Una editorial catalana ha decidido traducir al catalán Esa puta tan distinguida, la última novela publicada en vida de Juan Marsé. De inmediato se han alzado voces a favor y en contra. Se supone que hay catalanes que no han leído a Marsé porque sus novelas estaban escritas en castellano y podrían hacerlo ahora en la versión traducida. Desde la perspectiva de la apreciación creativa es, desde luego, una barbaridad. Por buena que sea la traducción, nunca tendrá el punto de la creación que le dio el autor a la obra. El novelista no sólo cuenta una historia, también emplea un lenguaje y, si es bueno (y Marsé lo era) lo crea al recrearlo. Y, a pesar de todo, con un solo lector que gane, habrá valido la pena que la obra haya sido traducida. Especialmente esta novela que es, según explicaba él mismo, su pieza más autobiográfica, hecha a partir de una reflexión sobre la memoria y sobre la desmemoria, que no es lo mismo que el olvido. Para decirlo con sus propias palabras: “El olvido puede ser voluntario. La desmemoria suele ser una falacia perfectamente planeada”.
Se ha dicho muchas veces que Barcelona no ha tenido un gran novelista que la cuente. Quizás no ha tenido un novelista que la cuente toda, pero sí ha habido un notable grupo de autores que han ofrecido una estampa de la ciudad en la que se recogen sus diversos claroscuros. Marsé fue uno de ellos. A su lado están Eduardo Mendoza, Manuel Vázquez Montalbán, Terenci Moix (sobre todo en sus volúmenes de memorias) y, algo más lejos, Josep Maria de Sagarra. Hay más, pero no se trata de agotar la lista ni de hacer clasificaciones, porque el mundo de la literatura no es el mundo del deporte.
Que Barcelona haya sido descrita en catalán y en castellano responde a la lógica histórica. Pese a algunos de los que no han querido leer a Marsé, la ciudad vive en los dos idiomas, se explica y se comprende en los dos idiomas.
La novela (la ficción) es un reflejo de la realidad, pero un reflejo pasado por el tamiz de la imaginación del escritor. Se ha dicho muchas veces que El Jarama, de Sánchez Ferlosio, reproduce las conversaciones de sus personajes como si el narrador las hubiera grabado con un magnetofón y luego transcrito. Y es verdad que lo parece, pero ahí terminan las semejanzas. Para que el diálogo sea creíble tiene que ser trabajado en el taller del lenguaje. Las conversaciones de la novela son verosímiles porque no son reales. Ningún escritor (con la única excepción, quizás, de Gonzalo Torrente Ballester) habla con la precisión de sus obras. Ninguna Barcelona es la Barcelona de Marsé, pero no tendríamos la imagen que tenemos de la Barcelona real si la ciudad no hubiera tenido un relator como él. Un observador del Carmelo y de Gracia, del Pijoaparte (el personaje central de Últimas tardes con Teresa) y de Juanito Marés (que vive y se desvive en El amante bilingüe). Un narrador de historias hechas de retazos de otras historias, oídas, imaginadas, soñadas.
El propio Juan Marsé explicaba poco después de la publicación de Esa puta tan distinguida que la parte más autobiográfica de la novela no se halla en las peripecias del personaje sino en las relaciones que se narran entre el escritor y la escritura, el escritor y el lenguaje. El lenguaje no es el idioma. El lenguaje es universal; el idioma, particular. El lenguaje es común a todos los hombres, configura al hombre que luego se expresa en uno o varios idiomas. Marsé hablaba con fluidez el castellano, el catalán y también el francés. Pero crear, creaba en castellano. El castellano de Barcelona. El castellano de los Pijoaparte, el castellano de los versos de su amigo Jaime Gil de Biedma, el castellano de los anarquistas de la CNT que fundaron la imagen de Barcelona como rosa de fuego, el castellano de los otros catalanes llegados de Extremadura, de Andalucía, de Murcia y de Aragón. Tan lejano al castellano de las clases altas barcelonesas que lo empleaban para hacer méritos durante la dictadura, añadiendo la estupidez de que era más elegante que el catalán.
Bien está que ahora la voz de Marsé suene en catalán en la mente de quien así lo lea. Si le gusta, cabe la posibilidad de que siga leyendo el resto de la novelística del autor: Si te dicen que caí, Un día volveré, La oscura historia de la prima Montse, Ronda del Guinardó y varias otras, junto a un cuento tan espectacular y vibrante como Teniente Bravo. Es una sugerencia.