El concejal de Presupuestos y Presidencia, Jordi Martí, intentaba justificar lo injustificable en la presentación del Barómetro de Barcelona. La alcaldesa suspendía en la valoración aunque ciertamente subía 4 décimas desde la última encuesta, pero suspendía en el ecuador de su mandato y, como puntilla, la gestión del consistorio es el segundo problema que tiene la ciudad. O sea, que la gestión de Colau no es que tenga críticas sino que ha subido a la categoría de problema.
El Barómetro daba datos electorales, donde situaba a Ernest Maragall en la pole position, aunque haría bien el republicano en no vender la piel del oso porque todavía quedan dos años para la contienda. Y haría bien Jaume Collboni en poner más potencia en el acelerador porque el PSC sigue en tercera posición, aunque recupera fuelle, y la valoración del líder socialista es solo la misma que la de la alcaldesa y de la líder de JxCAT, Elsa Artadi que dobla la intención de voto. PP, Ciudadanos y VOX están en la inanición. Los populares están recuperando algo de fuelle pero la tensión interna puede mermar sus fuerzas. La que sale muy bien parada es la CUP que se sitúa por encima del 4%.
Quedan dos años y todo puede cambiar pero todos deberían hacer deberes porque es muy significativo que la ciudadanía esté harta de la política municipal. Quitar hierro como hizo Jordi Martí no es quizás el mejor análisis de la situación. Todos tienen su parte de culpa, pero quien debería reflexionar y casi hacer acto de contrición es el equipo municipales. Los Comunes porque son el partido de la alcaldesa y los socialistas y son los directos responsables de esta apreciación ciudadana. Insisto no es una crítica es que los barceloneses ven al ayuntamiento como un problema. Refugiarse en que son respuestas espontaneas es tanto como el avestruz que entierra su cabeza para no ver como la atacan.
Ada Colau, como máximo responsable del gobierno municipal, es un problema, es el segundo problema de los barceloneses. Quizás la inquilina de la Plaza de Sant Jaume, lado mar, debería reflexionar sobre esa Barcelona antipática que ha construido, de esa Barcelona que no ve oportunidades, solo problemas, de esa Barcelona que ha perdido la luminosidad de antaño para convertirla en una carrera de obstáculos con boyardos y calles pintarrajeadas. De esa Barcelona que impulsaba sus polos de nuevas tecnologías sin olvidar sus polos industriales, que apoyaba iniciativas como la ampliación del aeropuerto, la instalación de una fábrica de baterías o que ponía el grito en el cielo cuando se cerraba una empresa. El silencio ensordecedor del consistorio en estos últimos temas son un ejemplo más. Barcelona es una ciudad que provoca un cierto hartazgo. Les sugiero que cojan el coche por la Calle del Consell de Cent desde la calle de Vilamarí, en su origen. Compren palomitas porque se pasarán un rato para avanzar unos metros. Y no les digo el Paseo de la Zona Franca que es lo más parecido a una ratonera cuando los trabajadores van o vienen de su centro de trabajo.
Ada Colau es un problema que quiere repetir su candidatura en 2023. Está en su derecho de hacerlo aunque dijera que no lo haría. Y veremos si lo hace, todo dependerá del papel que Yolanda Díaz le de en la configuración de un nuevo espacio a la izquierda del PSOE. La salud de los Comunes depende de Ada Colau, es su líder con más proyección y la única que garantiza que la marca no sufra un revolcón demasiado doloroso. De momento, no gana pero está en la pelea. Pero esta líder es, recuerden, el segundo problema de Barcelona.