Pere Aragonés convocó para el 27 de julio al vicepresidente, Jordi Puigneró y a la consejera de Acción Climática, Teresa Jordà. El objetivo era decidir la posición del Govern en la reunión a mantener el 2 de agosto con el Ministerio de Transportes. Puigneró no pudo ir. Tenía que acudir a Perpiñán a una paella organizada por Pilar Rahola. Sí fue, en cambio, a la reunión con el ministerio y allí pactó la ampliación del aeropuerto. Poco después, varios miembros del Ejecutivo catalán le decían que había pactado una pachanga y que pensaban manifestarse en contra. El propio Aragonés expresó su desacuerdo con lo pactado. A la vista de tanta incoherencia, el Gobierno central decidió aplazar la ampliación y, claro, la inversión para llevarla a cabo: 1.700 millones.
¡Dios la que se armó!, que hubiera dicho Jardiel Poncela. Y nunca mejor elegido el autor, porque sólo con ciertas dosis de humor absurdo se puede explicar la astracanada.
Que luego el Gobierno catalán se haya hecho el ofendido y afirmado que la culpa era del otro (para el independentismo la culpa de todo es siempre de otro) forma parte del juego de los despropósitos que, sin embargo, sus fieles están dispuestos a tragar. La fe es lo que tiene: no importa que la razón diga lo contrario.
En el debate sobre el aeropuerto hay diversas cuestiones que se están mezclando como si fueran la misma. Una es la posible afectación de La Ricarda; otra es la emisión de gases contaminantes que provocan los aviones; está, finalmente, el modelo de sociedad que se busca para el futuro y, en ese modelo, qué tipo de aeropuerto conviene a Barcelona. Ya, finalmente y si se quiere, se puede mezclar también la reunión entre ambos gobiernos pero son ganas de mezclar churras con merinas.
La ampliación pactada entre Transportes y Puigneró incluía, desde luego, la afectación de La Ricarda, una laguna de origen artificial situada en el municipio de El Prat del Llobregat. Es el mismo municipio en el que se efectuó el desvío del cauce del Llobregat que antes desembocaba ligeramente más al norte que ahora. Se hizo así para poder ampliar el puerto de Barcelona. ¿De verdad es menos grave el desvío del lecho de un río modificando su desembocadura que la afectación de una laguna artificial? Los ingenieros sostienen que se puede hacer cualquier cosa, siempre que se ponderen los pros y los contras y, sobre todo, que se haga bien. La cuestión, por tanto, es si vale la pena la inversión que supondría afectar a la zona de la laguna y compensar el destrozo en otra parte o no.
Algunos sostienen que, en la medida en que se trata de una zona protegida, Europa tumbaría el proyecto. No es verdad, Europa debería analizar el proyecto. Podría decir que no o, si era suficientemente bueno, validarlo.
Dicho sea de paso, en el mismo municipio, bajo el que hay un importante acuífero de agua dulce, se hizo un hoyo notable para construir una estación del AVE que costó un dineral y supuso, también, una afectación del medio ambiente. Nunca se ha utilizado.
Las emisiones de los aviones tienen poco que ver con La Ricarda. Los aviones contaminan, y mucho, en todas partes. Si el proyecto de un nuevo aeropuerto iniciado en los sesenta y ubicado en el Penedès hubiera seguido adelante, los aviones también contaminarían, pese a despegar y aterrizar lejos de La Ricarda.
Es evidente que el tráfico aéreo es uno de los principales elementos contaminantes y que mucho de ese tráfico resulta hoy inadecuado. Quizás lo que hay que hacer es buscar otros medios, preferentemente el tren, que contamina menos e incluso tarda menos. El aeropuerto (pandemia al margen) exige estar allí con antelación y requiere un tiempo para ir hasta él mucho mayor que el del transporte ferroviario que, salvo en casos esperpénticos como Tarragona o Antequera, disponen de estaciones situadas en el centro de la ciudad. Siempre que se pueda, es menos contaminante, más eficiente y más cómodo el tren que el avión donde, además, las compañías han ido reduciendo cada vez más el espacio del pasajero.
Finalmente y si alguien quiere, se puede plantear qué modelo de sociedad se halla tras la voluntad de ampliar el aeropuerto. Pero eso no parece preocuparle a nadie. De todos modos y por no ser desmemoriados, conviene recordar que el único proyecto de los independentistas que se conoce con precisión era el que pretendía convertir el delta del Llobregat en una zona de casinos y puticlubs. Con ayudas de dinero público, claro está. ¿Es ese el modelo industrial que sigue teniendo Pere Aragonés para Barcelona y su entorno?