No hay que coger aviones que son contaminantes nos dijo la alcaldesa Colau. Así se entiende que esté en contra de la ampliación del aeropuerto. Dicen que para proteger La Ricarda. Lo que no dicen es la famosa Ricarda es una laguna artificial que se construyeron las élites burguesas de Barcelona en sus mansiones en la playa de El Prat. O sea, que La Ricarda es privada. Nos dicen que ampliar el aeropuerto traería turismo en masa a Barcelona y que los empleos que se generarían serían de baja cualificación y precarios. Eso es tanto como decir que ahora no viene turismo de zonas muy concretas de Europa porque del resto del mundo viene pero lo hace con transferencia desde Madrid, porque el aeropuerto no puede recibirlos de forma directa.
Nos dice la señora alcaldesa que el aeropuerto contamina. Cierto, un 20% del total. El puerto es el gran problema de Barcelona y ahora seguramente con los atascos que nos brinda la nueva decoración de bolardos, calles pintarrajeadas, y las más que cuestionables decisiones de tráfico, el coche. Todavía no nos han dicho cuantos huertos se podrían hacer en la calle Aragón, en los espacios robados al coche en la Zona Franca, en la calle Consejo de Ciento y en las innumerables calles que dicen que son para el peatón.
Las ciudades tienen que ser más verdes, más sostenibles, pero eso no es sinónimo de retroceso, de medidas estúpidas o de abrir una guerra contra el coche. Porque el coche está mejorando su tecnología. Ahora son híbridos, y pronto serán eléctricos. También los aviones están avanzando hacia modelos mucho más acordes con el medio ambiente. Pero es mejor dar un portazo al progreso. Quizás tengamos que seguir peleando por un mejor empleo en El Prat. Lo que está claro es que si El Prat se bloquea no habrá empleo por el que luchar.
Es cierto que hay que la ampliación debe realizarse atendiendo a las necesidades medioambientales. Evidentemente, pero la Ricarda no es ninguna panacea. Quizás se debería reordenar el territorio haciendo realmente una zona donde las aves puedan hacer parada en sus migraciones, que los ciudadanos las puedan utilizar y que el territorio las pueda aprovechar. Porque además de las aves, que encontrarían fácilmente un nuevo entorno porque quizás Colau no lo sepa pero tienen incorporado un GPS natural de alta tecnología, hay que buscar una salida para la actividad de la industria agrícola del Baix Llobregat, la huerta de Barcelona. La propuesta de AENA de aumentar la zona agrícola no es una cuestión baladí, aunque dudo que los ecologistas “urbanitas”, esos que hacen ganchillo y taichi en la calle Aragón tengan idea de donde sale una buena parte de las verduras, hortalizas y frutas que llegan a Mercabarna. Las que no salen del Baix Llobregat llegan en camiones, miles de ellos, o en barco, centenares. Y todo eso contamina.
El ecologismo urbanita es aquel que los fines de semana se marcha a su segunda residencia y les da instrucciones a los del lugar de cómo deben configurar su entorno. Son junto los comunes de Colau, o dentro de los comunes de Colau, los que nos dicen al resto de ciudadanos que Barcelona tiene que volver al pasado. Ese es su futuro, un futuro sin ningún tipo de orgullo de ciudad. Una Barcelona sin pulso que irá perdiendo peso económico y social. Sin duda, si queremos tener una capital de Catalunya de futuro y con futuro, los comunes deben pasar a la oposición.