“Algo se muere en el alma, cuando un amigo se va. Y va dejando una huella que no se puede borrar. Un pañuelo de silencio, a la hora de partir. Porque hay palabras que hieren, y no se deben decir. El barco se hace pequeño, cuando se aleja en el mar. Y cuando se va perdiendo, que grande es la soledad”. No hay mejor canción que esta de Los del Río para ilustrar los dos años de mandato municipal en la ciudad de Barcelona. Ha sido una semana movidita con verbena de Sant Joan de por medio. Es de justicia elogiar el trabajo de la Guardia Urbana y, por ende, el trabajo del concejal Albert Batlle, que ha solventado la fiesta con algunos problemas, pero sin incidencias destacables. Algo nada fácil. Pero, más allá de la verbena, el tablero político se ha movido y mucho.

Ernest Maragall, con sus 78 años, ha dejado claro que se presenta como la alternativa encomendándose al partido –algo obvio– y a los médicos –algo necesario– para ser candidato. En 2023, Maragall tendrá 80 años, algo que no es baladí. Y él mismo lo sabe. Su partido también lo sabe y el debate sobre la candidatura existe, pero los republicanos no tienen a nadie con tanto gancho como Maragall y urge buscar un número dos, para el 2023 o para después. El president Aragonès, por si acaso, cerró filas con el actual líder.

Jaume Collboni tiene unos cuantos años menos y la voluntad política de ser alcalde. El líder socialista está marcando perfil propio y ha dado respuestas en su conferencia, que tenía por título un incisivo "Barcelona pel Sí", que se contraponía fácilmente a la Barcelona negativista, antipática, escribía hace unas semanas, de la alcaldesa. Tanto Maragall como Collboni se aprestan a tomar posiciones en la batalla final del 2023 entonando ambos “algo se muere en el alma cuando un amigo se va”, con destinatario diáfano: Ada Colau. Entonaban la canción dejando claro que hay huellas que borrar de estos años de Barcelona amortecida y sacando a relucir su pañuelo de silencio sobre lo que ha sido la gestión de los últimos años. El candidato socialista, víctima de rumores de defenestración con los que tendrá que convivir hasta las elecciones y sobre los que tendrá que salir airoso, no despreciaría, para nada, que Maragall no fuera el candidato de los republicanos “algo se muere en el alma, cuando un amigo se va”, pero que se vaya, desearía Collboni. Se lo pondría más fácil, sin duda.

Collboni supo conjugar su papel de Gobierno con el impulso a su candidatura. Dio explicaciones del por qué no rompe pero puso pie en pared en temas como el Hermitage, el Clínic, el Aeropuerto, y sobre la ciudad. Maragall también pisó bien el acelerador marcando distancias en temas concretos. Por primera vez en años el leitmotiv no era el procés, sino el progreso, como dijo Collboni. Marcó distancias con Colau sin llegar a romper “porque hay palabras que hieren, y no se deben decir”, porque sabe que, tras las elecciones, aunque Colau quede tocada, los regidores de los comunes serán fundamentales para la formación del nuevo gobierno municipal.

Por primera vez, en tiempo, los líderes municipales hablaron de modelo de ciudad, de su visión, de cómo ven el futuro. Es de agradecer a Maragall y Collboni el esfuerzo. Colau empieza a ver que “cuando se va perdiendo, qué grande es la soledad”. La alcaldesa está más sola que nunca. No fue ni noticia que estuviera en primera fila en el acto del Liceu de Barcelona del presidente Sánchez. En otro momento, hubiera sido clave su presencia. En este no sobraba, pero era sobrera. Todo el protagonismo sobre los indultos ha recaído en Jaume Asens, ella ha estado en un discreto segundo plano. Tan discreto como su gestión en la alcaldía. Su continuo de desaguisados no tiene fin. Sumen las basuras de Sant Andreu.

La derecha municipal está peor que nunca. Ciutadans haciéndose pedazos, el PP no está ni se le espera, Valls haciendo las maletas y Junts per Catalunya es el convidado de piedra. Por eso, desde todos los sectores de la burguesía se hacen cábalas para encontrar candidatos para este espacio, esperando que alguno de los que hay no se convierta en el candidato de Vox, que está ahí agazapado buscando su momento, su candidato, para robar la merienda a los restos de Ciutadans y populares. El caso de Junts es algo diferente. Se sabe que está ahí pero no para lo que sirve. Artadi nos dijo que renunciaba a ser vicepresidenta porque quería apostar por Barcelona. No sabemos nada de la apuesta más allá del fichaje de Jaume Clotet con salario a cargo de la Diputació de Barcelona. De su modelo de ciudad, nada de nada. “El barco se hace pequeño cuando se aleja en el mar”, dicen Los del Río, pero en el caso de Artadi ese barco ya es una chalupa cuando está en el puerto. Nunca una canción vino tan a cuento.