Hablamos de gente adulta, que se supone que piensa, pero andan todos conmocionados ante el Messi llorón y sorbiéndose los mocos. Que lo supongo emocionado al contar los millones que le van a caer del cielo ahora que se va a París. Si me cayeran a mí, tanta emoción tampoco me dejaría pronunciar palabra, que conste. Esas personas adultas que gritan, lloran, se rasgan las vestiduras, claman al Cielo incrédulos… Ay, Señor… Por los índices de pobreza de su ciudad no se lamentarán tanto. Pero ahora se caen del guindo y descubren que el Barça, más que un club, es una deuda. Su situación financiera es lo más parecido a la hipersuperficie de Cauchy de un agujero negro o, dicho en lenguaje llano, el club debe pasta por un tubo y así no se va a comer un rosco.
Alguien me dijo una vez, hace años, que el Barça es Cataluña en esperpento. Luego vino el «procés» y no quedó claro si el esperpento estaba aquí, allá o en ambas partes. Pero que hay esperpento, seguro, y en cantidades industriales.
Prueba de ello serían las sesudas declaraciones del muy ilustre diputado autonómico señor Canadell acerca de la posible ampliación del aeropuerto del Prat de Llobregat. Ojo, que el muy ilustre diputado autonómico estuvo a punto puntísimo de ser candidato a presidente de la Generalitat, aunque le ganó la mano otra que tal, la señora Magia Borrás. Ambos personajes son representativos del grado de cursilería, friquismo y supremacismo procesista, pero ahora no hablábamos de eso. ¡Centrémosnos en el asunto!
Pues va el muy ilustre diputado autonómico y dice, con un par, que la idea de ampliar el aeropuerto le parece muy bien porque (atención) cuando suban las aguas debido al cambio climático e inunden la costa, las obras ya estarán amortizadas. ¡Toma ya! Para justificar tal aseveración, cita sus fuentes: se lo ha dicho un amigo, que es biólogo. Y ahí sigue, encantado de conocerse.
En cualquier otra parte o bajo cualquier otra circunstancia, la reacción de la prensa y del público hubiera sido tal que, muerto de vergüenza, el fulano habría corrido a esconderse. El verdadero drama no es que haya un tonto suelto, sino que no pase nada porque ya estamos acostumbrados. De hecho, la competencia por ser el más tonto está muy reñida.
El señor Puigdemont es uno de los más destacados. Hace un par de días, publicó una nota que cuestionaba el proceso de vacunación y lo mostraba como una consecuencia del «pensamiento único». El tipo pretendía ser ingenioso comparando el «proceso» con el «proceso de vacunación» y le salió un ejemplo máximo de estupidez y falta de empatía. Faltó tiempo para que una muchachada «indepe» se aliara con los vendedores de lejía y su causa criminal por culpa (siendo generosos) de una redacción lamentable y una broma de mal gusto. Pero es lo que hay, estos son nuestros líderes, ésta es la gente que les sigue. El país está en manos de idiotas.
La tontería también es municipal. Pongamos por ejemplo la gestión de los bienes culturales a manos del Ayuntamiento de Barcelona. Hemos visto cómo derribaban la farmacia del Carrer Gran de Sant Andreu, 435, un humilde patrimonio del barrio digno de ser protegido, o cómo talaban los árboles de la calle Cerdà, en el mismo barrio, por no sé qué excusa. Más cultura popular cayó bajo las excavadoras en la Baixada de Can Mateu y esta misma semana se han cargado los estudios de Balet y Blay.
Hace más de diez años se propuso convertir esos estudios en el Museo del Cómic y la Ilustración y más de cuarenta entidades culturales del distrito de Coll-Vallcarca pedían salvarlos de la piqueta. La primera película de dibujos animados de España salió de ese edificio, en 1938, y la primera película de dibujos animados en color de Europa, siete años después. Pero no. Con absoluto desprecio por la voluntad vecinal y el patrimonio cultural de la ciudad, la piqueta ha echado abajo el edificio y el museo ya no se instalará en Barcelona.
Etcétera, etcétera, etcétera.
El baño de realidad será tremendo, si algún día se produce.