catalanas que, a lo que se ve, son también propiedad suya. Sus dirigentes reaccionan airados ante cualquier tentación de otro por utilizar algo que ellos crean suyo, incluso cuando se trata de mejorar las cosas. En Cataluña creen, o dicen creer, que sólo la independencia puede mejorar algo. Todo lo demás, lo empeorará. De modo que las propiedades catalanas, mejor muertas que manoseadas, sobre todo si las manos son del enemigo español. Cuando el presidente de AENA, Maurici Lucena Betriu, nacido en Barcelona en 1975, ha sugerido que habría que actuar para ampliar y actualizar el aeropuerto de El Prat de modo que luego se potencien los vuelos intercontinentales, la reacción del titular de la consejería de Territorio, Damià Calvet, ha sido diáfana: mejor que se hunda todo antes que permitir que tierra catalana sea hollada por la inversión hispana. Calvet, quien por cierto gasta una pésima prosodia, no discute el sentido de las mejoras, no. Si lo que se pretende lo ha pensado alguien que vive en Madrid, ni que sea temporalmente, seguro que es un desastre para Cataluña.

La ventaja de ser fanático es que se puede decir cualquier cosa y lo contrario. No hace falta ser consecuente. Cabe exigir la ampliación del aeropuerto a las 11 de la mañana y rechazarlo a las 12. Si a la una hay que volver a cambiar de opinión, no pasa nada. Se consulta con Waterloo y se rectifica. Gracias a esa capacidad de adaptación Calvet ha llegado a consejero y hasta se postuló para cabeza de lista de la formación, con escaso éxito, por cierto: no convenció ni a los suyos, algunos de los cuales se tragan cualquier cosa.

A Calvet y a JxCat el futuro del aeropuerto les importa un rábano. Después de todo, es una instalación de propiedad española y situada en el área metropolitana de Barcelona. Los enemigos de siempre. Cuanto peor vayan las cosas a esa chusma, mucho mejor. Así, además, se puede criticar a AENA, es decir, a Madrid.

El Ayuntamiento de Barcelona apoya las mejoras. Pero no estaría de más que se pronunciara también sobre el puerto y los cruceros. En ellos acostumbra a viajar gente que antes dejaba cierto dinero en Barcelona. Ahora, gracias a las restricciones impuestas por la Generalitat, las compañías andan buscando nuevos amarres, para gozo de Valencia y Málaga que, además, han sabido actuar de forma más eficaz en el tratamiento de la pandemia y son puntos con menos riesgo que Barcelona. Los cruceros, que volverán a operar pronto, son una oportunidad de negocio. El Gobierno catalán anda empeñado en que sean negocio para los demás. Una vez más, la mejor política es la de la tierra quemada. Salvo que en realidad el consejero de Empresa, Ramon Tremosa, esté promocionando Valencia en aras a que forma parte de los Països Catalans. Tremosa es capaz de eso y de más. Ya en su día denunció la violencia policial en Barcelona empleando una fotografía tomada en una manifestación en Chile. Como premio lo hicieron consejero.

Cuesta entender que se machaque a Barcelona a través de instalaciones tan relevantes como el puerto y el aeropuerto. Es verdad que los cruceristas pueden expandir el virus (sobre todo si no se toman las medidas adecuadas) pero también los visitantes del Mobile, a no ser que los empresarios sean menos propensos al contagio.

Tampoco se entienden las ganas de comprar trenes para conectar Barcelona con un aeropuerto que sería menor, en una nueva línea explotada por Ferrocarrils de la Generalitat en vez de Renfe, que ya da el servicio ahora. Salvo que haya comisiones de por medio, como los fiscales dicen que hacían los dirigentes de CDC, muchos de ellos hoy en Junts. Pero es de suponer que se lo anden pensando, aunque sólo sea porque pueden volver a pillarlos. O eso o que piensen que hay barra libre porque la independencia está al caer y con ella el control de los jueces.

De momento, JxCat destaca por su frenética actividad encaminada siempre a lo mismo: el bloqueo y la destrucción. Y no es que busque el beneficio propio, se conforma con perjudicar al enemigo e incluso al supuesto amigo. Su lema es claro: Cataluña será mía o de la tumba fría. Una consigna de raigambre machista y es que cada uno bebe de sus propias fuentes.